Ya te dije adiós, ahora cómo te olvido. Walter Riso
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Es tan corto el amor y tan largo el olvido.
PABLO NERUDA
Hay relaciones afectivas y personas que nos marcan a fuego, como si se enquistaran en nuestro ADN y en la esencia que nos define. Cuando esto ocurre, no sólo vivimos con ellas, sino por ellas, lo cual complica cualquier rompimiento o disolución. Perderlas genera un vacío angustiante y devastador. En estos casos, la gente que se separa o es abandonada por su compañero o compañera se pierde a sí misma en un laberinto de dolor y desesperación.
¿Cómo superar la ausencia de quien fue vital para nuestra vida amorosa? Pues no se trata de olvidar, literalmente, a quien quisiste alguna vez o aún amas, ni ignorar su existencia o desconocer la historia del vínculo que sostuvieron. Lo que logra un duelo afectivo “bien llevado” es poder recordar sin dolor, sin amor y/o sin resentimiento. No es una amnesia profunda; es una transformación y un desvanecimiento de aquellos sentimientos que te ataban a la persona que fue tu pareja: “extinción del afecto” o, si se quiere, una forma de “olvido emocional”. Si has llegado a la conclusión que “ya no sientes nada” por tu ex, eso significa que te has vaciado de cariño, que te has liberado. Tu cuerpo ya no reconoce aquello que sintió una vez o lo recuerda a duras penas, pero ese “recuerdo” es básicamente cognitivo y no emocional. Desde este punto de vista, cuando de amor se trata, decir “Te olvidé” es sinónimo de “Ya no te amo” o “Ya no me dueles”.
Aceptar una pérdida en última instancia significa desvincularse, desligarse o desapegarse de la persona que ya no está, lo cual no implica odiarla o desearle el mal, porque eso también te sometería a tu ex. El odio puede atarte tanto como el más fuerte de los amores. Más bien se trata de alcanzar cierta “imperturbabilidad afectiva” o, de ser posible, una amistad, tal como sucede en aquellas parejas que terminan su relación cordialmente y de común acuerdo. No obstante, es verdad que a veces llegar a esta “neutralidad sentimental” se complica bastante si hubo violaciones a los derechos personales y maltratos físicos o psicológicos. Pero aun en estos casos, la experiencia terapéutica muestra que es posible alejarse emocionalmente de quien fue tu media naranja, por más agria que haya sido, para que no te siga lastimando. Aunque en este instante lo veas imposible y lejano, lo que sientes se evaporará como lo hace el aroma de un perfume que dejó de utilizarse.
Los duelos afectivos muestran una diferencia crucial con aquellos duelos por una persona ausente que ha fallecido físicamente. En los primeros, la expareja sigue vivita y coleando, y la mente, por un tiempo (a veces corto, a veces largo), puede alimentar la esperanza y la posibilidad de restablecer lo que se rompió; como si dijera: “El amor está en terapia intensiva, pero todavía respira”. Esa pizca de ilusión, que se instala incluso cuando el desamor del ex o de la ex es evidente y definitivo, dificulta muchas veces la resignación: “Ya no hay nada que hacer”, o la aceptación de la situación: ver las cosas como son y afrontar la nueva realidad. Hay una rendija, una luz, un pequeño anhelo que nos murmura: “Puede que regresemos y que todo vuelva a ser como antes”. De ahí la testarudez amorosa de los que no se dan por vencidos y se dedican a esperar el milagro de una resurrección afectiva.
