Ardiente atracción - Un plan imperfecto. Brenda Jackson
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–Sí. Según nuestra base de datos, pertenece a un coche que ha sido robado esta mañana. ¿Dónde estás?
–Ahora mismo estoy en la intersección entre Firestone y Tinsel, en dirección a Purcell Park.
–¿La mujer lleva un coche caro y nuevo?
–Sí, parece que sí. ¿Por qué?
–Estoy pensando que igual quieren robárselo. Voy para allá. No hagas nada estúpido hasta que llegue.
Canyon miró al cielo. ¿Significaba eso que podía hacer algo estúpido cuando Pete llegara?
Solo de pensar en que alguien acosara a Keisha se ponía furioso, aunque él estuviera haciendo eso mismo. La gran diferencia era que él no pretendía lastimarla. No podía decir lo mismo del conductor del otro coche.
Lo primero que había que evitar era que el acosador supiera dónde vivía Keisha, caviló él. Si ella estaba yendo a casa, no tenía tiempo para esperar a Pete, pues la jefatura estaba en la otra punta de la ciudad.
En ese momento, Canyon tomó una decisión.
Se ocuparía de la situación él solo.
Keisha se movía al ritmo de la música de la radio del coche. Le encantaba ese canal, donde ponían sus canciones favoritas todo el día, sin anuncios. Y ese día, necesitaba distraerse.
Había tenido un mal día, todo había empezado a las diez, en el juzgado. Apenas había tenido tiempo para comer antes de tener que regresar para otro caso. Alrededor de las tres, había llegado a su oficina para asistir a una reunión. Al menos, era viernes.
Sin embargo, tampoco iba a poder descansar mucho el fin de semana. Aunque no debía desanimarse. Había ganado tres casos esa semana y sus jefes, Leonard Spivey y Adam Whitlock, estaban contentos con ella.
Hacía tres años, a Leonard le había disgustado que se hubiera mudado a Texas y hubiera avisado solo con una semana de antelación. Pero, como había sido una de las mejores abogadas de la firma, le había dado buenas referencias… y la había recibido con los brazos abiertos cuando había regresado a Denver.
A veces, las cosas sucedían por algo. Cuando se había mudado a Texas, no había tardado mucho en encontrar otro empleo, en Austin. Y, si no hubiera vuelto a su hogar, no se habría enterado de que su madre padecía cáncer de pecho.
Por suerte, Keisha había podido acompañarla en los momentos difíciles. Siempre se habían llevado bien. Lynn Ashford era una mujer fuerte e independiente, madre soltera. Después de que el padre de Keisha hubiera negado su paternidad, Lynn se había ido de Austin y se había establecido con su hija en Baton Rouge.
Había vivido muchos momentos difíciles en la infancia. Para compensar la situación, su madre había tenido dos empleos y había dejado a Keisha al cuidado de su abuela. Al haber sido testigo de lo mucho que su madre había trabajado para salir adelante sin ayuda de un hombre, había comprendido que, si era necesario, ella podía hacer lo mismo.
Con el corazón encogido, Keisha pensó en el hombre que se lo había demostrado.
Canyon Westmoreland.
Se había enamorado de él desde el primer día, pero su amor había muerto cuando había descubierto que él le había sido infiel. Ella podía tolerar muchas cosas, pero la infidelidad no era una de ellas. No era posible mantener una relación sin confianza… Ni siquiera una relación que ella había creído tan prometedora. Sin embargo, era obvio que se había equivocado.
Después de tres años, Keisha había vuelto a Denver. El escándalo que había salpicado al despacho de abogados para el que trabajaba en Austin la había obligado a ello. Echaba de menos a su madre, pero al menos, al regresar al despacho de Spivey y Whitlock, había sabido que no tendría que empezar desde abajo. Necesitaba el dinero y ya no podía pensar solo en sí misma. De todas maneras, para evitar encontrarse con Canyon, se había establecido en una casa en la otra punta de la ciudad.
Keisha conocía la historia de los padres y los tíos de Canyon, que habían muerto en un accidente de avión y habían dejado quince huérfanos, muchos de ellos menores de dieciséis años. Manteniéndose unida, lo que había quedado de la familia Westmoreland había superado los tiempos difíciles y, en la actualidad, estaba disfrutando de su fortuna, gracias al éxito de la empresa de gestión de terrenos Blue Ridge.
Los padres de Canyon habían tenido siete hijos: Dillon, Micah, Jason, Riley, Canyon, Stern y Brisbane. Sus tíos habían tenido ocho, cinco chicos: Ramsey, Zane, Derringer, y los gemelos Aiden y Adrian; y tres chicas: Megan, Gemma y Bailey. Por lo que Keisha sabía, la mayoría de los Westmoreland había ido a la universidad y tenían buenos puestos de trabajo. Ocho de ellos trabajaban para la empresa familiar. Ella los había conocido a casi todos cuando había asistido al baile de los Westmoreland. La fiesta era un evento destacado en la ciudad y los beneficios que sacaban iban destinados a organizaciones benéficas.
Entonces, Keisha no pudo evitar pensar en él. Lo había amado con toda su alma y había creído que él la correspondía. Le había abierto su corazón y su hogar. Él se había mudado a vivir con ella después de haber salido juntos seis meses. Y ella había asumido que su relación había ido viento en popa. Pero había sido un error.
El sonido de un claxon la hizo mirar por el espejo retrovisor. ¿Qué sucedía?
Los conductores de dos coches que había detrás de ella parecían estar luchando por sacarse el uno al otro de la carretera.
Como lo último que necesitaba era verse implicada en una pelea de gallitos que querían ser los amos del asfalto, aceleró y los dejó atrás.
Entonces, miró el reloj. Estaba ansiosa por llegar a su destino y encontrarse con la persona que la estaba esperando.
El coche negro aceleró y desapareció de allí. Aunque Canyon se había acercado mucho a él, los cristales tintados le habían impedido ver al conductor o a la conductora.
Cuando volvió a posar la atención en la carretera, vio que Keisha tomaba un desvío. Continuó siguiéndola a cierta distancia, sin querer que ella lo viera.
Entonces, la vio parar delante de una guardería. Frunció el ceño. ¿Por qué iba ella a ir a una guardería? Quizá estaba haciendo un favor a alguna compañera recogiendo a su hijo o, tal vez, se había ofrecido a hacer de canguro.
Deteniendo el coche, la observó acercarse a la puerta con una gran sonrisa. Sin duda, debía de estar contenta porque se acercaba el fin de semana. Era una suerte que estuviera de buen humor, pensó. Así, tal vez, no se enfadaría al descubrir que la había seguido a casa. Embobado, se quedó contemplando su contoneo hasta que la perdió de vista.
Entonces, le sonó el móvil. Canyon esperaba que no fuera Stern de nuevo. Al mirar la pantalla, vio que era su prima Bailey, la más joven de la familia Westmoreland.
–Hola, Bay, ¿qué tal? –saludó Canyon.
–Zane ha vuelto hoy.
Su primo Zane se había ido de la ciudad hacía tres semanas. Él había pensado que estaba en viaje de negocios, pero luego había descubierto que estaba corriendo detrás de una mujer con la que había salido, llamada Channing Hastings. Se rumoreaba que Zane volvía a casa con una alianza