No te alejes de mí - Innegable atracción. Melissa Mcclone
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–¿Mejor?
Mientras ponía de nuevo el tubo en la mesita, le pareció percibir un leve movimiento. La manta se había deslizado. Había movido de nuevo el brazo izquierdo.
–¡Sarah!
Ella parpadeó. Una vez, dos veces. Se abrieron entonces sus ojos y lo miraron.
–¿Todavía estás aquí? –le preguntó Sarah con sorpresa y alivio a la vez.
–Ya te dije que no me iba a ninguna parte.
Ella tomó su mano y la apretó.
–Pero lo hiciste.
Sintió cómo el calor emanaba del punto donde se unían sus manos y no pudo evitar estremecerse. Suponía que no tardaría en soltarlo, pero no lo hizo. Se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos y las comisuras de sus labios se curvaron en una tímida sonrisa.
Trató de recordar que aquello no era importante, que lo tocaba con cariño y agradecimientos, pero no podía ignorar el hormigueo que sentía por el cuerpo. Era muy agradable. Demasiado.
–¿Tienes sed? –le preguntó apartando la mano.
–Sí, agua, por favor.
Apretó un botón en la cama para levantar la cabecera. Tomó un vaso de agua de la mesita y se lo llevó a la boca. Colocó la pajita sobre su labio inferior para que pudiera beber. A pesar del bálsamo que acababa de aplicarle, sus labios seguían muy secos. No pudo evitar pensar en lo suaves y dulces que sabían cuando la besaba.
Pero sabía que no era el momento para pensar en esas cosas. Porque no iba a haber ningún beso más, por mucho que hubiera disfrutado de ellos en el pasado.
–Bebe lentamente –le advirtió él.
Sarah hizo lo que le pedía.
–¿Dónde estoy? –le preguntó después–. ¿Qué ha pasado?
Le despertó mucha ternura su ronquera. Agarró el vaso de agua para resistir la tentación de apartarle el pelo de la cara.
–Estás en un hospital de Seattle. Hubo una explosión de vapor en el cráter del Baker. Te golpeó una roca y te caíste.
–¿Continuó la explosión de vapor durante mucho tiempo? –le preguntó Sarah.
–No –le dijo él–. Pero hablé con Tucker Samson, que me dijo que era tu jefe, y cree que puede ser una señal de que pronto se producirá una erupción más importante.
Vio cómo fruncía el ceño por debajo de la venda que tenía en la frente.
–La verdad es que apenas recuerdo nada…
–Es normal. Sufriste una conmoción cerebral, pero ya estás mejor.
Vio que sus palabras no habían conseguido tranquilizarla, había pánico en sus ojos.
–No estaba allí arriba sola, estaba con…
–Otras dos personas también resultaron heridas, pero ya han sido dadas de alta. Tú te llevaste la peor parte. Caíste a una distancia considerable cuando te golpeó esa roca.
Ya no le resultaba tan difícil pronunciar esas palabras, pero la imagen de Sarah cuando la vio por primera vez en el hospital lo perseguía. Se había sentido tan impotente como cuando había tratado de ayudar a Blaine, que lo culpaba de su adicción a las drogas, y de cuando intentó revivirlo cuando una sobredosis le produjo un paro cardíaco. Había sido difícil tener que ver cómo otros se encargaban de ayudar a Sarah.
–Supongo que por eso me siento como si hubiera participado en un combate de boxeo –le dijo.
Vio que no había perdido su sentido del humor. Eso y su inteligencia habían sido dos de las características más atractivas de Sarah. Además de su bello cuerpo.
–Bebe más –le pidió acercándole la pajita y el vaso.
–Ya es suficiente. Gracias –repuso ella después.
–Te vendrá bien chupar trocitos de hielo para hidratar la garganta. ¿Tienes hambre?
–No –contestó ella–. ¿Debería tenerla?
No parecía la misma mujer fuerte e independiente con la que se había casado. La vulnerabilidad que reflejaban su mirada y su voz hizo que le diera un vuelco el corazón. Le entraron ganas de abrazarla hasta que se sintiera mejor y desapareciera esa incertidumbre de su voz. Pero sabía que no era buena idea tocarla, aunque fuera solo por compasión.
–Seguro que recuperas pronto el apetito.
–Supongo que a mi apetito no le gusta la comida de hospital –le dijo ella sonriendo.
–Es que tu apetito es muy listo.
Sarah sonrió de nuevo y él le devolvió el mismo gesto. Pensó que esa conversación estaba yendo mucho mejor de lo que había imaginado.
–Te traeré a escondidas comida de verdad, no te preocupes.
–Sé que debo comer, aunque no tenga ganas. Tengo trabajo pendiente en el instituto.
Sus palabras lo dejaron sin aliento y recordó entonces que Sarah era, por encima de todo, una científica. El estudio de los volcanes no era un trabajo para ella, sino una pasión. Le habría gustado que pusiera el mismo esfuerzo en sus relaciones personales. Y en él.
–No hace falta que vayas, otros pueden analizar los datos. Ahora tienes que recuperarte.
–Pero me necesitan. Y son mis sismómetros los que están allí arriba –protestó Sarah.
–¿Son tuyos?
–Bueno, no. Los compramos gracias a una donación, pero los datos… ¿Se ha dañado el equipo?
–Tucker me dijo que pudieron recuperarlo y están analizando los datos del ordenador portátil.
–¡Menos mal! ¿Cuándo podré salir de aquí? Creo que podemos utilizar los datos para averiguar lo que va a pasar en el volcán. Si podemos predecir una erupción con éxito, se podrá utilizar el mismo proceso con otros volcanes y salvar muchas vidas.
Le gustaba ver la pasión con la que hablaba de su trabajo. A él le pasaba lo mismo, pero tenía que decirle la verdad.
–La conmoción cerebral es una de tus muchas lesiones.
Sarah se miró a sí misma y se fijó en la escayola del brazo.
–Puedo subir al Baker con el brazo en cabestrillo –le aseguró Sarah.
–¿Y qué harías si te resbalaras? Ya es bastante difícil tu trabajo como para hacerlo con una sola mano. Y también has sufrido lesiones internas, como un pulmón colapsado, algunas costillas rotas y contusiones. Por no hablar de que