Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
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¡Y cuántas ganas tenía de acariciarle!
–¿Lo has traído todo? –le preguntó Olivia–. Para después de clase, quiero decir.
–Sí. ¿Deberíamos…?
Jamie señaló hacia la puerta, pero Olivia detectó un movimiento tras él y desvió la mirada. Acababa de pasar otro estudiante saludando a Olivia con un gesto de cabeza. Pero no fue aquel estudiante el que la hizo quedarse boquiabierta.
–¡Ay, mierda! –musitó.
–¿Me estás evitando? –preguntó Gwen a unos diez metros de distancia.
–¡No! –dijo Olivia.
Pero aquel «no» no iba dirigido a Gwen. Se lo estaba diciendo a Jamie, que se estaba volviendo para mirar tras él.
–¡No mires!
Pero ya era demasiado tarde. Los ojos de Gwen se convirtieron en dos círculos perfectos. Y abrió la boca como si estuviera enseñándosela al dentista. Dio un traspié y se detuvo de pronto.
–¡Hola, Gwen! –la saludó Jamie–. ¿Qué haces por aquí?
–¡Ay, Dios mío! –exclamó Gwen. Desvió la mirada hacia el ordenador portátil de Jamie y miró de nuevo a Olivia–. ¡Dios mío!
Jamie se enderezó. Lo embarazoso de la situación terminó minando su natural cordialidad.
–Eh, creo que voy a buscar un asiento. Solo estoy haciendo un curso de actualización…
Gwen por fin había conseguido cerrar la boca y en aquel momento sonreía como el gato de Alicia, era todo ojos y una enorme sonrisa.
–Adiós, Gwen. Señorita Bishop.
La puerta se cerró en silencio tras él, dejando a Olivia a solas con Gwen.
–¡Ay, Dios mío!
–Gwen…
–Por favor, dime que te llama señorita Bishop mientras te lame como si fueras una piruleta.
–¡Gwen! –Olivia la agarró del brazo y tiró de ella hacia un lado del pasillo–. ¡Cállate!
–¡Mierda, Olivia! ¿Está en tu clase? No lo soporto. Te lo juro por Dios, es demasiado perfecto.
Olivia estaba intentando mantener una expresión de firmeza. Al fin y al cabo, una diminuta parte de sí misma todavía era capaz de conservarla. Por desgracia, otras parecían haber empezado a montar un número de baile en el pasillo, aderezado con patadas al aire y confeti brillante.
–No puedes decírselo a nadie –le advirtió, manteniendo la voz a medio camino entre una orden y un grito histérico.
Gwen se puso a dar saltitos con las manos unidas.
–¡Debería haberme imaginado que estaba pasando algo cuando ayer no me devolviste la llamada! ¿Lo has hecho verdad? ¡Te has acostado con Donovan! ¡Ay, Dios mío! Lo veo, se te nota en todo el cuerpo.
Olivia se asustó, pensando que podía haber pasado algo por alto mientras se duchaba.
–¿Qué?
–Pareces… relajada. Hasta tienes el pelo más suelto. ¿Y te has pintado los ojos para venir a clase? ¡Qué descaro, Olivia!
–¿Me prometes que no se lo contarás a nadie?
–Te lo juro. No pienso repetir nada de lo que me cuentes.
La tensión de Olivia cedió un poco. Se reclinó contra la pared, apoyándose en ella.
–Jamie es… es… ¡Ay, Gwen!
Gwen unió las manos y apoyó en ellas la barbilla, como si fuera una niña esperando un regalo de Navidad.
–Es… ¡Oh, maldita sea! –gimió–. No puedo contarte nada. Me parece mal. Me siento como si fuéramos jugadores de fútbol hablando de mujeres en el pasillo.
Su amiga se entristeció.
–¡Vamos, Olivia!
–No, lo siento. Y ahora tengo que irme. Empiezo la clase dentro de un minuto.
Gwen hizo un gesto restándole importancia.
–¡Bah! Es un curso de verano. Si no quieres darme detalles, por lo menos contesta a esto: ¿es como he pasado horas imaginando que sería?
–¡Gwen!
–Lo digo en serio. ¿He estado empleando bien mis fantasías? Es imposible que sea tan guapo y sea bueno en la cama, ¿verdad? El universo no puede concederle tantas virtudes a un solo hombre.
Olivia sacudió la cabeza con feliz exasperación y se apartó de la pared.
–Tengo que marcharme.
Pero la siguió el último gemido lastimero de Gwen. Y la verdad era que Olivia no quería guardárselo todo. Estaba burbujeando de alegría por lo que había hecho. Así que, antes de marcharse, se acercó y le susurró al oído:
–El universo le ha concedido muchas virtudes. Muchas. En cantidades vergonzosas, te lo juro.
–¡No! –gritó Gwen, haciendo reír a Olivia a carcajadas mientras corría hacia la clase.
Se obligó a sofocar las risas antes de entrar, pero, al parecer, las puertas no estaban insonorizadas. Todos los alumnos estaban pendientes de ella cuando entró y Jamie parecía incluso algo nervioso. Aunque pareció hacerle mucha gracia verla trastabillar hasta detenerse y estirarse el jersey.
La miró con ojos ardientes mientras ella bajaba la escalera y pasaba a solo unos centímetros de él.
–¿Está todo el mundo preparado? –les preguntó a los alumnos.
–Yo sí –sonó una voz por encima de los susurros de asentimiento.
–Muy bien –Olivia ocupó su lugar en la mesa y miró las filas de estudiantes. Pero, al final, miró a Jamie a los ojos–. Vamos a empezar.
Olivia jamás había terminado una clase con aquel grado de excitación, pero había una primera vez para todo. Y Jamie estaba allí, justo delante de ella, rezumando su carisma por todo el aula. Cada vez que posaba los ojos en él, la hacía consciente de su especial presencia. O bien observándola con intensidad o tecleando sus notas con una sonrisa ladeada. Olivia estaba comenzando a preguntarse si después de una hora y media sonrojándose podría terminar desmayándose. De lo que estaba segura era de que estaba ya un poco mareada.
La clase terminó por fin. Y estuvo a punto de gemir cuando vio que dos estudiantes dejaban sus cosas en sus respectivos pupitres para acercarse a preguntarle algo. Una reacción terrible en una profesora, así que se sacudió aquella actitud e hizo un esfuerzo consciente por analizar