Por despecho. Miranda Lee
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–¡Oh, Dios! –exclamó Lewis, cuando ella atrapó uno de ellos con los dientes.
La desnuda pasión del estallido de él la excitó, y comenzó a atormentarlo con más intensidad hasta que el pecho de Lewis comenzó un movimiento ascendente y descendente acompañado de una respiración irregular. Cuando los besos de Olivia viajaron hacia su ombligo y sus manos encontraron la cremallera de sus pantalones, él trató de detenerla.
–No –dijo él.
Pero ella pensó que su voz no había sido demasiado firme.
Sonriendo seductoramente, ella tomó sus manos y se las apartó, colocándoselas después en el respaldo del sofá. Olivia tuvo que ponerse prácticamente encima de él para hacerlo, sus senos se apretaron contra el pecho ancho de él. Al sentir la impresionante erección de él contra su vientre, sintió una mezcla de seguridad y excitación. De alguna manera, le aseguraba que Lewis no iba a negarse a hacer lo que ella tenía pensado.
Y tenía un montón de cosas en la cabeza. Todas las cosas que Nicholas pensaba que era incapaz de hacer. Todas las cosas que la querida Ivette había estado dándole en su propio despacho.
La necesidad de venganza, intensificada por su propio deseo, encendió sus venas y envió una orden firme a su corazón.
–Calla –dijo ella–. Tú quieres que lo haga. Lo sabes.
Él juramento que soltó la hizo sonreír.
–Sí, pronto –prometió ella–. Pero, primero, túmbate y disfruta. No tenemos prisa, ¿verdad?
Olivia esbozó de nuevo una sonrisa. Era maravilloso sentirse tan segura.
Desde luego, en realidad, estaba bastante lejos de sentirse segura. Se sentía totalmente fuera de control. Pero necesitaba hacerlo más que ninguna otra cosa en el mundo. Lewis iba a devolverle su autoestima, su confianza y su alma. Él iba a hacer que su espíritu se revitalizara, que se llenara de vida. Iba a hacer que se sintiera de nuevo como una verdadera mujer.
Le fue bastante fácil quitarle la ropa a Lewis. Se maravilló del modo en que sus dedos manejaban su sexo de un modo tan natural, como si fuera una verdadera experta. Y no sintió ninguna repulsión al hacerlo. Era como si se hubiera convertido en otra persona. En una mujer desinhibida y con una gran experiencia.
–Olivia –exclamó Lewis cuando la cabeza de ella comenzó a descender.
Ella se detuvo y lo miró a los ojos.
–Está bien –dijo ella, sonriendo–. Deja de preocuparte.
Lewis se quedó mudo después de eso, excepto por el pequeño ruido que sus uñas comenzaron a hacer sobre el cuero del sofá mientras sus dedos se retorcían.
–Ahora quédate exactamente donde estás –murmuró ella finalmente, apartándose el pelo de la cara y sentándose sobre él–. Prométeme que no te moverás.
Él parecía completamente asombrado mientras ella se desnudaba. Se subió un poco la falda y se quitó las medias y las braguitas. Olivia disfrutó al ver que él devoraba sus piernas con la vista. Se dejó la falda puesta, ya que le parecía muy erótico estar completamente desnuda bajo ella. Y tampoco se quitó la blusa. Eso podía esperar.
Luego se dio la vuelta y volvió a llenar su vaso con champán, dando un buen trago, por si el maravilloso efecto del alcohol comenzara a debilitarse.
Llevándose el vaso con ella, volvió hacia Lewis y se subió a horcajadas sobre él, pero apoyándose con sus rodillas, de modo que sus cuerpos no se tocaran todavía. Olivia dio gracias a que su falda no fuera demasiado ajustada. Y luego dio otro trago de champán.
–Creo que yo necesito también un trago –murmuró Lewis, con voz ronca.
–Bebe del mío –dijo ella, alcanzándole su vaso. Él lo vació y lo arrojó detrás del sofá.
–Tengo que advertirte que no llevo preservativo.
–Ya me he dado cuenta –dijo ella con una pequeña sonrisa, mientras comenzaba a desabrocharse la blusa.
–Esto es una locura, Olivia.
–Tranquilízate, jefe. Sólo soy la vieja Olivia. ¿Crees que puedo suponer un riesgo para la salud?
–Habitualmente no…
–Nicholas siempre usaba preservativos. Y yo empecé a tomar la píldora el mes pasado, ya que confiaba en Nicholas. ¡Qué idiota! Pero no te preocupes. Confío en ti, Lewis. Tú eres un hombre honorable.
–¡Honorable! ¡Dios mío! ¿Y crees que esto es honorable? ¿Dejarte hacer esto cuando sé que estas bebida?
–No subestimes tu atractivo, Lewis. ¿Cómo sabes que no estoy haciendo esto porque me moría por ti y me controlaba sólo porque sabía que eras un hombre felizmente casado? ¿Cómo sabes que yo no he fantaseado contigo cada día de estos seis últimos meses, que no he pensado en que me hacías el amor en el laboratorio o sobre tu escritorio o como ahora?
Ella observó que él estaba ya fuera de sí. Una expresión salvaje y primitiva llenaba su rostro.
Le abrió la camisa, subiéndole el sujetador para descubrir unos pechos llenos y duros. Luego, acercó su lengua al pezón más cercano. Olivia echó hacia atrás la cabeza, y soltó un sensual gemido. Mientras lamía el pezón de ella, Lewis le subió la falda hasta la cintura y la colocó sobre él, empujándola luego hacia abajo.
Olivia jadeó. No estaba segura de por qué esa postura les gustaba tanto a los hombres, pero finalmente comprendió cuál era su atractivo para las mujeres. Nunca se había sentido tan llena, su carne atravesada completamente por la de él. Ella se comenzó a mover de un modo instintivo y voluptuoso, subiendo y bajando de un modo increíblemente placentero.
Todos los pensamientos acerca de Nicholas y las ganas de vengarse de él, desaparecieron al enfrentarse a la experiencia sexual más increíble de toda su vida. Lewis estaba agarrando sus nalgas, apretándolas fuertemente y urgiéndole para que incrementara el ritmo. Ella comenzó a moverse más rápidamente.
La cabeza le daba vueltas y sentía que el cuerpo le ardía. Apenas podía respirar. Su boca se abrió y sus gritos hicieron que Lewis se excitara todavía más, comenzando a jadear hasta que sintió el primer espasmo. Soltó un gemido y echó la cabeza hacia delante. Lewis comenzó a gemir y a arquearse, profundizando más en ella.
Olivia a su vez podía sentir su propia carne, que se contraía alrededor de la de él, apretándola, ordeñándola… Las sensaciones casi le hicieron perder la cabeza. Finalmente, él se relajó bajo ella y se hundió en el sofá.
Olivia se quedó mirando la boca jadeante de él y sus ojos cerrados en tensión, mientras volvía poco a poco en sí. Gradualmente, sus terminaciones nerviosas se relajaron y una ola de satisfacción inundó su cuerpo, haciendo que bajara bruscamente de las alturas como si le hubieran arrojado