Reclamada por el jeque. Pippa Roscoe

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Reclamada por el jeque - Pippa Roscoe Miniserie Bianca

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su decisión sin rechistar. Sin embargo, cuando ella se presentó en el exclusivo club privado de Londres, él se quedó descompuesto, tanto que hizo algunos comentarios hirientes que ella pasó por alto. Había intentado disuadirla, pero ella, muy tozuda, había insistido y eso, sobre todo, había sido lo que había impresionado a El Círculo de los Ganadores. Eso y el increíble atrevimiento de su propuesta. ¿Quién podría haberse imaginado que cumpliría su promesa?

      –Quiero que venga –siguió su madre–. Ya sabes cuánto me gustan las carreras de caballos. ¿Cómo crees que te entró el gusanillo?

      –Mi inversión en caballos no es un gusanillo.

      –Danyl Nejem Al Arain, ni se te ocurra emplear ese tono conmigo. Lo que ha conseguido Mason McAulty es poco menos que milagroso. Ganar las tres carreras de la Hanley Cup con caballos de la misma cuadra, tu cuadra, era algo que no se había logrado desde hacía treinta años. Tú lo sabes y yo lo sé, y quiero celebrar ese éxito sin precedentes de esa amazona increíble. Siempre he pensado que si no hubiese sido actriz…

      –Te habría gustado ser amazona. Ya lo sé, pero eras demasiado alta, madre.

      –Eso no me impidió que llegara a montar muy bien a caballo –replicó ella en un tono algo melancólico–. Danyl, quiero conocer a esa joven y quiero que hagas lo que sea necesario para conseguirlo. Vete a Australia en persona si hace falta. Puedes considerarlo como un regalo de Navidad por adelantado.

      –¿Qué sacas tú de todo esto, madre? –le preguntó él con los ojos entrecerrados por el recelo.

      –Cariño, será la mejor fiesta que hayamos dado desde hace años. Con unas relaciones tan buenas con los países vecinos, gracias a tu arduo trabajo, tu padre y yo estamos pensando en apartarnos más todavía para dejarte que subas al trono.

      Danyl dirigió la mirada hacia su padre, quien observaba en silencio la conversación, como si intuyera el fondo del asunto que se le escapaba a su hijo.

      –Sin embargo, la tradición dice que tendréis que esperar a que esté casado.

      La furia había dejado paso a la frustración cuando se acordó de las citas que le habían concertado los últimos meses con princesas distinguidas y dispuestas o con consejeras delegadas muy resolutivas. Cualquier cosa para impedir que lo que había dicho su madre lo alterara; iban a subirlo al trono, por fin iba a heredar el peso de la responsabilidad de una cultura centenaria y de cerca de tres millones de personas.

      –Bueno, tú fracasas estrepitosamente en encontrar una novia –se burló su madre en un tono afable–, pero nosotros no podemos esperar toda la vida, ¿no? Ya no somos jóvenes y ya va siendo hora de que tenga a mi marido para mí sola, para variar. En cualquier caso, quiero que Mason esté en la fiesta y que tú hagas lo que sea necesario para conseguirlo.

      * * *

      Hacía mucho calor aunque era temprano y Mason sabía que estaban quedándose sin tiempo. Tenía que moverse si quería llegar al cercado de su finca en Australia. Apretó un poco más la cincha de la silla y Fool’s Fate coceó un poco el suelo. Le dio una palmada en el flanco para tranquilizarlo y se dio la vuelta. Su padre estaba detrás de las alforjas, en el patio de los establos.

      Parecía como si hubiese envejecido diez años, no los dieciocho meses que ella había estado fuera. Tenía las sienes completamente blancas y los ojos hundidos con unas ojeras azuladas. Dominó el arrebato de impotencia y tristeza porque sabía que Fool’s Fate lo notaría. Su padre recogió una de las alforjas y se la entregó. Ella la agarró, se volvió hacia el caballo y la sujetó a la silla, tomándose el tiempo que necesitaba.

      Más allá de los establos, los campos verdes como la esmeralda se extendían hasta las lejanas montañas, unas montañas que siempre le habían transmitido tranquilidad y que, en ese momento, parecían presagiar algo sombrío. Tomó aire y notó el calor espeso en los pulmones.

      Joe McAulty estaba pensando algo, aunque no iba a abrir la boca para decirlo hasta que estuviese dispuesto. No se le podía meter prisa. Por eso, se limitó a seguir cargando las alforjas hasta que dijera lo que tenía que decir.

      –No creía que fuera a suceder tan pronto.

      –Papá, no puede hacerse nada.

      Siempre había replicado lo mismo desde que él le habló por primera vez del cobro de la deuda.

      –Después de todo lo que hiciste, de lo que ganaste por la Hanley Cup…

      –Papá, Mick murió.

      Mason lo dijo por encima del hombro y sofocó el dolor que sentía por el vecino que le había parecido un bobo desde que ella era pequeña. Sin embargo, su padre decía las cosas sin rodeos y no conocía el lenguaje de los sentimientos.

      –¿Quién iba a pensar que su hijo reclamaría la deuda tan pronto? Efectivamente, si no lo hubiese hecho, el dinero que ganaste podría habernos servido solo para un par de años, pero también podría haber surgido algo.

      Ella se dio la vuelta por fin. Su padre estaba dando patadas al suelo y miraba los rayos del sol de la mañana que se filtraban por la nube de polvo.

      –Papá, todavía no hemos perdido la finca –Mason sabía que él se sentía culpable, pero ella no podía culparlo ni mucho menos–. El trabajo que hacemos aquí con los chicos es tan importante para mí como lo es para ti… y es muy caro. Mantener los caballos, los tutores, los fisios, los empleados… Que el hijo de Mick reclame el préstamo solo es algo con lo que tenemos que lidiar –algo que se sumaba a todo lo demás, se dijo ella para sus adentros–. Joe –ella lo llamó por el nombre de pila, como todos los empleados–, no voy darme por vencida sin pelear, y menos con ese ranchero arribista del tres al cuarto.

      Él esbozó una sonrisa triste. Los dos eran muy desafiantes. Ella se giró otra vez hacia el caballo y fingió que estaba comprobando las alforjas.

      –A lo mejor puedo montar con otra cuadra. Me saldrán muchas oportunidades después de la Hanley Cup.

      –Yo no te pediría que hicieras algo así –replicó su padre bajando la voz.

      –No fue tan grave, papá.

      Mason fue incapaz de mirarlo. Se habría dado cuenta. La había criado él solo desde que tenía dos años y se daba cuenta de todos sus secretos o de todas sus mentiras. Volver a correr… Efectivamente, no había sido tan grave como había creído y montar a Veranchetti había hecho que se sintiera viva y plena como no se había sentido desde hacía años, pero sí le había costado, había desenterrado muchos sentimientos que tenía que dilucidar. Por eso había decidido ir a arreglar el cercado ella misma.

      Le había costado correr, pero ¿Danyl? No, no le había costado discernir lo que sentía hacia él. Tenía que mantenerse alejada de él como fuera.

      Se recogió con una cinta los mechones de pelo largo y oscuro para que la brisa le refrescara el cuello. Observó el sol que se ponía entre las enormes montañas que bordeaban el valle del rio Hunter y tomó la primera bocanada de aire que había tomado con tranquilidad desde hacía casi dieciocho meses. La cabalgada hasta allí había sido increíble. Se conocía como la palma de la mano cada promontorio y cada hondonada de esa finca para criar caballos donde había tenido la suerte de criarse también ella.

      Cada vez que salía, cada vez que veía ese valle verde flanqueado por montañas

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