Un príncipe en el desierto - La mujer más adecuada. Rebecca Winters
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–La decepción –murmuró él–. El más doloroso de los castigos.
–Sí –susurró ella.
–Estoy de acuerdo contigo.
Ella tenía la sensación de que él estaba pensando en algo que le provocaba dolor.
–Vamos a jugar aquí –señaló una mesa bajita que había en una esquina del salón.
Lauren se sentó en los cojines que había alrededor. Rafi se sentó también, con las piernas estiradas. Ella se arrodilló y, al moverse, rozó el hombro de Rafi con el brazo. Ninguno de los dos se retiró.
Él la miró y comentó:
–Enséñame a jugar a la canasta.
Lauren se emocionó al ver que él había llevado una baraja de cartas para pasar más tiempo con ella. Rafi la sacó del bolsillo trasero del pantalón y la dejó sobre la mesa.
–Ya están barajadas.
–Bien. Odio tener que esperar.
Él soltó una carcajada.
–Reparte quince cartas a cada uno.
Rafi obedeció y repartió despacio, mirándola con una sonrisa misteriosa.
Lauren le explicó el juego tratando de ignorar su aura de masculinidad.
–¿Quién te enseñó a jugar?
–Richard, el marido de mi abuela.
Empezaron la partida y ella contestó algunas preguntas más durante el juego. Estuvieron jugando hasta la medianoche y, finalmente, ganó ella por unos pocos puntos.
–Quiero la revancha –dijo él–, pero se te están cerrando los ojos así que te daré las buenas noches y jugaremos mañana.
Ella no sabía si podría sobrevivir hasta entonces.
Él dejó las cartas sobre la mesa y se puso en pie. Ella aceptó la mano que él le ofreció:
–Uy… –comentó al levantarse y chocar contra él–. Lo siento.
–Yo no –le acarició los brazos de arriba abajo–. Llevo toda la noche esperando este momento. Un pequeño premio de consolación.
Al instante la besó en la base del cuello provocando que le temblaran las piernas.
Al levantar la mirada, vio un brillo intenso en el fondo de sus ojos negros.
–Vendré a buscarte a las siete. Si te apetece, hay algo que me gustaría enseñarte. Desayunaremos después –sin decir nada más, se marchó de la habitación.
Lauren miró el reloj.
Ya era de madrugada.
Quizá estuviera soñando. Y si así era, no quería despertar.
Se preparó para acostarse y puso el despertador a las seis y media. En algún momento, se quedó dormida, pero despertó media hora antes de que sonara la alarma porque estaba deseosa de volver a ver a Rafi.
Se dio una ducha, se lavó el cabello y se vistió con unos pantalones oscuros y una blusa blanca. A las siete menos diez oyó que Rafi llamaba a la puerta antes de entrar en la habitación. Llegaba temprano. Él la miró de arriba abajo y dijo:
–Me gustan las mujeres puntuales.
–Lo mismo digo –dijo ella y lo siguió por el pasillo–. ¿Dónde vamos?
–Estoy deseando mostrarte las caballerizas que hay detrás del palacio donde se posan los halcones reales. El mío está guardado allí. A Johara le encanta cazar por la mañana. Tengo la sensación de que te gustará verla.
–¿Te dedicas a la cetrería?
–Cuando era joven era uno de mis pasatiempos favoritos. Hoy en día apenas tengo tiempo para ello –bajaron por una escalera y recorrieron otro pasillo hasta una habitación en la que había tres halcones.
Lauren observó como él se acercaba a uno de los pájaros y comenzaba a hablarle en árabe. El animal ladeó la cabeza hacia él. Rafi agarró un guante especial que había sobre una mesa. Se lo puso y, cuando estiró el brazo, el animal se subió a él.
Ella se acercó a ellos.
–Así que eres una de las mascotas de Rafi. Eres magnífico –«igual que tu dueño», pensó–. Ahora lo comprendo –el halcón ladeó la cabeza y miró a Lauren con sus ojos brillantes.
Rafi esbozó una sonrisa.
–Acompáñanos, Lauren.
Salieron al jardín donde ya calentaba el sol. Había un Jeep aparcado cerca. Rafi soltó al halcón y el ave subió al cielo a toda velocidad.
–¡Tiene una envergadura enorme!
–Noventa centímetros para ser exactos. La seguiremos.
Lauren se subió al Jeep con él y se dirigieron por una pista hasta el desierto.
–Johara dará vueltas en busca de comida. Si no encuentra nada, regresará a mí.
–¿Y después qué pasará?
–La llevaremos de nuevo a la caballeriza para darle de comer. Cuando yo no puedo, alguien se encarga de que los halcones vuelen al menos dos horas al día.
–¿Alguna vez no ha regresado a tu lado y has tenido que ir a buscarla?
–Siempre regresa, pero gracias a que de adolescente me pasé horas y horas entrenándola.
–Entonces, es mayor.
–Sí. No espero que viva mucho más que esta temporada.
–¿Entrenarás a otro halcón después de que muera?
–No. Nunca volveré a tener tanto tiempo.
–¿A lo mejor si algún día tienes un hijo? ¿Un hijo o una hija que le guste tanto la cetrería como a ti?
Al instante, Rafi cambió la expresión de su rostro. Una expresión feroz invadió sus ojos negros y ella se estremeció. Deseaba no haber sacado un tema tan personal.
–Perdona si te he disgustado.
Él la miró fijamente.
–No has hecho nada. Todos tenemos que enfrentarnos a nuestros fantasmas de vez en cuando. ¿Qué te parece si disfrutamos del resto de la mañana y vemos si la edad de Johara ha interferido con su capacidad para perseguir una presa? Cuando era joven podía verlas desde muy lejos.
Pisó el acelerador y se adentraron en el desierto. Diez minutos más tarde llegaron