Armonía. Alfred Sonnenfeld

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Armonía - Alfred Sonnenfeld

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parece tan fácil, no lo es, porque depende de muchos factores, que valoran de modo desigual los diferentes estados de ánimo entre el emisor y el receptor, así como los hechos y acontecimientos. La valoración que hacemos de algo depende, en primer término, de las «representaciones mentales» o «convicciones» que cada uno se haya forjado a lo largo de su vida, lo cual nos hace ver las cosas con ojos diferentes[1]. Dependiendo de cómo veamos las cosas, de cómo nuestro cerebro haya forjado los «patrones neuronales», así actuaremos. Quizás llenos de ilusión y de entusiasmo, de un modo pesimista o incluso como un cascarrabias receloso. En consecuencia, nos ayudaría mucho sustituir esa excusa fácil que utilizamos cuando nos mostramos desabridos o pesimistas —«es que soy así»—, por la frase «me he hecho así», al instalarme en la queja y en la amargura.

      De hecho, muchas frustraciones empiezan desde la pura nada, pero bajo el influjo de patrones neuronales desquiciados: un silencio, una omisión, una presuposición, un olvido, una creencia, una petición no expresada, un derecho imaginario… En realidad, nada ha ocurrido salvo un desacuerdo que fácilmente conduce a una frustración. Y, por lo tanto, a un problema que hay que solucionar a través de una comunicación llena de empatía, es decir, en sintonía de corazones.

      El lema del cardenal John Henry Newman (1801-1890), cor ad cor loquitur (el corazón habla al corazón), es una síntesis de lo que significa la empatía: que solo desde el corazón logramos «meternos en los zapatos del otro», entender y compartir lo que siente. Newman estaba convencido de que la verdadera comunicación entre las personas no depende de la inteligencia, sino más bien del corazón, porque eso implica querer cambiar a mejor.

      ¿No habría sido otro el curso de la conversación si el marido se hubiera interesado primero por su mujer, por cómo había ido su día? A lo mejor con solo mirarla atentamente, se habría dado cuenta de que estaba agotada o con los nervios a flor de piel. La habría escuchado durante un buen rato, ella habría podido desahogarse… Seguro que su propuesta de asistir a la cena de la empresa habría sonado de otra manera: «Cuánto lo siento. Vaya día que has tenido… Y ahora, encima, vengo yo con lo de la cena, y además una cena de trabajo… Lo malo es que nos ha invitado expresamente el jefe… Pero…, cariño, es que intuyo que detrás hay algo importante…». En este caso habría muchas posibilidades de que la mujer hubiese respondido: «No te preocupes, no es para tanto. Vamos, y tal vez hasta nos divirtamos».

      Hemos observado en el ejemplo que, cuando el marido empatiza con su esposa, apenas necesita argumentar o razonar…, su mujer asistirá a la cena, le hará ese favor con naturalidad, ya que ambos se ayudan mutuamente y existe entre ellos una fuerte amistad. En caso contrario, el marido no conseguirá su propósito, aunque sus argumentos sean de lo más elaborados según la lógica formal.

      De este modo deducimos que en el proceso de persuasión hay factores más eficaces que la pura racionalidad, que tienen que ver no tanto con el emisor como con el receptor del mensaje: si quiere aceptar o no lo que se le propone. Bien decía Blaise Pascal a este respecto que «el corazón tiene razones que la razón ignora» (Le coeur a ses raisons que la raison ne connait pas).

      No olvidemos que el ser humano es un microcosmos pleno de riqueza; una riqueza misteriosa y difícil de analizar, de diseccionar y dividir en compartimentos separados. También es Pascal quien nos recuerda que «solo el corazón posee el sentido del misterio». Por lo tanto, todo intento de querer clasificar las diferentes experiencias humanas, equivaldría a hacer violencia a la realidad.

      [1] Antiguamente, los expertos en Humanidades decían: «Lo que se recibe, lo que se conoce, lo que se adquiere, toma la forma del que lo recibe, conoce o adquiere». Es una perspectiva hecha desde el sujeto que da forma, interpreta y «colorea» los datos recibidos.

      [2] Alfred SONNENFELD, Serenidad. La sabiduría de gobernarse, Madrid, 2018.

      [3] «Wenn ihr’s nicht fühlt, ihr werdet’s nicht erjagen,» en: http://www.digbib.org/Johann_Wolfgang_von_Goethe_1749/Faust_I_.pdf

      [4] Ejemplo tomado del libro de Alberto Gil, Wie man wirklich überzeugt. Einführung in eine wertorientierte Rhetorik, St. Ingbert, 2013, pp. 25-26.

      [5] Ibídem, p. 26.

      1.

      SOMOS SERES RELACIONALES

      Llamamos conversación a los intercambios de WhatsApp, chats o mensajes, pero nunca podrán contener la riqueza de matices y señales sutiles que tiene una charla cara a cara.

      SHERRY TURKLE

      Las sociedades modernas, a pesar de los avances técnicos, fomentan el aislamiento y la falta de comunicación. Pero el ser humano es, por naturaleza, relacional. Los conocimientos neurobiológicos nos dicen que estamos hechos para vivir en un ambiente de resonancia social y de cooperación. Para que podamos hablar de una vida lograda o malograda hemos de tener muy en cuenta el ámbito de relaciones en el que se desarrolla nuestra existencia. Antiguamente se decía que el ser humano es «por otro y para otro» (un ens ab alio). Muchos casos de inestabilidad emocional, de baja tolerancia a la frustración o numerosos desequilibrios en la personalidad, se deben al sencillo hecho de querer ser por sí mismo (a se), de valerse por sí mismo sin necesidad de ayuda.

      Thomas Insel, que ha sido durante las dos primeras décadas de nuestro siglo director del Instituto Nacional

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