Espiando A Mi Canalla. Dawn Brower
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"No, no lo hiciste”, dijo ella alzando el rostro de manera altiva. "Todo lo que has hecho es reprenderme por atreverme a estar afuera sola. Es ridículo que, por ser mujer, no pueda hacer lo que me plazca".
"Tu opinión en este asunto no importa". Él se acercó a ella. "Lo que sí es cierto es que eres una mujer, y la sociedad espera de ti algo muy distinto de lo que espera de un caballero. Si lo aceptas como lo haría cualquier otra dama de su posición, y serás mucho más feliz".
Él mismo sabía que estas nociones no se aplicaban del todo en la sociedad. Su tía Alys le cortaría cabeza si lo escuchara ahora, y su madre la ayudaría. Ni siquiera quería pensar en lo que su hermana, Charlotte, o su prima, Elizabeth, podrían hacer. Había demasiadas mujeres de carácter fuerte en su familia. No le debía a Lady Hyacinth las mismas consideraciones que a su familia. Si ella insistía en exponerse, era su deber mostrarle el error de sus costumbres.
Ella puso los ojos en blanco. Aunque había poca luz, él pudo ver con claridad su gesto. "No sabes nada de lo que realmente significa la felicidad para mí. Guárdate el sermón condescendiente, no sabes nada sobre mí. Entra y busca una joven insípida que comparta tus creencias. Ella podría considerar que cada palabra tuya merece ser escuchada. Pierdes tu tiempo conmigo".
"Por favor", dijo él. "No seas tonta. Puede que te creas muy lista, pero creo que es hora de que seas honesta contigo misma”, dijo acercándose aún más a ella. "Eres buena dando discursos y luciendo disfraces espectaculares, pero no tienes ni siquiera una idea de la realidad". Ella resopló como si estuviera ofendida por su declaración. Sus mejillas se ruborizaron en un bonito tono rojo, ligeramente visible a la luz de la luna. Puede que no se hubiera diera cuenta si estuviera más lejos de ella...
El calor de ella se mezcló con el de él, y él casi se atrevió a besarla; se contuvo por pura voluntad.
Continuó, porque ella tenía que oír todo lo que él tenía que decir: "Eres una princesa mimada que rara vez baja de su pedestal para mezclarse con los plebeyos. La felicidad es tan trivial como tu vestido de seda y encaje. Incluso tu delicado collar de perlas y tus orejeras no son más que ínfulas", dijo él golpeando ligeramente el pendiente de perlas y diamantes que colgaba de su oreja izquierda. "Tú, dulzura, eres tan superficial como todas esas jóvenes señoritas que consideras poco sofisticadas e indignas". Movió su mano y acarició su mejilla. "Además... me escuchas. De lo contrario, te habrías ido en cuanto me viste. Admítelo, Lady Hyacinth, yo te gusto".
Probablemente estaba yendo demasiado lejos. Ella debería detenerlo antes de las cosas tomaran una dirección que ambos podrían lamentar. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Qué le pasaba con esta mujer? Ella lo dejó sin sentido hace tiempo. Cualquier cosa entre ellos podría terminar mal.
¿Cómo se atreve? Ella debería darle una bofetada. ¿Por qué no lo abofeteó? El toque de su mano contra su mejilla la hizo temblar. Su aliento se agitó un poco, y abrió la boca. No se formaron palabras en su mente, y ella apenas podía respirar. Tenía que tomar una posición... hacerle entender que no tenía poder sobre ella. Hyacinth pretendía casarse con un príncipe, y él no tenía ninguna posibilidad de alcanzar ese título. Era un simple conde que algún día sería marqués. Ella quería algo mejor. Era hora de hacer lo que él decía y marcharse. Levantó una ceja y sonrió. "Ya quisieras".
"¿Perdón?", dijo él. "Me temo que no comprendo. Quisiera que... ¿Qué?".
