No te alejes de mí - Innegable atracción. Melissa Mcclone

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No te alejes de mí - Innegable atracción - Melissa Mcclone Omnibus Jazmin

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style="font-size:15px;">      –Está bastante lejos.

      –Sí, pero no tengo que ir todos los días. Son turnos de doce horas cada uno –le recordó él.

      –Aun así, es mucho tiempo al volante –insistió Sarah–. ¿Por qué vives tan lejos?

      –Me gusta Hood Hamlet. Es un sitio con mucho encanto.

      –Pero tú nunca te has dejado engañar por esas cosas –le dijo ella–. Recuerdo muy bien lo que te pareció Leavenworth, una trampa para turistas de inspiración bávara.

      Sonrió al recordar su visita al pequeño pueblo al este de las montañas Cascades.

      –Me gustaba escalar en esa zona, pero Hood Hamlet es diferente. Tiene algo casi mágico.

      –¿Qué? –le dijo Sarah riendo–. ¿Desde cuándo crees en la magia?

      Entendía su incredulidad. Tras la muerte de Blaine, había dejado de creer en cualquier tipo de magia. No creía en nada que no pudiera ver o tocar. Durante los últimos años, solo había tenido una cosa en su vida que había desafiado por completo la razón, su relación con Sarah.

      –Es difícil no creer en la magia cuando estás allí. Y no soy el único que lo siente.

      –Deben de haber puesto algo en el agua –bromeó Sarah.

      –Puede que tengas razón.

      –Bueno. Sea lo que sea, espero que no sea contagioso –comentó Sarah.

      –Mientras no entre en erupción el monte Hood, creo que serás inmune a sus encantos.

      Había esperado que ella lo contradijera, aunque solo fuera para discutir con él, pero no lo hizo.

      –¿Qué más hace que ese pueblo sea tan mágico? –le preguntó Sarah.

      –La gente. Forman una comunidad extraordinaria.

      Era algo de lo que había sido especialmente consciente tras el accidente de Sarah.

      –Son muy acogedores con los que vienen de fuera. Por eso me mudé a este pueblo –le confesó–. Vine hasta el monte Hood un día y comí en la cervecería local. Fue entonces cuando conocí al propietario, Jake Porter. Cuando se enteró de que había trabajado con el equipo de rescate en Seattle, me habló de su unidad local. Me invitó a escalar con él y lo hicimos. Así conocí a otras personas. Me comentaron que se alquilaba una cabaña y poco después estaba firmando el contrato de alquiler para un año.

      –Un año es todo un compromiso, yo prefiero renovar el contrato de mi piso cada mes.

      –Siempre te gusta tener disponible una ruta de escape, ya me había dado cuenta –le dijo él.

      –Es que yo prefiero no meterme en una situación en la que me pueda ver atrapada.

      –Pero a lo mejor hay alguien en esa situación que te pueda ayudar a escapar.

      –Prefiero no tener que verme así por si en el momento crítico no están –contestó Sarah.

      Le sorprendió verla tan amargada y esperaba que no estuviera así por culpa de su separación.

      –La gente puede sorprenderte.

      –Sí, lo sé. Normalmente me sorprenden, pero no de la manera que espero.

      No estaba seguro de lo que quería decir, pero sintió que acababa de darle una puñalada.

      –¿Hablas también de mí? –le preguntó en voz baja.

      –Sí.

      Su respuesta fue un cuchillo que atravesó su corazón. No debería haberle sorprendido. Sarah era impulsiva, impaciente y con tendencia a entrar en erupción, como los volcanes que tanto le gustaban. Había tratado de cuidar de ella durante su matrimonio, pero Sarah lo había rechazado. Había tratado de hacerla feliz, pero nunca parecía terminar de estarlo.

      Se había dado cuenta de que era muy parecida a Blaine.

      –¿No vas a darme más detalles?

      –Te has portado muy bien conmigo desde el accidente –le dijo ella con gratitud–. No lo esperaba.

      –Bueno, las parejas en nuestra situación pueden llegar a tener una buena relación.

      –Sí, supongo. Sobre todo cuando tenemos claro que los dos queremos el divorcio.

      El cuchillo se hundió un poco más en su corazón.

      –Claro –masculló entre dientes.

      Sonaba en la radio una alegre canción que contrastaba con lo que estaba sintiendo en esos momentos. Le costó contenerse para no apagarla y detener la música.

      –Me alegra que hayas encontrado un sitio donde te encuentras tan bien –le dijo Sarah.

      –Hood Hamlet es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.

      Recordó la lista que había elaborado de lugares en los que podrían vivir después de terminar sus prácticas. Portland había sido una de las mejores opciones porque tenía el observatorio vulcanológico del monte Cascades. De haber seguido juntos, no estaría en Hood Hamlet.

      –El único inconveniente es que la gente es un poco entrometida –le dijo él.

      –Típico de los pueblos pequeños.

      –A veces me olvido de lo pequeño que es.

      –Entonces, ¿van a hablar de nosotros? –le preguntó Sarah.

      Él respiró hondo y exhaló lentamente antes de contestar.

      –Ya lo hacen.

      –¿Por qué?

      Cullen lamentó habérselo dicho.

      –Nadie sabía que estaba casado hasta tu accidente.

      Vio de reojo que Sarah abría la boca sorprendida.

      –¿Por qué no se lo habías dicho?

      –Bueno, no se lo dije a nadie porque ya no eras parte de mi vida y podía mudarme a Hood Hamlet y hacer borrón y cuenta nueva.

      Vio que estaba pálida y que parecía dolida.

      –¿Les hiciste creer que estabas soltero?

      –Bueno, la verdad es que no es algo que planeé, surgió así –repuso él a la defensiva–. Y no me mires como si yo fuera el malo de la película. Después de todo, fuiste tú la que sugirió que nos divorciáramos.

      –Es cierto, pero tú estuviste de acuerdo –replicó Sarah–. Yo no fui la que me mudé a otro estado ni actué como si estuviera soltera.

      –Yo tampoco actúo de esa manera.

      –No,

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