Un príncipe en el desierto - La mujer más adecuada. Rebecca Winters
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Comieron mientras él contestaba a sus preguntas sobre cetrería con admirable paciencia. Ella le contó todo lo que él quería saber sobre sus viajes con Richard y su abuela. No importaba de qué hablaran. La mirada oscura había desaparecido de los ojos de Rafi y Lauren sabía que conservaría para siempre aquel momento en su memoria.
El sol estaba casi en lo alto cuando ella vio una mancha en el cielo. Rafi también la había visto porque se estaba poniendo el guante y salía para recibir a Johara.
El halcón sobrevoló en círculos y fue aminorando la velocidad hasta aterrizar en el brazo de Rafi.
Mientras él hablaba a su pájaro con suavidad, Lauren permaneció de pie junto a uno de los postes.
–¿No ha habido suerte?
Rafi negó con la cabeza.
–No, pero siempre queda mañana. Eso era lo que le estaba diciendo.
La ternura que mostraba hacia el animal hacía que Lauren pudiera imaginarse bien qué clase de hombre era. Sabía que no había nadie en el mundo como él.
Rafi se dirigió al Jeep. Acomodó al pájaro en el asiento de atrás y le cubrió la cabeza.
–Así se siente más segura –le comentó a Lauren–. ¿Nos vamos? Alguno de los sirvientes recogerá nuestro desayuno.
Lauren se sentó en el asiento del copiloto.
–He comido en muchos restaurantes en mi vida, pero siempre consideraré éste mi favorito –no le importó que su tono fuera cargado de emoción. Quería que él supiera lo que aquella mañana había significado para ella.
Rafi le agarró la mano.
–Aunque no sea cierto, he decidido que quiero creerte.
Lauren reflexionó sobre el extraño comentario durante el trayecto de vuelta. Cuando llegaron a las caballerizas, él llevó al halcón al interior y, después de darle de comer, regresaron al palacio por el pasillo y las escaleras.
Al cabo de un rato llegaron a la suite de Lauren. Ella temía ese momento porque sabía que él tendría trabajo por hacer y que no podría pasar todo el día con ella.
Abrió la puerta y se volvió hacia él:
–Gracias por esa maravillosa excursión. No la olvidaré.
Él la miró con los ojos entrecerrados.
–Yo tampoco. Descansa un poco y vendré a recogerte a las seis.
Rashad se dirigió a su habitación, sorprendido por lo que le estaba sucediendo. Nada más llegar, llamó a Farah, su hermana gemela, y le pidió que fuera a su suite en cuanto pudiera. Sus tres hermanas estaban casadas, pero era Farah la que tenía más corazón.
No tuvo que esperar mucho para que ella apareciera en su salón.
–¿Rashad? –iba vestida con un caftán de color rosa.
–Perdona que te moleste, Farah.
–Nunca molestas.
–Gracias por venir.
–Sabes que haría cualquier cosa por ti –se sentó en una silla frente a él–. ¿Se trata de nuestro padre? ¿Está peor? –sus ojos oscuros se llenaron de lágrimas.
Aquellos ojos eran diferentes de los que había contemplado poco antes en el desierto.
–No. Hay una invitada en el palacio que hace dos días quedó atrapada en una tormenta de arena. Estuvo a punto de morir.
Farah se llevó la mano a la boca horrorizada.
–La ha visto el doctor Tamam y dice que se está recuperando bien, pero creo que le vendría bien tener una amiga mientras esté aquí, para que no se sienta muy sola. Su abuela murió hace poco. Tú eres la persona ideal para ayudarla a superar este difícil momento. ¿Podrías pasar un rato con ella esta tarde?
–Encantada. Haré todo lo que pueda para animarla. ¿Dónde está alojada?
–En la suite del jardín.
Su hermana se puso en pie.
–¿Tú la llevaste allí? –preguntó incrédula. Era conocida como la suite de la luna de miel entre los miembros de la familia real.
–Le pedí al doctor Tamam que la llevaran allí después del reconocimiento. Tras su horrible experiencia pensé que debía estar rodeada de belleza. ¿No estás de acuerdo?
–Oh, sí, ¡por supuesto! Sólo tú pensarías en eso. ¿Quién es?
–Es una mujer joven que vive en Suiza y se llama Lauren Viret. Vino aquí confiando en superar la pérdida de la mujer que la había criado. Quizá te cuente qué era lo que esperaba hacer durante su visita al oasis. Es fácil hablar contigo, Farah.
–Lo intentaré. Tienes razón, no debería estar sola después de haber sufrido esa tormenta de arena.
–Gracias. Te agradezco en el alma que me hagas este favor personal. Una cosa más, le he dicho que soy el jefe de seguridad del palacio.
Ella sonrió.
–Bueno, suponía que no le habrías dicho que eres el príncipe.
–No. Pensé que decírselo sería demasiado para ella y que se sentiría incómoda quedándose aquí. Le he dicho que me llame Rafi.
–Hace años que no oigo a alguien llamarte así –le guiñó un ojo antes de salir al pasillo.
–Mantenme informado, Farah. Si te dice algo que creas que debo saber, ven a contármelo –la siguió.
Ella lo besó en la mejilla.
–Lo prometo.
Él sabía lo que su hermana estaba pensando. Rashad iba a casarse seis meses más tarde. Tenía que llegar el día en que obedeciera a su padre y celebrara la ceremonia que pondría fin a su libertad.
Pero puesto que seguía soltero, su hermana sospechaba que tenía más interés por la chica norteamericana, al margen de su preocupación por que se recuperara después de su mala experiencia. Eso era exactamente lo que Rashad quería que Farah pensara. Si ella pensaba que podía servir para que se desencadenara una situación romántica, mucho mejor. Con su inocencia, Farah era la espía perfecta.
Durante la siesta, Lauren oyó que la doncella la llamaba.
–¿Sí? –preguntó sentándose en la cama.
–Tiene visita, señorita.
Lauren miró el reloj. Sólo eran las cuatro. Se le aceleró el corazón. ¿Rafi se había adelantado porque no podía esperar para verla?
–¿Quién