Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl

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Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl Tiffany

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ella aparecían cuatro modelos diferentes de hornos para pizza.

      –¿Tenéis una nevera comercial?

      –Tenemos una nevera bastante grande, pero creo que necesitaríamos una más grande. Y también un congelador, aunque quiero que los ingredientes sean frescos.

      Olivia se reclinó en la silla y le sonrió.

      –¿Qué pasa? –le preguntó Jamie con los ojos entrecerrados.

      –Tenemos mucho trabajo que hacer, pero todo lo que me has dicho es alentador. Por lo que me dijiste la vez anterior, pensaba que tenías una idea muy general, que solo habías pensado en la posibilidad de servir comidas. Pero veo que ya has empezado a recrear todo el proyecto. Y tienes una visión realista. Creo que todo va a ser muy fácil.

      –¿Sí?

      –Bueno, va a ser fácil para mí, pero tú vas a tener que trabajar mucho.

      Jamie se echó a reír, pero a Olivia le pareció ver una expresión de alivio cruzando su rostro. Parecía sentirse en un terreno inestable; resultaba extraño ver a un hombre con tanta confianza en sí mismo sintiéndose tan inseguro.

      A Olivia le costaba comprenderlo. Él era uno de los socios de la cervecería. Llevaba la barra con sorprendente habilidad. Pero había algo en su propio proyecto que le generaba inseguridad.

      –¿Y por dónde quieres empezar? –le preguntó.

      –No lo sé. ¿Por dónde te parece que deberíamos empezar?

      –Tienes una gran idea, por no mencionar un local perfecto. Así que, lo siguiente será un análisis comparativo de los competidores y los costes de equipamiento, renovación y diseño. Tendrás que ocuparte del desarrollo de la carta, la campaña de publicidad, el establecimiento de plazos, la elaboración de un presupuesto… –se interrumpió al darse cuenta de que Jamie había palidecido–. ¿Estás bien?

      –Sí, claro que estoy bien. Creo que tengo aquí algunas de esas cosas. Por lo menos en parte.

      A Olivia le parecía imposible que Jamie Donovan pudiera ser más encantador, pero al verle tan vulnerable, no pudo evitar que despertara en ella una nueva oleada de sentimientos cálidos y reconfortantes.

      –Muy bien –le dijo con suavidad–. ¿Por qué no le echamos un vistazo para ver lo que tenemos?

      Jamie soltó un suspiro de alivio, aunque parecía estar preparándose para algo traumático.

      –¡Eh! –Olivia le tomó la mano–. Solo es un jacuzzi –le dijo, repitiendo sus propias palabras–. No tienes por qué tener miedo.

      Jamie entrecerró los ojos.

      –Solo un jacuzzi, ¿eh? Estaría más tranquilo si no hubiera estado mintiendo cuando te lo dije.

      Si hubieran tenido una relación de verdad, en aquel momento, Olivia se habría levantado y habría rodeado el escritorio para darle un abrazo. Se habría sentado en su regazo, le habría abrazado y le habría dicho que no se preocupara, que estaba segura de que sería tan bueno dirigiendo un restaurante como en todo lo demás. Pero solo estaban haciendo de profesores. Por supuesto, con un toque más divertido de lo habitual. De modo que se limitó a apretarle la mano y se la soltó.

      Hasta ese momento, Jamie había cumplido más que de sobra con su parte del compromiso. En aquel momento, le tocaba a ella ayudarle a hacer realidad sus sueños.

      10

      Jamie sacó la cinta métrica del bolsillo y recorrió la cocina de la cervecería con la mirada por última vez. No estaba muy equipada: encimeras, un lavavajillas, una nevera, un horno pequeño y utensilios para algún catering ocasional.

      Desde luego, había sitio suficiente para un horno para pizzas, pero el espacio no representaba ningún problema.

      Midió la pared vacía de la cocina y después el espacio para la preparación de comidas. Él consideraba que era más que suficiente para la pizzería, pero tendría que preguntarle a Olivia. Necesitaban una nevera mucho más grande, pero contaban con toda una pared, de modo que había suficiente espacio para aumentar la zona de la cocina. Sobre la potencia eléctrica no sabía mucho. Tendría que llevar a alguien para que se ocupara de ello. Los electricistas no trabajaban los domingos y sus hermanos estaban allí durante el resto de la semana. Quizá pudiera quedar con alguien a las ocho de la mañana, antes de que apareciera todo el mundo.

      –¡Hola!

      Jamie dio media vuelta y guardó con torpeza la cinta métrica antes de darse cuenta de que no era la voz de Eric.

      –¿Dónde demonios está la cebada de primavera que pedí el mes pasado?

      El alivio de Jamie fue tal que hasta sufrió un ligero vértigo al ver que era Wallace, el maestro cervecero. Un extraño alivio, teniendo en cuenta que el enorme y barbado rostro de Wallace estaba arrugado por un ceño de furia.

      –¿Y bien? –bramó.

      –Tranquilízate. Cuando la pedí, ya te dije que tardaría por lo menos tres meses. Todavía no la han cosechado siquiera.

      –¿Cómo demonios se supone que voy a trabajar en la nueva India pale ale si no tengo la cebada?

      Jamie se encogió de hombros, acostumbrado como estaba a los ataques de cólera de Wallace.

      –Pensaba que estabas trabajando en una cerveza negra con sabor a chocolate picante.

      –¡Sí! Y en la de trigo con arándanos, y en la ale oscura. Trabajo en más de una cerveza a la vez, por si no se había dado cuenta, señor Donovan.

      ¡Oh, por el amor de Dios! ¿Qué demonios le pasaba aquel día?

      –¿Qué haces? –preguntó Wallace de pronto, bajando la mirada hacia la cinta métrica que descansaba en el suelo, entre ellos.

      –¿Qué? –graznó Jamie.

      El maestro cervecero señaló condescenciente hacia el objeto en cuestión.

      –¡Ah, eso! –Jamie se agachó para recogerla y se la metió en el bolsillo–. Tomando medidas.

      –Sí, eso ya lo he entendido. ¿Pero qué…?

      –Eh, ¿estás bien, tío? Pareces muy tenso.

      Wallace encogió sus enormes hombros y pareció olvidarse de la cinta métrica.

      –Eh… ya sabes, problemas personales.

      –¿Problemas con alguna mujer? –preguntó Jamie, pero en cuanto salieron las palabras de su boca se dio cuenta de su error–. ¿O con algún hombre?

      Nunca se sabía con quién estaba saliendo Wallace.

      –Sí –contestó él, y Jamie se limitó a asentir.

      Wallace posó una de sus enormes manos en el hombro de Jamie y se inclinó hacia él. Jamie se descubrió con la mirada fija en sus fieros

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