David, La Esperanza Perdida. Serna Moisés De La Juan
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―¿Es en este pueblo?
Pues ya pensaba que había entendido mal, y se le dijo,
―Sí, pero la dirección no me la has preguntado.
―SEÑOR, dime la dirección ―dijo el profeta.
―¡Pensaba que no aprenderías nunca! ―se le contestó―. ¿Por qué no empiezas siempre por preguntar?, y yo te digo dónde, y no como haces que, me preguntas de forma que únicamente te puedo decir sí o no.
El profeta comprendió la enseñanza y con humildad la aceptó, y así se le dijo,
―Ves hacia abajo ―ya que los pueblos estaban en alto, para defenderse mejor de sus enemigos.
Cuando estuvo abajo volvió a preguntar y se le dijo,
―Ahora ves hacia aquella casa que ves y pide al padre que te muestre a sus hijos, te diré cuál de ellos es.
Esto hizo, llegó a la casa y se presentó al padre, después de darse a conocer, le dijo que quería ver a sus hijos para ungir a uno de ellos.
Una situación nada habitual y menos en una localidad tan pequeña, en donde todos habían oído hablar de profetas, pero no todos habían tenido la posibilidad de encontrarse con uno, y menos que se presentase en la puerta de la casa.
Como era la costumbre se le hizo pasar, para descansar y le ofrecieron alimentos, pero él los rechazó diciendo que primero tenía que cumplir la misión que se le había encomendado y luego podría compartir la mesa con ellos.
El dueño de aquella casa pidió a las mujeres que preparasen un festín para el invitado, ya que no todo los días se recibía una visita de alguien tan destacado como era un profeta.
El padre medio asustado, medio impresionado, pues que un profeta estuviera en su casa, y que quisiera urgir a uno de sus hijos, ¡eso era ya demasiado!, así mandó pasar a todos ellos menos uno que no estaba.
Primero mandó al que él más quería, su hijo mayor y sucesor por derecho de todos sus bienes cuando hubiese fallecido como era la costumbre de la época, pero este no fue aceptado.
Luego hizo pasar al siguiente por edad y no fue aceptado, luego al tercero y no fue aceptado, y así fue descendiendo, y cuando terminó con todos y eran muchos, ya dije que no tenían televisión en aquellos momentos, el profeta preguntó,
―¿No tienes más?
―¡Sí! ―le contestó―. Tengo al pequeño, pero está cuidando el ganado.
―¡Ve y manda a buscarle! ―dijo el profeta―, pues tenemos que esperarle y no comeremos hasta que él no llegue, y lo haga con nosotros.
Uno de los hermanos salió corriendo en su búsqueda, cuando le halló y después de quedarse vigilando el ganado mandó marchar al menor a casa sin darle explicación alguna.
Llegando le estaban esperando a la entrada de la casa la madre junto con otras mujeres y esta le dijo mientras le entregaba unas prendas,
―Cámbiate corriendo y ponte esta ropa que tenemos visita.
El joven todavía no entendía a qué venían aquellas prisas, aunque era habitual que cuando había visitas se usasen prendas diferentes, así que obedeció sin comprender lo que acontecía y una vez hecho se dirigió a la sala donde se encontraba su padre.
El niño entró en la habitación y el profeta acercándose al él y poniéndose de frente, el SEÑOR le dijo,
―¡Este es, úngele!
―El SEÑOR me dice que unja al niño ―dijo el profeta y dirigiéndose al padre le preguntó―. ¿Puedo hacerlo?
El padre contestó que sí, aunque sin entender muy bien cómo su hijo menor iba a ser digno de aquello, pues con la corta edad que tenía, no había hecho nada para ser merecedor de tal honor.
Así se le dijo a David que se descubriese, lo que el joven hizo quitándose la ropa que acababa de ponerse.
Con aceite que el profeta traía, lo derramó por la cabeza del niño, y este aceite corrió por su cuerpo hacia abajo, pues le habían desnudado, y con él fue marcado en el pecho y en la espalda, y también sus manos puestas hacia arriba, y su vientre, y luego se le dijo,
―Ahora sacarlo al patio, y bañarle, pues ya está ungido.
El padre que pensaba que era otra cosa, decía que no, que no se le bañase, ya que eso sería cómo borrar aquella señal que había recibido.
El profeta, viendo lo que decía el padre, cogió tierra del suelo y se la echó al niño, y se pegó en su cuerpo, y así le preguntó,
―¿Acaso quieres que tu hijo esté tan sucio?
El padre comprendió la lección, y llamó a la madre y a otras mujeres para que le bañasen, y lo hicieron y después comieron todos.
―De esto no se tiene que enterar nadie ―dijo el profeta mientras comía―, pues su vida peligra por ello, pues el estar ungido, quiere decir que un día será Rey de Israel, y el que está ahora no querrá dejar de serlo, pues un día también lo fue él, más ahora es indigno de ocupar el puesto, y aunque aún estará en él largo tiempo, algún día será este niño el que dirija al pueblo entero.
Dicho todo esto el profeta se fue agradeciendo por la hospitalidad recibida a la vez que remarcaba la importancia de mantener el secreto por el bien de todos.
Una vez que se fue algunos de los hermanos protestaron por no ser ellos los ungidos, pero a pesar de los celos que había despertado aquella situación lo guardaron en gran silencio, pues nadie quería que fuera muerto, pues de haberse dicho a alguien, se corría el riesgo de que las noticias llegasen a palacio, y que al no saber cuál de los hermanos era el ungido, el Rey ordenase dar muerte a todos, y con ello acabar la amenaza de que algún día le arrebatasen el trono.
Esto que ahora puede parecer exagerado, era habitual en aquellos tiempos, donde incluso se llegaba a matar a los hermanos y la familia de estos, para evitar que pudiese reclamar el reinado al enfrentarse con su hermano.
El acontecimiento que se ha dicho era ya siendo casi un hombre, pues tenía ya doce años, más mirar que esto de los años es una forma de hablar, pues los tiempos de antes, y son por referencias que se tienen escritas por donde se sabe, decía que los tiempos de antes, se contaban de forma distinta a los de ahora, haciéndose por las lunas, y por las cosechas.
De esta forma casi siempre acertaban cuando era primavera, pero ésta a veces se retrasaba, y resultaba que en realidad el año aquel había durado quince meses de ahora o, por el contrario, el siguiente solamente tenía nueve.
Así pues, es únicamente como referencia de que era muy joven, aparte de que vosotros sabéis que, en los países donde hace mucho calor, los hombres, y sobre todo las mujeres, se desarrollan mucho antes, así en algunos pueblos de África, es corriente que existan madres a los trece años, y son mujeres completamente desarrolladas, y tienen sus hijos normales, en contrapartida la esperanza de vida suele ser de unos escasos cincuenta años,
Muy al contrario de lo que sucede en los países llamados