Sin recuerdos. Rebecca Winters
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Le dio un golpe en la espalda.
–Cuando estaba en la policía vi muchos accidentes como este. Su amnesia es temporal.
Cal sintió un escalofrío.
–No te puedes imaginar lo que es besar a tu mujer, mirarla a los ojos y ver que siente miedo y rechazo por ti.
–No, no me lo imagino. Pero hace solo dos horas que ha tenido el accidente. Dale tiempo para que se recupere. Dentro de poco volverá a recordar. Mientras tanto, vamos a ver lo que hay en el coche que nos dé una pista de lo que ha podido pasar.
Roman era la voz de la sensatez. Juntos buscaron en el interior del coche, pero no encontraron nada.
–¿Has mirado en su bolso, o en su ropa?
–No –le respondió Cal con voz ronca–. La reacción que tuvo me dejó la mente en blanco.
–Bueno, vamos dentro a ver si podemos averiguar algo que ponga un poco de luz en todo esto.
Cal asintió y los dos entraron en urgencias. El doctor Harkness los estaba esperando en recepción.
Después de saludarse les dijo:
–Según les ha dicho el doctor que la atendió, su esposa sufre de amnesia causada por el golpe que se ha dado en la cabeza. No parece que haya olvidado las cosas que hay a su alrededor. Por ejemplo, sabe que está en un hospital, sabe la hora, sumar y cosas de esa índole. Pero no recuerda nada de su pasado. Pero poco a poco irá recordando.
–¿Cuánto va a tardar, doctor?
–Nadie puede responder esa pregunta. Tendrá que ser paciente. Mi consejo es que no la fuerce. Su mente parece que no quiere recordar. ¿Le ha ocurrido algo hace poco que haya supuesto un trauma para ella?
Cal empezó a asentir.
–Ha tenido tres abortos seguidos. El más reciente ha sido un golpe muy duro para los dos. Desde entonces, Diana ha estado obsesionada con la idea de volver a quedarse embarazada y tener un niño. Quiso tener un hijo desde que nos casamos.
–Esa puede ser una razón por la que no quiere recordar, señor Rawlins. El doctor Farr me ha dicho que el niño que llevaba en sus brazos no era suyo y que no sabe de quién puede ser.
–No. Roman es el jefe de una agencia de detectives y va a investigar el caso.
–Muy bien –respondió el médico–. Pero creo que se habrá dado cuenta de que ella piensa que el niño es suyo.
–Sí. Y eso es lo que me preocupa.
–Le aseguro que a mí también. El doctor Farr me ha dicho que usted no quiere que vuelva a ver al niño. Y yo he de confesar que soy de la misma opinión. Pero también veo el punto de vista de mi colega. El niño puede tranquilizarla y hacerla perder el miedo. Está muy asustada de no poder recordar nada. Parece que ese niño es el único nexo de unión con el presente.
–¿Y qué debo hacer?
–El niño tiene que estar unas horas en la incubadora todavía. Ya la he informado a su esposa de su situación. Parece que ha aceptado el hecho de que tendrá que esperar unas horas a verlo. Confiemos en que poco a poco vaya recordando cosas.
–El problema es que le repugna mi presencia –respondió Cal.
–Me ha dicho que tiene miedo de usted. Por eso no lo invité a quedarse mientras estaba examinándola. Es una reacción natural. Para ella usted es un desconocido. La voy a dejar aquí esta noche bajo observación. Por la mañana, si después de hacerle las radiografías vemos que está bien, la enviaremos a casa. Por el momento, mi consejo es que la trate más como si fuera una hermana que como una esposa. Poco a poco vaya presentándole a su familia y a los amigos, pero sin asustarla por la pérdida de la memoria. No la fuerce. Se está protegiendo a sí misma. – Cal movió la cabeza–. No intente ningún contacto físico.
–Ya lo intenté. La besé y ella no me respondió.
–Un gesto natural por su parte, pero que explica su ansiedad. Hasta que recupere su memoria tiene que volver a tener confianza en usted. Ya sé que es una situación difícil, pero estoy casi seguro de que es algo temporal. Dentro de poco volverá a recuperar la memoria.
Después se dirigió a Roman.
–Tendremos que informar de lo del niño a la policía, pero si usted averigua algo, háganoslo saber.
–Por supuesto. Espero tener algunas respuestas en pocas horas.
–Muy bien. Los veré entonces más tarde. Los médicos me mantendrán informado del estado de su esposa. Si tienen algo que preguntarme no duden en llamarme.
–Gracias, doctor Harkness.
El doctor sonrió.
–Es una mujer encantadora. Puedo entender sus temores. En estos momentos es cuando los votos del matrimonio tienen más significado.
Cal se quedó ponderando las palabras del médico. Sabía que estaba compadeciéndose, pero nadie se podía poner en una situación como aquella a menos que le hubiera ocurrido.
–¿Estás bien, Cal?
La preocupación en la voz de Roman lo sacó de sus pensamientos.
–No, pero lo tendré que estar en unos minutos, ¿no?
La retórica de su pregunta no requería respuesta.
–Después de oír al doctor Harkness, creo que será mejor que no vea a Diana hasta mañana o pasado. Creo que será mejor irse presentando a ella poco a poco.
Roman cambió el peso de su cuerpo de pie y añadió:
–Lo que me gustaría hacer ahora es decirle a alguna enfermera que saque sus cosas aquí, que le den cualquier excusa para que no se preocupe. Puede que así encuentre alguna pista. Por ahí es por donde tengo que empezar. Después me iré a mi despacho. A lo mejor allí, en su mesa, encuentro algo que nos dé otra pista. Sabemos que salió de casa para irse a trabajar esta mañana y que no mencionó que fuera a cuidar del niño de nadie. Yo creo que ese bebé lo puso alguien en su coche o…
–¡O lo dejaron en la puerta del trabajo! –exclamó Cal–. Si hubiera estado en nuestra casa, o en el coche cuando estaba en el garaje, habría entrado a decírmelo.
–También es posible que no mirase a la parte de atrás del coche hasta que llegó al trabajo.
–Esa es otra posibilidad. Pero ella siempre cierra las puertas del coche con llave. Si lo hubieran dejado en el garaje tendrían que haber forzado incluso la cerradura de la puerta de entrada.
–Sea como sea, lo que está claro es que al ver que el niño estaba amarillo se asustó y no pensó más que en llevarlo al hospital. Con las prisas seguro que se resbaló y se cayó.
–¡Eso es, Roman! Esa tiene que ser la explicación.
–En cuanto puedas saca todas sus cosas de la habitación.