No te alejes de mí - Innegable atracción. Melissa Mcclone
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–Estoy sola –reconoció ella.
–Entonces, creo que solo queda la opción de ir a un centro de atención especializada –le explicó el doctor Marshall–. Hay varios en Seattle.
–Me parece la solución perfecta –repuso Cullen.
Pero ella no lo tenía tan claro. En Bellingham tendría acceso al instituto y estaría en su casa. No le hacía gracia tener que quedarse una temporada en Seattle, pero vio que no tenía otra opción.
–Supongo que sí. Siempre y cuando tenga mi ordenador portátil y acceso a los datos…
–Pero no creo que vayas a poder concentrarte durante mucho tiempo en el trabajo –le advirtió Cullen–. Si no te lo tomas en serio, puedes sufrir problemas de visión y dolores de cabeza.
–Puedo usar un temporizador para limitar mi uso en el ordenador –les ofreció ella.
–El doctor Gray tiene razón, no intentes hacer demasiadas cosas demasiado pronto –le aconsejó su médico–. Debes descansar y recuperarte.
No podía imaginarse nada peor, no podía permitírselo cuando el segundo volcán más activo de la zona podría estar a punto de entrar en erupción.
–Te vas a morir de aburrimiento –adivinó Cullen.
Una vez más, le dio miedo ver lo bien que la conocía. Pero no era el momento para pensar en esas cosas. Como acababan de decirle, tenía suerte de estar viva.
–Bueno, hay otra opción –le dijo Cullen pocos minutos después.
Se miraron a los ojos y ella sintió que la habitación le daba vueltas. Cerró un instante los ojos. Cuando los abrió de nuevo, todo estaba donde tenía que estar y Cullen la miraba con intensidad.
–¿Cuál?
–Ven conmigo a Hood Hamlet –le dijo Cullen.
Abrió la boca al oírlo y se quedó sin aliento.
–Tengo Internet –continuó Cullen con un guiño–. Te prometo que no te aburrirás.
De eso estaba segura. No iba a poder aburrirse mientras luchaba para proteger su corazón.
En el hospital, la gente entraba y salía de su habitación continuamente, no pasaba demasiado tiempo a solas con él. Además, pasaba las noches en un hotel. Pero en su casa…
Sabía que sería demasiado peligroso.
Trató de hablar, pero no podía. Solo sabía que era mala idea ir a su casa. Prefería ir a un centro de cuidados especiales donde sin duda acabaría muriendo de puro aburrimiento.
Era muy complicado tenerlo cerca, le hacía recordar lo bien que habían estado juntos, al menos al principio. No quería que Cullen se convirtiera en su cuidador, no le gustaba ser vulnerable ni estar a la merced de nadie. Temía llegar a sentir dependencia o volver a enamorarse…
Creía que Cullen tenía el suficiente poder sobre ella como para romper su corazón en mil pedazos y no podía permitir que eso sucediera.
Cullen se quedó sin aliento mientras esperaba la respuesta de Sarah, rezando para que rechazara su oferta. Acababa de ofrecerle su casa para recuperarse, pero ella había reaccionado con un gesto muy parecido al pánico, como si acabara de condenarla a cadena perpetua.
No entendía por qué lo había hecho. Lamentaba haberlo sugerido, pero Sarah le había parecido tan desolada al ver que iba a tener que ingresar en un centro de cuidados especiales que había sentido la necesidad de hacer algo al respecto. Sabía que una buena actitud era importante en la recuperación de un paciente y creía que ese tipo de centros no eran el mejor lugar para Sarah.
Se dio cuenta demasiado tarde de que los paseos por el hospital de la mano y las conversaciones que había tenido con ella habían conseguido ablandarlo.
Un zumbido interrumpió sus pensamientos, era el buscapersonas del doctor Marshall.
–Me tengo que ir –les anunció–. Dile a la enfermera lo que has decidido para que prepare tu alta y la admisión en otro centro.
El médico salió de la habitación sin mirar atrás.
En cuanto se cerró la puerta, la tensión se hizo más palpable aún. En su trabajo se había enfrentado a retos muy duros, pero nunca se había sentido tan fuera de su elemento como en esos momentos. Sarah parecía nerviosa y no lo miraba a los ojos.
–Solo trataba de ayudarte para que pudieras tener otra opción –le dijo él por fin.
–Es que me sorprende que quieras tenerme cerca –contestó Sarah.
–Quiero que te recuperes y te sientas mejor. Eso es todo –le aseguró él.
Ella lo estudió como si estuviera tratando de determinar qué tipo de roca volcánica era.
–Es muy amable por tu parte –contestó Sarah con cierta suspicacia que consiguió molestarle.
–Hace mucho que nos conocemos.
Sarah se quedó unos segundos callada antes de contestarle.
–Es que…
–¿Tan horrible sería pasar unas semanas en mi casa?
–No, no sería horrible –admitió Sarah–. En absoluto.
Sus palabras eran un gran alivio, pero consiguieron que se sintiera aún más confundido.
–Entonces, ¿cuál es el problema?
–No quiero ser una carga.
–No lo serás –le aseguró él.
–Llevas una semana sin poder trabajar por estar aquí y…
–Pero no será así en casa. Podré volver al trabajo y al equipo de rescate de montaña.
–Entonces, ¿estaría sola?
–Buenos, mis amigos se han ofrecido a ayudarme. Hago turnos de doce horas en el hospital y la unidad de rescate mantiene a los equipos listos en la montaña durante los meses de mayo y junio por si es necesario actuar. No pasaré mucho tiempo en casa –le dijo él–. Bueno, ¿qué te parece?
–Aprecio la oferta, de verdad. Pero no sé…
Su incertidumbre le pareció sincera.
–¿Tengo que decidirlo ahora mismo?
–El doctor Marshall quiere que le digas a la enfermera lo que decidas. Si prefieres un centro, hay que llamar para encontrar plaza en uno. Pero recuerda que la actitud que tengas juega un papel muy importante en tu recuperación. Y creo que Hood Hamlet será mejor para ti en ese sentido.
–Dame un minuto para pensar en ello