"Tú eres el que... ¿cómo lo dijiste? ¿Qué me gustas?", ella sonrió con cinismo. "No estoy tan segura de que esa sea una palabra lo suficientemente fuerte. Te gustaría que te deseara", dijo ella acercándose mucho más a él. "Entonces podrías aprovecharte de una pequeña ingenua y...", ella acercó su rostro al de él. "Bésame". Sería tan fácil averiguar cómo sería un beso entre ellos. No se estaba alejando. Su respiración era más irregular que la de ella, pero el corazón de ella había empezado a latir fuertemente dentro de su pecho. ¿Qué demonios le estaba pasando? Su cuerpo ardía, y descubrió que quería besarlo. Hyacinth tenía que poner algo de distancia entre ellos. Jugar con fuego sonaba bien en teoría, pero en la práctica, era una mala idea. "Detente", dijo él con voz ronca. "No sabes lo que estás haciendo".
En ese sentido, tenía razón. Ella sabía que se estaba excediendo. "¿Te estoy molestando?" Él la había desafiado, y ahora ella sentía no podía retroceder. Parte de ella esperaba que él cediera y les diera a ambos lo que querían. Un beso... ¿Cuánto daño podría hacer?
Lord Carrick gimió. Hizo que cada parte de ella se diera cuenta. Estaba a punto de besarla. Ella podía sentirlo hasta los huesos, y lo deseaba. Hyacinth nunca antes había anhelado algo con tanta fuerza. No tenía mucha experiencia besando. No es que no la hubieran besado, pero el chico que se había atrevido antes era un inepto. Algo le decía que Lord Carrick no lo sería.
"Rhys, ¿estás aquí?", gritó un hombre.
Se separaron como si les hubieran arrojado un cubo de agua fría sobre la piel ardiente. Debería agradecer a quien los interrumpió. Besar a Lord Carrick era una idea pésima. Ella quería llamar la atención del príncipe, no la del conde. Él no la merecía, y ella deseaba desesperadamente ser más que una mera condesa.
Lord Carrick continuó mirando fijamente a Hyacinth como si no estuviera seguro de qué hacer con ella. No dejó de mirarla mientras respondía, "Estoy aquí, Christian".
Su primo, el Marqués de Blackthorn... Sería una mejor opción que Lord Carrick. Aunque tenía un inconveniente, su hermana, Elizabeth. Odiaría tener que socializar con ella más a menudo porque tuvo la mala idea de casarse con su hermano.
"Deberías irte antes de que se acerque", le dijo Lord Carrick.
"¿Por qué?", dijo ella levantando una ceja. "Seguramente no pensará que está pasando algo indebido entre nosotros". Hyacinth y Lord Carrick siempre reñían entre sí. Siempre estaban discutiendo. No era un secreto que se odiaban mutuamente.
El tensó los músculos de su mandíbula y cerró los ojos. Lord Carrick respiró varias veces y murmuró algo que no pudo entender. Aunque ella sospechaba que él estaba maldiciendo su propia existencia. "No", dijo. "No lo haría. Pero aún así sería comprometedor, y no creo que quieras atarte a mí por el resto de tus días. Te aseguro que no quiero verme convertido en tu esposo gracias a tu terquedad".
Ella alzó la barbilla. "Tienes razón. Estar casada contigo sería el peor destino que podría imaginar. Pero es demasiado tarde para entrar de otra manera. Tendré que esconderme".
Lord Carrick suspiró. "Más tarde hablaremos de tus hábitos de espionaje. Serán tu perdición algún día".
¿No había aprendido nada? Debería saber que no podía convencerla de nada. Ella era lo suficientemente testaruda como para hacer exactamente lo contrario de lo que él sugería, solo para llevarle la contraria. Tal vez ella debía recordárselo. "Puedes intentar disuadirme de mis inclinaciones, pero haré caso omiso a tus palabras. Siempre haré lo que quiera".
"Bien", dijo él apretando los dientes. "Eres una dama extraña. Si no lo supiera, juraría...". Lord Carrick se quedó callado y sacudió la cabeza. "No importa eso. Ve a esconderte en tu arbusto favorito hasta que yo me lleve a Christian. Luego ve al tocador y arréglate. Estás completamente desarreglada y nadie creerá que no has sido violada por un sinvergüenza".
"Ningún sinvergüenza se arriesgaría a tocarme", dijo ella. "Además, eres el único caballero de ese calibre que conozco, y ambos sabemos cuánto me desprecias."