Sin embargo, no toda ruptura es catastrófica. Si tu pareja te amargaba la existencia y se fue con un nuevo amor, quizá sufras al principio (así sea irracional o inexplicable tu dolor); pero si procesas bien la información, terminarás agradeciendo a la divina providencia que ya no esté en tu vida. En cambio, la pérdida afectiva inesperada en una relación que era buena o muy buena puede convertirse en un tsunami emocional. Una paciente me decía: “Hace unas cuantas horas estaba con él y todo marchaba sobre ruedas, hasta que me dijo que se iba de la casa. Y así, de sopetón, de un día para el otro, me desperté sola en mi cama, sin el hombre que amaba. Y hoy, después de casi dos años, no me explico qué pasó”. Esta descripción se repite en infinidad de casos y tiene como factor sorpresa dos sentimientos que se entremezclan: desolación y decepción. Aunque mi paciente se equivocaba en algo: no todo “marchaba sobre ruedas”. Uno no descubre de repente que no ama a su pareja y decide irse. El desamor se va tejiendo por lo bajo y no pasa desapercibido para quien lo siente, en este caso concreto, su esposo. Recapitulemos. Desolación: porque la orfandad emocional te llega hasta los huesos. Decepción: porque piensas que tu gran amor debería haberte avisado a tiempo, si la indiferencia tocó a su puerta. Entonces la mente, que siempre es parlanchina, repite, con un martilleo que taladra el cerebro y el corazón: “¿Por qué no me lo dijo cuando era posible solucionarlo?”, “¿Por qué no le importó mi dolor?”, “¿Por qué no luchó por lo nuestro?”.
Es claro que no todas las pérdidas se procesan igual. Variables como la personalidad, la seguridad en uno mismo, la historia afectiva de la pareja, el sistema de valores, entre otras, actúan para facilitar o lentificar la tolerancia y la elaboración de la aflicción. No obstante, muchos autores sostienen que el duelo está determinado por algunas etapas más o menos generales. En el caso concreto del duelo “afectivo”, y de acuerdo con mi experiencia clínica, es posible considerar algunos estadios móviles, que a veces se superponen y también se diferencian en tiempo e intensidad. Sin pretender establecer un marco de referencia rígido, podríamos definir siete momentos: aturdimiento/negación, anhelo/recuperación, búsqueda de explicaciones, ira/indignación, culpa/humillación, desesperanza/depresión y recuperación/aceptación. Vale la pena recalcar que no todos los dolientes siguen necesariamente estos pasos. He visto pacientes que mezclan algunos o se saltan otros, pero los elementos que menciono suelen estar presentes de una forma u otra.
¿Qué hacer entonces? Lo verás y entenderás a lo largo de cada capítulo de este texto: pelear la vida. A regañadientes, a las malas, con las uñas, como quieras, pero no hay otra opción. Puedes sentarte a llorar tu mala suerte, a lamentarte de la “injusta” soledad, a sentir lástima por tu aporreado yo y autocompadecerte. O por el contrario, puedes levantar la cabeza y aplicar una dosis de racionalidad a tu desajustado corazón.
Analiza las siguientes reflexiones. Piénsalas con cada átomo de tu cuerpo, con lo más profundo de tu ser:
Si te dejó, si se fue como un soplo, si no le importaste, si te hizo a un lado con tanta facilidad, si no valoró lo que le diste, si apenas le dolió tu dolor, si decidió estar sin tu presencia, ¿no será —y lo digo sólo como hipótesis— que no te merece?
Y si te dejó porque ya no te ama, porque se le agotaron los besos, y hasta la más simple de las caricias se le convirtió en tortura, ¿no será —y lo digo sólo como hipótesis— que ya no te ama?
¿Y no será que, si fue cruel o se le terminó el amor, ya no tiene sentido insistir en resolver lo que ya está resuelto? ¿No será que hay que quemar las naves, cerrar el capítulo y construir un nuevo proyecto de vida?
Este libro es una guía práctica para ayudar a los que se ven obligados a superar una pérdida afectiva e intentan sobrevivir dignamente. Reúno aquí un paquete de estrategias muy eficientes para acompañar o facilitar el proceso de pérdida y hacerlo más llevadero, respetando desde luego su normal desarrollo. También se pretende evitar que la persona aquejada caiga en un duelo complicado.
Este libro no eliminará el dolor que necesariamente debes sentir para salir adelante, pero lo hará más comprensivo y llevadero: lo transformará en un sufrimiento útil. E incluso es posible que el trauma que hoy te desmorona invierta su tendencia y te lleve a un crecimiento postraumático, a partir del cual desarrolles tu potencialidad como nunca lo habías hecho antes.
La premisa es como sigue: si logras desvincularte de tu ex (o de cualquier amor imposible que ronda tu vida) de manera adecuada, podrás reinventarte como se te dé la gana. El tiempo ayuda, es cierto, pero hay que ayudarle al tiempo. Sin