E-Pack Magnate. Varias Autoras

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–comentó ella.

      –Sí.

      A continuación, el barco se dirigió hacia las cuevas de los contrabandistas y escucharon las historias y leyendas sobre éstos y sobre los piratas.

      –¿Sabes una cosa? –le preguntó ella–. Estarías genial disfrazado de pirata.

      –Te recuerdo que no llevo puestos pantalones cortos. Ni un parche en el ojo. No obstante –le dijo al oído, inclinando la cabeza para que sólo ella pudiera escuchar sus palabras–, si lo que me estás pidiendo es que esta noche haga de pirata, que te desgarre la ropa y te haga mía, estoy seguro de que podría hacerlo.

      Al ver cómo Sara se sonrojaba, Luke sonrió.

      Estupendo. Había vuelto a recuperar el control. Así era como le gustaba.

      Capítulo Ocho

      Cuando estuvieron de nuevo en tierra, Sara dijo: –¿Vas a admitir que te ha gustado? –Las focas eran monas. Los frailecillos también.

      Sin embargo, no es lo mío. Había demasiados niños. –¿No te gustan? –Mi idea del infierno sería tener que trabajar en una guardería o en un colegio. Y tener que hacer guardia en el recreo. –¿Significa que no quieres tener hijos? Por supuesto que no. Había tenido una infancia terrible con un padre que la mitad del tiempo no había estado presente y una madre que lo había estado físicamente, pero que había tomado demasiados tranquilizantes como para darse cuenta de nada. Luke estaba convencido de que no sabría cómo ser un buen padre. Ni tenía intención de intentarlo.

      –Se valora demasiado el matrimonio y los bebés. –Hay más cosas en la vida que el trabajo. –Cierto. Y mucho más en la vida que los bebés. –En realidad, los bebés son lo importante. Sin ellos, la raza humana se extinguiría.

      –Sí, supongo que tienes razón. Alguien tiene que producir niños, pero esa persona no voy a ser yo. ¿Significa esto que estás buscando casarte y tener hijos? –le preguntó, algo alarmado.

      –En este momento, no, pero sí dentro de un tiempo. Cuando conozca a la persona adecuada.

      –¿De verdad crees que eso es posible?

      –Bueno, mis padres llevan treinta y cinco años casados. Mi hermana Louisa está felizmente casada y tiene una hija. Mi hermano Rupert está comprometido y creo que Justin está saliendo con alguien, aunque probablemente lo guarda en secreto porque sabe que, en cuanto Lou se entere, comenzará a planearle la boda. Tiene la terrible costumbre de emparejar a todo el mundo.

      Luke decidió que debía mantenerse alejado de la hermana de Sara. Inmediatamente, se dijo que no tenía de qué preocuparse. Su relación con Sara era estrictamente profesional o, al menos, lo había sido hasta aquella mañana.

      –Si tú lo dices... Bueno, tengo que hacer un par de llamadas y me he dejado los papeles que necesito en el hotel. ¿Te importa? –dijo Luke. Necesitaba volver a sentirse cómodo y seguro.

      –No, pero creo que iré a dar un paseo por la playa. Podría tomarme ese helado que llevo tanto tiempo prometiéndome.

      –Claro. Te veré en la habitación cuando estés lista.

      Sara no pareció muy contenta ante la idea de regresar al hotel. Mientras se acercaba al edificio, Luke la comprendió perfectamente. Era desastroso, pero tenía tanto potencial...

      Decidió que las llamadas podían esperar. Había algo más que debía hacer en primer lugar.

      Tardó un par de minutos en encontrar en Internet el lugar adecuado. Se trataba de una versión más grande de la clase del establecimiento que él había pensado para aquel hotel. Antiguo, pero con todas las comodidades modernas y maravillosas vistas sobre la bahía. Lo mejor de todo era que la suite más lujosa estaba libre a causa de una cancelación de última hora.

      Se dirigió inmediatamente a recepción y pagó lo que debían, además de la noche del sábado. Le dijo a la recepcionista que se tenían que marchar porque les había surgido algo inesperado. A continuación, subió la habitación. Acababa de terminar de hacer las maletas de ambos cuando Sara llegó.

      –¿Qué estás haciendo? –le preguntó asombrada.

      –Nos vamos.

      –¿Ahora? No vamos a llegar a Londres hasta las diez de la noche...

      –No regresamos a Londres. Nos vamos a otro hotel.

      –¿Cómo dices?

      –Creo que los dos nos merecemos un colchón adecuado.

      –Y has hecho también mi maleta.

      –Sí, era más rápido que tener que esperar. Vamos –dijo él sin darle tiempo a Sara para que pudiera protestar–. Te prometo que he doblado bien tus cosas.

      Sara sabía que, cuando Luke tomaba una decisión, no se andaba por las ramas. Como sabía que no le iba a servir de nada tratar de conseguir que cambiara de opinión, se limitó a seguirlo al coche.

      El hotel al que la llevaba estaba sólo a unos minutos del primero. La fachada era impecable y los jardines que lo rodeaban espectaculares, pero por dentro era mucho mejor. Tras recoger la llave en recepción, se dirigieron al ascensor y subieron al último piso.

      –Nuestra suite –le dijo, antes de abrir la puerta–. Echa un vistazo a ver qué te parece.

      Era enorme. Un salón con cómodos sofás y hermosos muebles que contaba con un balcón desde el que se dominaba una maravillosa vista de la bahía de Scarborough. Había dos cuartos de baño, uno con ducha de hidromasaje y el otro con jacuzzi. Esponjosos albornoces y toda clase de productos de aseo adornaban las dos estancias.

      En cuanto a los dormitorios, sólo había uno. Contaba con una cama enorme, eso sí, pero no dejaba de ser sólo una cama.

      –Esto no significa que espere que te vuelvas a acostar conmigo –dijo Luke desde la puerta–. Me portaré como un caballero y me iré a dormir al sofá... Si quieres.

      –Bueno, es una cama muy grande... Creo que podríamos compartirla sin... ¿Qué? –preguntó al ver la sonrisa que se había reflejado en el rostro de Luke.

      –Simplemente me estaba acordando de lo que ocurrió esta mañana.

      –Sí...

      –Pero a mí no me importa compartir si a ti no te preocupa.

      –Lo siento. Esto te debe de haber costado una pequeña fortuna.

      –No importa.

      –Mira, creo que debería pagar mi parte.

      –Ni hablar. Fui yo el que te convencí para que me acompañaras aquí. Lo pago yo. No hay discusión.

      –Gracias... Siento haberme quejado tanto. Podría haber pasado otra noche en ese hotel, ¿sabes?

      –No, no podrías. ¡Ni yo tampoco! Ya has visto el antes. Así es como yo me imaginé que ese hotel podría ser después.

      –Es

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