Moby-Dick o la ballena. Herman Melville
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»“Zarpo con vos”, dice, “el dinero del pasaje, ¿cuánto es?... Pagaré ahora”.
»Pues está especialmente escrito, compañeros, como si fuera cosa que no debe ser pasada por alto en esta historia, “que pagó ese pasaje” antes de que el navío zarpara. Y tomado en el contexto, esto está lleno de significado.
»Ahora bien, el capitán de Jonás, compañeros de tripulación, era de aquellos cuyo discernimiento detecta el crimen en cualquiera, mas cuya codicia lo denuncia sólo en los indigentes. En este mundo, compañeros, el pecado que paga su viaje puede viajar libremente, y sin pasaporte; mientras que la virtud, si es menesterosa, es detenida en todas las fronteras. Así que el capitán de Jonás, antes de juzgarle abiertamente, se dispone a comprobar la profundidad de la bolsa de Jonás. Pide el triple de la suma usual; y se lo aceptan. Entonces el capitán sabe que Jonás es un fugitivo; pero al mismo tiempo decide colaborar en una huida que pavimenta de oro su retaguardia. No obstante, cuando Jonás saca limpiamente su bolsa, la prudente sospecha inquieta todavía al capitán. Hace sonar cada moneda para descubrir alguna falsa. No es un falsificador, por lo menos, murmura; y Jonás es apuntado a su pasaje.
»“Indíqueme mi camarote, señor”, dice ahora Jonás, “estoy cansado del viaje; necesito dormir”.
»“Ése aspecto tenéis”, dice el capitán, “ahí está vuestra habitación”.
»Jonás entra, y querría cerrar la puerta, pero la puerta no tiene llave. Al escucharle hurgando allí absurdamente, el capitán ríe en voz baja para sí, y murmura algo sobre las puertas de las celdas de los convictos, que nunca se pueden cerrar desde dentro. Completamente vestido y polvoriento como está, Jonás se deja caer en su litera y ve que el techo del pequeño camarote casi topa con su frente. El aire está enclaustrado y Jonás respira con dificultad. Entonces, en ese reducido hueco, sumergido además bajo la línea de flotación del barco, Jonás siente la prenunciadora intuición de esa agobiante hora en la que la ballena le retendrá en la parte más pequeña de las estancias de sus intestinos.
»Atornillada en su eje al lateral, una lámpara colgante oscila levemente en el cuarto de Jonás; y al ladearse el barco hacia el muelle con el peso de los últimos fardos recibidos, la lámpara, llama y todo, aunque en leve movimiento, mantiene, no obstante, una oblicuidad permanente con respecto al cuarto; aun cuando en verdad infaliblemente recta ella misma, no puede sino hacer obvios los falsos y engañosos niveles entre los que cuelga. La lámpara alarma y asusta a Jonás, mientras, tumbado en su litera, sus atormentados ojos giran alrededor del lugar; y este fugitivo, hasta el momento victorioso, no encuentra refugio para su mirar desasosegado. Y esa contradicción en la lámpara le aterroriza cada vez más. El suelo, el techo y la amurada: todos están ladeados.
»“¡Oh, así cuelga mi conciencia en mí!”, gruñe, “recta hacia arriba, así arde; ¡pero los aposentos de mi alma están torcidos todos!”.
»Como alguien que tras una noche de juerga embriagada se apresura al lecho, todavía vacilante, pero con la conciencia punzándole ya, lo mismo que los saltos del caballo de carreras romano, que sólo presionan cada vez más su bocado de acero en él; como alguien que en esa miserable situación aún se vuelve una y otra vez en aturdida angustia, rogándole a Dios ser anulado hasta que el trastorno pase; y finalmente, en medio del torbellino de penar que siente, un profundo estupor le embarga, como al hombre que se desangra hasta la muerte, pues la conciencia es la herida, y no hay nada que la tapone; así, tras dolorosos combates en su litera, el portento de la ponderal aflicción de Jonás le arrastra, sumiéndole al sueño.
