Drácula. Bram Stoker

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Drácula - Bram Stoker Clásicos

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al ver la angustia dibujada en mi rostro supo que me tenía bajo su dominio, e inmediatamente empezó a usar esto a su favor, aunque con sus formas amables e irresistibles.

      —Le ruego, mi joven amigo, que no hable en sus cartas de otra cosa que no sean negocios. Sin duda sus amigos querrán saber que usted se encuentra bien y que espera ansiosamente poder regresar a casa con ellos. ¿No es así?

      Mientras hablaba, me dio tres hojas de papel y tres sobres, todos hechos de algún material extranjero muy fino. Vi los sobres y luego me volví para mirarlo, con su sonrisa discreta, sus afilados colmillos sobresaliendo por encima de su rojo labio inferior, y entonces comprendí tan bien como si me lo hubiera dicho con palabras, que debía tener mucho cuidado con lo que escribía, pues iba a leerlo. Así que decidí escribir únicamente notas formales, pero más tarde escribiría en secreto al Sr. Hawkins y también a Mina, pues a ella podía escribirle en taquigrafía, lo cual dejaría perplejo al conde en caso de que viera la carta. Cuando terminé de escribir mis dos cartas, me senté en silencio leyendo un libro mientras el conde escribía varias notas, consultando de vez en cuando algunos libros sobre su mesa. Luego tomó mis dos cartas, colocándolas junto con las suyas, y guardó sus utensilios de escritura. En el instante en que la puerta se cerró detrás de él, me incliné y miré las cartas, que estaban boca abajo sobre la mesa. No sentí el menor remordimiento al hacer esto, pues dadas las circunstancias en las que me encontraba sentí que tenía que protegerme de cualquier manera posible.

      Una de las cartas estaba dirigida a Samuel F. Billington, The Crescent No. 7, Whitby; otra a Herr Leutner, Varna. La tercera era para Coutts & Co., Londres, y la cuarta para Herren Klopstock & Billreuth, banqueros, Budapest. La segunda y la cuarta no estaban cerradas. Estaba a punto de leer el contenido cuando vi moverse la perilla de la puerta. Regresé a mi asiento, teniendo el tiempo justo para volver a tomar mi libro, antes de que el conde entrara con otra carta en su mano. Tomó todas las cartas que estaban sobre la mesa y las estampó cuidadosamente, y luego, volviéndose a mí, me dijo:

      —Espero me disculpe, pero esta noche tengo mucho trabajo que hacer en privado. Confío en que encuentre todas las cosas a su gusto.

      Al llegar a la puerta se dio la vuelta, y luego de una breve pausa, dijo:

      —Permítame aconsejarle, mi querido y joven amigo. No, es más bien una advertencia con toda seriedad: si planea salir de estas habitaciones, por ningún motivo se quede dormido en ninguna otra parte del castillo. Es muy antiguo y está lleno de recuerdos. Hay muchas pesadillas para aquellos que duermen imprudentemente. ¡Ha sido advertido! En caso de que el sueño esté a punto de vencerlo, o le parezca que va a quedarse dormido, apresúrese de regreso a su propio dormitorio, o a estas habitaciones, para que su descanso sea seguro. Pero si usted no tiene cuidado en este sentido, entonces…

      Terminó su discurso en una forma horripilante, pues empezó a frotarse las manos como si se las estuviera lavando.

      Entendí perfectamente lo que me había dicho. Mi única duda era si de verdad un sueño podía ser más terrible que la horrible red sobrenatural de misterio y tinieblas que parecía cernirse sobre mí.

      Más tarde.

      Refrendo las últimas palabras escritas, y esta vez no cabe la menor duda al respecto. No tendré miedo de dormir en cualquier lugar siempre que él no esté allí. He colocado el crucifijo sobre la cabecera de mi cama, y ahí se quedará, porque me imagino que así mi descanso estará más libre de pesadillas.

