Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
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A Olivia le parecía increíble que la gente hiciera cosas como aquella cada día.
–Estoy impresionado –admitió Jamie–. No has mirado el reloj ni una sola vez.
–Porque no quiero saber lo tarde que es.
–Es tarde –le informó él mientras subían hasta su puerta–. Muy tarde.
¡Ay, Dios! ¿Y eso significaba que quería quedarse o marcharse? ¿Pero cómo podía estar tan insegura cuando habían estado a punto de hacer el amor en la calle?
–Jamie –dijo mientras abría la puerta–, es tarde, pero…
–Déjame quedarme –la urgió él, agarrándola por la cintura antes de que tuviera tiempo de volverse–. Déjame quedarme –se presionó contra su espalda.
Su cuerpo encajaba perfectamente con el de Olivia.
–Estás de broma, ¿verdad? Pensaba hacerte entrar y cerrar después la puerta con llave.
–Gracias a Dios –susurró Jamie, besando ya su cuello–. Porque no soy capaz de apartar las manos de ti.
Olivia dejó caer el bolso al suelo, se volvió hacia él y buscó los botones de la camisa mientras él encontraba su boca. Parecieron pasar semanas hasta que llegaron a la cama. Meses. Olivia le apartó la camisa y metió las manos bajo la camiseta. Cuando le rodeó las costillas con los brazos, notó la piel de Jamie cinco veces más caliente que la suya. Y en el momento en el que deslizó las uñas a lo largo de su espalda, él se sobresaltó.
Demasiado impaciente como para entretenerse en una lenta exploración, Olivia le levantó la camiseta.
–¿Tienes cosquillas?
–Un poco –respondió él con la voz amortiguada por el algodón de la camiseta mientras ella terminaba de quitarle la prenda.
Olivia se concentró entonces en saborear el calor de su pecho.
–Mmmm –musitó, haciéndole tensarse–. ¿Solo un poco?
–A lo mejor más que la media.
–¡Dios mío, me encanta! ¿Cómo es posible que no lo haya notado antes?
–¿Porque estabas demasiado ocupada aniquilándome?
–Exacto –susurró, distraída por la sensación del vello hirsuto que cubría su pecho. Cuando deslizó las manos por sus costados, Jamie se estremeció–. Lo siento, yo…
Estaba demasiado excitada como para seguir hablando, de modo que le desabrochó el cinturón y fue desabotonándole los vaqueros lentamente, botón a botón.
–¿Te he dicho alguna vez lo atractivo que eres? –preguntó con la mirada fija en el bulto que sobresalía en los boxers de color negro.
–Es posible… ¡Oh, Dios mío!
Olivia no conseguía abrirse camino con los dedos bajo la tela, así que renunció y hundió la mano por la banda elástica.
–¿Tienes cosquillas? –volvió a preguntarle a Jamie cuando este se estremeció.
–No. Ni una maldita cosquilla.
–Mm –ni siquiera así podía rodear todo su sexo.
Cuando Jamie se desabrochaba el cinturón, la palabra «atractivo» apenas servía para describirle. Bajo el cinturón, Jamie era glorioso.
Olivia le acarició. Él la besó y deslizó las manos a lo largo del escote del vestido, aflojando la tela y bajándola por sus hombros y sus brazos. Olivia volvió a acariciarle y le besó con más fuerza al sentir la humedad en la cabeza de su miembro.
–Vamos a la cama –susurró.
Jamie asintió y comenzó a arrastrarla hacia atrás. A Olivia le costaba creer que se pudiera reír y estar tan excitada al mismo tiempo, pero se descubrió a sí misma riendo con nerviosismo.
–Eso es la cocina –le avisó, lamentando tener que separarse de él para así poder indicarle cuál era la dirección correcta.
Jamie le agarró la mano y tiró de ella para llevarla al dormitorio.
–Una cama alta –musitó Jamie al ver la cama con dosel.
–Lo sé. Es…
–Perfecta. Ven aquí…
–¿Qué?
Jamie tiró del vestido, se lo bajó por completo y la abrazó un instante. Aquel día, Olivia no se había puesto sujetador. De hecho, había prescindido de él a propósito y, en aquel momento, se alegró sobremanera, porque Jamie inclinó la cabeza y succionó el pezón sin la menor vacilación. Todavía atrapada entre sus brazos, lo único que pudo hacer ella fue echar la cabeza hacia atrás y sentir.
–Eres tan sensible –dijo Jamie con voz queda, acariciando con un aliento helado el pezón–. Me encanta.
Ella se estremeció y deseó, por un instante, poder tener las manos libres para taparse. Sus senos no eran dignos de contemplación. En absoluto. Pero Jamie la besaba una y otra vez como si le gustaran. Después, Jamie terminó de quitarle el vestido antes de girarla.
Olivia parpadeó sorprendida y abrió los ojos con asombro cuando Jamie posó la mano en el centro de su espalda y la hizo inclinarse ligeramente. Sintió los muslos contra el borde de la cama y, con las manos de Jamie presionando hacia delante, no le quedó otro remedio que inclinarse.
Posó las manos sobre el colchón; después apoyó el estómago. Les siguieron las mejillas. Extendió los dedos sobre la cama y contuvo la respiración expectante. La mano de Jamie comenzó a descender por su espalda. Llegó al borde de las bragas y se las bajó con un movimiento rápido.
Estaba expuesta ante él. Desnuda, salvo por los tacones. Abierta para él. El corazón le latía con tanta fuerza que lo sentía como un tambor en los oídos. Por encima del correr palpitante de la sangre, oyó la leve caída de la tela, el sonido sordo de sus zapatos al caer al suelo, el susurro del envoltorio al rasgarse. Y, después, sintió la mano de Jamie agarrando su cadera.
Olivia cerró los ojos y aplastó la mejilla contra la cama. Parecía algo… impersonal, pero, de alguna manera, aquello lo convertía en algo más íntimo. Se sentía vulnerable en extremo, esperando a que Jamie la tomara.
Esperaba que se hundiera en ella y se preparó para recibir el impacto, pero, al parecer, él tenía otra idea. Sintió sus dedos a lo largo de su cuerpo, trazando un húmedo camino hasta su clítoris. Olivia jadeó ante aquel contacto, parpadeó y abrió los ojos de par en par. Y se quedó estupefacta al descubrirse con la mirada clavada en una imagen erótica.
Pero no era cualquier