»Y ahora ha llegado el momento de la marea; el barco suelta los cables; y desde el muelle desierto el barco de Tarsis, que nadie despide, se desliza todo escorado al mar. ¡Ese barco, amigos míos, fue el primer contrabandista registrado! El contrabando era Jonás. Mas el mar se rebela; no va a soportar la inicua carga. Viene una terrible tormenta, el barco puede partirse. Y ahora, cuando el contramaestre llama a toda la tripulación a aligerarlo; cuando cajas, fardos y vasijas castañetean por encima de la borda; cuando el viento chirría, y los hombres dan alaridos, y todas las planchas truenan con pies que pisotean justo encima de la cabeza de Jonás; en todo este furioso tumulto, Jonás duerme su espantoso sueño. No ve negro cielo ni mar furioso, no siente el bamboleante maderamen, y apenas escucha o repara en el lejano embate de la poderosa ballena, que ya ahora, con fauces abiertas, está surcando los mares tras él. Sí, compañeros, Jonás había descendido a los costados del barco... Una litera en la cabina, como lo he citado, y estaba profundamente dormido. Mas el asustado patrón viene a él, y chilla en su oído muerto:
»“¿Qué pretendéis vos? ¡Eh, durmiente! ¡Despertad!”.
»Sorprendido en su letargo por este horrible grito, Jonás se incorpora tambaleándose, y subiendo a traspiés a cubierta se agarra a un obenque para mirar hacia el mar. Y en ese momento una ola, negra pantera que salta sobre las amuradas, se arroja sobre él. Ola tras ola saltan así al barco, y no encontrando raudo respiradero, fluyen bramando de proa a popa, hasta que los marineros están a punto de ahogarse, aun estando a flote. Y siempre, mientras la blanca luna muestra su espantado rostro desde los abruptos regueros de la negrura en lo alto, Jonás observa aterrado el bauprés que se alza señalando arriba, a lo alto, pero que pronto bate abajo de nuevo, hacia el atormentado piélago.
»Terrores y más terrores atraviesan gritando su alma. En sus amedrentadas actitudes se reconoce ahora claramente al fugitivo de Dios. Los marineros se fijan en él; sus sospechas sobre él devienen más y más ciertas, y finalmente, para comprobar la verdad, refiriendo todo el asunto al excelso Cielo, deciden echar suertes, por averiguar a causa de quién estaba esta gran tempestad sobre ellos. La suerte recae en Jonás; descubierto lo cual, ¡con qué furia le acosan entonces con sus preguntas! “¿Cuál es vuestra ocupación? ¿De dónde venís? ¿Cuál es vuestro país? ¿Quién es vuestra gente?”. Pero fijaos bien en el comportamiento del pobre Jonás, compañeros míos de tripulación. Los ansiosos marineros sólo le preguntan quién es, y de dónde; mientras que no sólo reciben una respuesta a esas preguntas, sino, de igual modo, otra respuesta a una pregunta no formulada por ellos; pues la no solicitada respuesta es extraída de Jonás por la dura mano de Dios, que está sobre él.
»“¡Soy un hebreo!”, grita... y entonces... “¡Temo al Dios del Cielo, que hizo el mar y la tierra firme!”
»¿Temerle, eh, Jonás? ¡Sí, bien podías temer al Señor Dios entonces! Inmediatamente, sigue ahora hasta hacer una confesión completa; ante lo cual los marineros quedan cada vez más consternados, aunque aún son clementes. Pues cuando Jonás, no suplicando todavía piedad a Dios, dado que demasiado bien conocía la oscuridad de sus desiertos... cuando el desdichado Jonás les grita que le cojan y le lancen al mar, pues sabía que por su causa estaba sobre ellos esta gran tempestad, ellos, compasivamente, se apartan de él, y tratan de salvar el barco por otros medios. Mas todo en vano; la encolerizada galerna aúlla más fuerte; entonces, con una mano alzada invocando a Dios, muy a su pesar sujetan a Jonás con la otra.
»Y observad a Jonás ahora, alzado como un ancla y dejado caer al mar; cuando instantáneamente, una aceitosa bonanza llega flotando desde el este, y el mar queda en calma, mientras Jonás hunde la galerna junto con él, dejando aguas serenas detrás. Desciende en el arremolinado corazón de una conmoción tan descontrolada que apenas advierte el momento en el que cae, burbujeando, dentro de las abiertas mandíbulas que le esperan; y la ballena cierra sobre su prisión todos sus dientes de marfil como otros tantos cerrojos blancos. Entonces Jonás rezó al Señor desde el vientre del pez. Mas observad su oración y aprended una lección de peso. Pues pecador cual es, Jonás no solloza ni gime por la salvación directa. Siente que su horrible castigo es justo. Deja a Dios su entera salvación, contentándose con esto que, a pesar de todas sus punzadas