      Cuando el conde se marchó, me dirigí a mi dormitorio. Después de algún tiempo, al no escuchar ya ningún ruido, salí y subí por las escaleras de piedra hasta algún lugar desde donde pudiera ver hacia el sur. En comparación con la oscura estrechez del patio interior, había una cierta sensación de libertad en esa vasta extensión de tierra, aunque fuera inaccesible para mí. Al mirar hacia afuera, me sentí realmente atrapado, y me pareció que necesitaba un poco de aire fresco, aunque fuera de noche. Empiezo a sentir que esta existencia nocturna me está afectando. Está acabando con mis nervios. Me asusto con mi propia sombra y mi mente está llena de imaginaciones terribles. ¡Dios sabe que en este maldito lugar hay justificación para mis temores tan espantosos! Miré el bello paisaje bañado a la tenue luz amarillenta de la luna, y me pareció que era de día. En medio de aquella suave luz, las distantes colinas parecían fundirse con las sombras de la negrura aterciopelada de los valles y desfiladeros. Toda esa belleza pareció animarme un poco. Cada respiración me proporcionaba una sensación de paz y consuelo. Al reclinarme sobre la ventana mis ojos se detuvieron en algo que se movía en el piso inferior, un poco hacia mi izquierda, donde imagino, por el orden de los cuartos, que deben estar las ventanas de la habitación del conde. La ventana en la que yo me encontraba era alta y profunda, cavada en piedra, y aunque estaba desgastada por las inclemencias del tiempo, seguía completa. Aunque era evidente que el marco había desaparecido hacía mucho tiempo. Me oculté detrás de la sillería y miré hacia afuera cuidadosamente.

      Lo que vi fue la cabeza del conde saliendo por la ventana. No pude ver su rostro, pero supe que era él por el cuello y los movimientos de su espalda y brazos. En cualquier caso, no podía confundir aquellas manos, las cuales había tenido muchas oportunidades de estudiar. Al principio me sentí interesado, y hasta cierto punto entretenido, pues es increíble como algo tan insignificante puede llamar la atención a un hombre prisionero. Pero mis sentimientos se transformaron en repulsión y terror cuando vi al conde salir lentamente por la ventana y comenzar a arrastrarse por la pared del castillo, hacia el profundo abismo, con la cabeza hacia abajo y su capa extendida sobre él simulando unas grandes alas. Al principio no podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Pensé que era algún truco ocasionado por la luz de la luna, un extraño efecto de las sombras. Pero seguí mirando y tuve completa certeza de que no era un engaño. Vi cómo los dedos de sus manos y de sus pies se sujetaban a las esquinas de las piedras, desgastadas de la argamasa por el paso de los años, y aprovechaba cada protuberancia y desigualdad para descender a una velocidad considerable, al igual que una lagartija camina por una pared.

      ¿Qué clase de hombre es éste, o que clase de criatura con apariencia de hombre? Siento que el terror de este horrible lugar se apodera de mí. Tengo miedo, un miedo terrible… y no encuentro ninguna posibilidad de escape. Estoy rodeado de tales terrores que no me atrevo ni siquiera a pensar en ellos.

      15 de mayo.

      Volví a ver al conde salir de su habitación deslizándose como una lagartija. Descendió inclinadamente durante unos treinta metros, hacia la izquierda, y luego desapareció a través de un hoyo o una ventana. Cuando ya no pude ver su cabeza, me incliné hacia afuera tratando de ver más, pero no tuve éxito. Había mucha distancia de por medio como para poder tener un ángulo de visión adecuado. Sabía que el conde ya había abandonado el castillo, y pensé en aprovechar la oportunidad para explorar más de lo que me había atrevido hasta el momento. Regresé a mi habitación, y tomando una lámpara, intenté abrir todas las puertas, pero estaban cerradas con llave, tal y como había esperado, y las cerraduras eran comparativamente nuevas. Entonces bajé las escaleras de piedra hasta llegar al vestíbulo por el que había entrado la primera vez. Descubrí que podía abrir las cerraduras con cierta facilidad y destrabar las pesadas cadenas. ¡Pero la puerta estaba cerrada, y no había ninguna llave alrededor! Esa llave debía estar en la habitación del conde. Tengo que estar atento en caso de que su puerta esté abierta, para poder tomar la llave y escaparme. Seguí inspeccionando minuciosamente las distintas escaleras y pasadizos, intentando abrir todas las puertas que encontraba a mi paso. Había una o dos habitaciones pequeñas cerca del vestíbulo que estaban abiertas, pero nada interesante en su interior excepto por algunos muebles antiguos, cubiertos de polvo por el paso del tiempo y carcomidos por las polillas. Sin embargo, por fin encontré una puerta al final de la escalera que, aunque parecía estar cerrada, cedió un poco ante la presión ejercida. Empujé con más fuerza, y descubrí que no estaba cerrada, sino que la resistencia se debía a que las bisagras se habían caído un poco,

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