El Viaje De Los Héroes. Cristian Taiani
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Cristian Taiani
El Viaje de los Héroes
El Juramento
Título | El Viaje de los Héroes. El Juramento
Autor | Cristian Taiani
Traducido por Jorge Ledezma Millán
Ilustración de la portada: Isabella Manara Concepto gráfico: Giuseppe Cuscito Página de Facebook:
https://www.facebook.com/GCDigita lArt/ Immagine folio:
<a href=https://it.pngtree.com>Grafica da pntree.com</a>
Edición a cargo de Miriam Mastrovito
Primera edición © 2018 Cristian Taiani
Todos los derechos reservados. La reproducción total o parcial está prohibida por la ley.
Esta es una historia ficticia. Los nombres de los personajes y las situaciones son el resultado de la imaginación del autor. Cualquier referencia a hechos o personas existentes es puramente aleatoria.
Escuché que mi sueño estaba destinado a quedarse en un cajón.
Ningún sueño es creado por el alma para ser encerrado.
CAPÍTULO 1
El encuentro
Vígesima Era después de la Guerra Sangrienta,
ciudad de Radigast
Radigast: nubes oscuras y cargadas presagiaban un invierno lluvioso más frío de lo normal en la ciudad de Ragia. Caía una lluvia densa, gruesa, que hacía difícil incluso mirar más allá de la palma de la mano. Las gotas rebotaban en los tejados de las casas y en la Academia de Magia, la más grande de las Tierras del Escudo, una de las Siete Tierras del mundo de Inglor.
Al sur de la capital estaba el Mar Profundo, mientras que en el lado norte se alcanzaban a vislumbrar los elevados picos de las montañas de Morgrym, donde, según se decía, vivía la más antigua estirpe del pueblo de los enanos.
El río, casi congelado, pasaba justo frente a una posada, reflejando hermosos colores que iban desde el púrpura amatista hasta el azul marino. A través de una ventana se podía distinguir una figura flotante y danzante; su cabello tenía un color bastante extraño e inusual en aquella zona: un azul celeste con reflejos color verde oscuro.
Muy alta para ser mujer, de piel blanca y libre de imperfecciones, parecía una criatura atemporal. Sus ojos color verde esmeralda parecían esconder un tesoro, una riqueza difícil de alcanzar.
Rhevi se encontraba ocupada limpiando la posada después de un duro día de trabajo.
Debajo del corpiño de cuero, que solía usar, sus magros músculos se contraían, entrenados no solo por su trabajo como camarera, sino por años de entrenamiento con la espada. Era sobre todo una guerrera, o eso le gustaba imaginar, no porque hubiera participado en alguna guerra, sino porque luchaba todos los días debido a su condición inusual: Rhevi no era como los demás, era descendiente, aunque sólo por el lado materno, de una antigua raza de elfos.
A veces incursionaba en pequeños robos, no solo porque la vida en el pueblo era bastante dura, sino para poner a prueba su formidable destreza.
Su padre se había marchado y ella no lo había visto en años, se había alistado en el ejército del Imperio del Escudo y nunca había regresado. A su madre, Elanor, nunca la conoció; a veces intentaba imaginarla y en ocasiones soñaba con ella.
En sus sueños, ella era solo una figura femenina de aspecto elfo.
Los elfos ahora vivían escondidos, olvidados por otras razas, habían luchado y defendido a los pueblos de las Siete Tierras.
Los miembros de dicha raza poseían talentos únicos y raros; enamorados del amor, el arte y la naturaleza, se habían retirado a los bosques cuando se dieron cuenta de que el mundo que conocían había cambiado y era cada vez menos respetuoso de los valores antiguos.
"Cuando crezcas te lo contaré todo, hasta entonces no debes hacer preguntas".
Quienes conocían a Rhevi trataban de no prestar atención a su aspecto diferente, al menos en su presencia, pero ciertamente no faltaban los chismes de los transeúntes y personas maliciosas. De repente la puerta se abrió.
"¡Vaya que hace frío! Buen trabajo, sobrina". Era el abuelo Otan, dueño de la posada el Oso Blanco, un hombre de aspecto generoso, baja estatura, vientre pronunciado y un rostro redondo bastante agradable. Tenía una pequeña isla calva en la cabeza bordeada de cabello blanco, así como los hombros encorvados por el trabajo duro, siempre estaba bronceado, incluso durante los fríos y oscuros inviernos.
"Gracias abuelo, como siempre eres muy amable", respondió con una sonrisa Rhevi, dejó la escoba en un rincón y lo saludó. Su trabajo de aquel día había terminado.
La chica salió al patio trasero de la posada y sacó su espada, una cimitarra de fabricación elfa que había dejado su madre en la casa que había tenido que dejar años antes, cuando su padre se marchó. El arma estaba bien conservada en un baúl que había descubierto mientras jugaba al escondite con su padre. Era el único recuerdo tangible de mamá.
Comenzó su entrenamiento estirando los músculos de la espalda y de las piernas, luego tomó su espada y comenzó a batirse en duelo con un enemigo imaginario. Su mente había imaginado un formidable guerrero, no importaba cuántos golpes pudiera dar, él seguiría girando, usando pequeñas rocas para saltar, y medios giros para mantener el equilibrio.
Al final del día, el oponente la conocía bien porque era ella misma. La resistencia, la velocidad y la fuerza eran cualidades importantes para convertirse en un buen espadachín. Rhevi lo hacía sola, recordando lo que su padre le había enseñado y lo que había aprendido de sus escapadas fugaces al campo de entrenamiento de los soldados de las Siete Tierras. Para mejorar las técnicas que ya dominaba, necesitaba encontrar un maestro de artes marciales. Pero, ¿cómo alejarse de su abuelo? En su ausencia, el viejo se habría visto obligado a depender sólo de su propia fuerza, ahora desgastada, y de su pequeño ayudante Merry, un muchacho flacucho de cabello alborotado y piernas torcidas. Sin mencionar el costo de las lecciones, imposible de sostener.
Aquella noche sintió que alguien la observaba, miró a través de los arbustos encalados, pero no vio nada, exhaló un profundo aliento que formó una nube blanca, y agotada, al notar que el sol se había puesto, se fue a dormir.
🟇🟇
"¡Por el gran Eurotovar, lo has conseguido Talun! ¡te graduaste!"
El chico se giró con una sonrisa