Ardiente atracción - Un plan imperfecto. Brenda Jackson
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–Bueno, yo me alegro de que haya entrado en razón –comentó Bailey–. No te olvides de que esta noche hemos quedado.
Todos los viernes, los Westmoreland se reunían en casa de Dillon. Las mujeres hacían la comida y, después, los hombres se enfrascaban en una partida de póquer.
–Puede que llegue un poco tarde –avisó Canyon. No sabía cuánto tiempo iba a necesitar para hablar con Keisha. Si ella iba a hacer de canguro, tendría que seguirla a casa para ver dónde vivía y volver otro día. Además, tenía que advertirle de que otra persona la había estado siguiendo.
–¿Por qué?
–¿Por qué qué? –preguntó Canyon, frunciendo el ceño.
–¿Por qué vas a llegar tarde? Dillon me ha dicho que hoy has salido temprano del trabajo.
En vez de responderle, Canyon dio unos golpecitos con el dedo en el auricular.
–Se está yendo la cobertura. Hablamos luego.
Después de colgar, Canyon vio salir a Keisha. Ella seguía sonriendo, lo que era buena señal. Y estaba hablando con un niño de unos dos años que llevaba de la mano.
Contemplando al pequeño, pensó que parecía el doble del hijo de Dillon. Una extraña sensación se apoderó de él mientras seguía observando al niño, que sonreía tanto como ella.
Entonces, Canyon contuvo el aliento. Solo había una razón que explicara por qué se parecía tanto a un Westmoreland, pensó, aferrándose al volante.
Sin pensarlo, se quitó el cinturón, salió del coche y se acercó a Keisha. Ella se quedó paralizada con una extraña expresión, mezcla de sorpresa, culpa y remordimiento. Duró poco porque, al instante, el rostro se le tintó de fiereza mientras ponía el brazo por encima al niño con gesto protector.
–¿Qué estás haciendo aquí, Canyon?
Él se detuvo delante de ella, lleno de furia. Posó los ojos de nuevo en el pequeño que, sin duda, debía de ser su hijo y lo miraba con desconfianza, agarrado a su madre.
–¿Podrías explicarme por qué no me has dicho que tenía un hijo? –inquirió él con ojos ardiendo de rabia.
Capítulo Dos
Keisha tomó aliento mientras pensaba qué podía decir. Por el tono de voz de Canyon, intuyó que más le valía pensar en algo rápido. A menudo, se había preguntado cómo reaccionaría él cuando descubriera que tenía un hijo. ¿Negaría su paternidad como el padre de ella había hecho?
–¿Qué hubiera cambiado eso? –preguntó ella a su vez.
Canyon la miró sorprendido un instante.
–Muchas cosas –afirmó él–. Ahora quiero saber por qué no me lo dijiste.
Por la forma en que su hijo se agarraba a su falda, era obvio que sentía que algo iba mal. Además, el pequeño solía ponerse muy nervioso en presencia de extraños.
–Tengo que llevar a Beau a casa y…
–¿Beau?
–Sí. Mi hijo se llama Beau Ashford –señaló ella, levantando la barbilla.
–No por mucho tiempo –murmuró él, furioso.
Ella respiró hondo.
–Como te he dicho, Canyon, tengo que llevar a Beau a casa para prepararle la cena y…
–Bien. Me incluyo en tus planes –le interrumpió.
–Mira, Canyon, yo…
Keisha se calló al ver salir a Pauline Sampson, la directora de la guardería. Pauline había sido una de sus primeras clientas en el despacho de abogados y también era muy amiga de Joan, la mujer del señor Spivey. La mujer se estaba acercando a ellos con cara de preocupación y un toque de curiosidad.
–Keisha, te he visto desde la ventana. Solo quería asegurarme de que todo va bien –señaló Pauline.
Fuera como fuera, Keisha no tenía intención de contárselo a Pauline.
–Sí, todo va bien.
Comprendiendo que Keisha no iba a presentarlos, Canyon le tendió la mano a la otra mujer.
–¿Cómo estás, Pauline? Soy Canyon Westmoreland, el padre de Beau.
–¿Westmoreland? –preguntó Pauline, arqueando las cejas.
–Sí, Westmoreland –respondió él con una sonrisa arrebatadora, la misma que le hacía ganar casos en al juzgado.
–¿Eres pariente de Dillon Westmoreland? –inquirió Pauline con interés.
–Sí, es mi hermano mayor.
–El mundo es un pañuelo. Sí que te pareces a él. Dillon y yo fuimos juntos al instituto –comentó Pauline, sonriente.
–Sí, el mundo es un pañuelo –repitió él y se miró el reloj–. Si nos disculpas, Pauline, Keisha y yo tenemos que llevar a Beau a casa para cenar.
–Claro, lo entiendo –repuso la otra mujer con una sonrisa, y se dirigió a Keisha–: Buen fin de semana.
–Lo mismo digo, Pauline.
Cuando se hubieron quedado solos de nuevo, Canyon se agachó y tomó a Beau en brazos. Keisha soltó un grito sofocado, dispuesta a advertirle de que a su hijo no le gustaban los extraños. Pero se quedó boquiabierta y muda al ver que el pequeño le rodeaba el cuello con sus bracitos.
–Yo lo llevaré al coche –se ofreció Canyon.
–Puede ir andando.
–Lo sé. Pero quiero llevarlo en brazos. Dame ese gusto.
Keisha no quería darle ningún gusto. No quería tener nada que ver con él. Si Canyon pensaba que iba a poder hacer lo que quisiera con Beau, se equivocaba. Él ya había hecho su elección hacía tres años.
Entonces, recordó las palabras de su madre cuando le había comunicado que estaba embarazada. Lynn le había advertido que no diera por hecho que Canyon iba a ser como Kenneth Drew. Su madre pensaba que todos los hombres tenían el derecho a saber si tenían un hijo, por eso ella se lo había dicho a Kenneth. Y solo había empezado a excluirlo de su vida familiar cuando Kenneth se había negado a reconocer a su hija.
Lynn pensaba que Keisha no le había dado a Canyon la oportunidad de aceptar o rechazar a su hijo. Pero Keisha no estaba de acuerdo. El saber que su padre la había rechazado la había atormentado toda la infancia y parte de la edad adulta. Por eso, había decidido no arriesgarse a que su hijo pasara por la misma experiencia.
Cuando llegaron al coche, ella abrió la puerta y se apartó para que Canyon colocara al niño en su asiento. Sorprendida,