Drácula. Bram Stoker
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—Venga —dijo finalmente—, hábleme sobre Londres y la casa que ha comprado para mí.
Disculpándome por mi negligencia, fui a mi habitación a sacar los documentos de mi maleta. Mientras los colocaba en orden, escuché el tintineo de la vajilla y la cubertería en el cuarto contiguo, y cuando regresé vi que la mesa ya había sido recogida y la lámpara estaba encendida, pues para ese entones ya estaba completamente oscuro. Las lámparas también estaban encendidas en el despacho o biblioteca, y encontré al Conde sentado en el sofá, leyendo nada más y nada menos que una Guía Bradshaw inglesa. Cuando entré, el Conde quitó los libros y papeles de la mesa, y nos embarcamos en una conversación sobre planos, escrituras y cuentas de todo tipo. Estaba interesando hasta en los más mínimos detalles, y me hizo un sinfín de preguntas sobre el lugar en que estaba ubicada la casa y sus alrededores. A todas luces el Conde había estudiado con anticipación todo lo relacionado sobre la región, pues al final fue evidente que él sabía mucho más que yo del tema. Cuando le señalé este hecho, me respondió:
—Bueno, amigo mío, ¿no era necesario que estuviera bien informado? Cuando llegue allá estaré completamente solo, y mi amigo Harker Jonathan… No, discúlpeme, siempre sigo la costumbre de mi país de anteponer su nombre patronímico; mi amigo Jonathan Harker no estará a mi lado para corregirme y ayudarme. Estará en Exeter, a miles de kilómetros, tal vez trabajando en algún documento legal con mi otro amigo, Peter Hawkins. ¡Así que, ahí tiene!
Repasamos minuciosamente el tema de la compra de la propiedad en Purfleet. Después de haberle explicado los hechos, pedirle que firmara los documentos necesarios, y redactara una carta informando al Sr. Hawkins, el Conde me preguntó cómo había encontrado un lugar tan adecuado. Entonces le leí las notas que había tomado, y que adjunto a continuación:
“En Purfleet, a un lado de la carretera, he encontrado un lugar que parece adecuarse exactamente a lo solicitado. Un anuncio destartalado indica que la propiedad está en venta. Está cercado por un muro alto, de estructura antigua, construido con grandes piedras, y que parece no haber sido reparado durante muchos años. Las puertas, que estaban cerradas y completamente carcomidas por la herrumbre, están hechas con antigua y pesada madera de roble y hierro.
La propiedad se llama Carfax, sin duda se trata de una deformación del antiguo nombre Quatre Face, ya que la casa tiene cuatro lados, que corresponden a los puntos cardinales de la brújula. En total contiene alrededor de veinte acres, completamente rodeados por los sólidos muros de piedra arriba mencionados. La propiedad tiene tantos árboles que por momentos llega a adquirir una cierta apariencia lúgubre. Hay también un estanque o lago pequeño, de apariencia oscura y profunda, alimentado por algunos manantiales, ya que el agua es transparente y fluye en una corriente bastante fuerte. La casa es muy grande, y me atrevería a decir que de la época medieval, pues una de sus partes está hecha de piedra sumamente gruesa, con unas cuantas ventanas ubicadas muy en lo alto y con enormes barrotes de hierro. Parece que formó parte de un torreón, y está ubicada cerca de una antigua capilla o iglesia, a la cual no pude entrar, pues no tenía la llave de la puerta que conducía a su interior desde la casa. Pero he tomado varias imágenes con mi Kodak desde distintos ángulos. La casa ha sido ampliada, pero en una forma extraña, y sólo puedo calcular aproximadamente la extensión de tierra que ocupa y que debe ser gigantesca. En los alrededores sólo hay unas cuantas casas, una de ellas muy grande, recientemente construida, y acondicionada para funcionar como manicomio privado. Sin embargo, no se alcanza a ver desde el terreno.”
Cuando terminé de leer, el Conde dijo:
—Me alegra que la casa sea antigua y grande. Yo provengo de una antigua familia, y creo que el hecho de vivir en una casa nueva me mataría. Hoy en día, las casas son prácticamente inhabitables. Y después de todo, son muy pocos los días que conforman un siglo. También me da gusto saber que tiene una antigua capilla. A los nobles transilvanos nos desagrada pensar que nuestros huesos puedan yacer mezclados entre los muertos comunes. Yo no busco alegrías ni júbilo, ni la brillante voluptuosidad de un día soleado y las relucientes aguas que son el deleite de los jóvenes alegres. Yo ya no soy joven, y mi corazón, tras los pesados años de llorar por los que ya se han ido, ya no está dispuesto para el júbilo. Las paredes de mi castillo están rotas. Hay demasiadas sombras, y el viento corre frío por entre las almenas y los muros quebrados. Amo la oscuridad y las sombras, y prefiero estar a solas con mis pensamientos.
Por alguna razón, sus palabras no parecían coincidir con su mirada. O tal vez era porque la expresión de su rostro hacía que su sonrisa pareciera maligna y taciturna.
Unos instantes después, se disculpó por tener que retirarse, diciéndome que recogiera todos los documentos. Había pasado ya un tiempo considerable desde que se marchara, por lo que empecé a hojear los libros que había a mi alrededor. Entre ellos había un atlas que, desde luego, estaba abierto en la sección sobre Inglaterra, como si ese mapa hubiera sido utilizado muchas veces. Al mirarlo, noté que algunos lugares habían sido marcados con pequeños círculos. Y al observarlos más detenidamente me percaté de que uno de ellos estaba cerca de Londres, en el lado este, donde se ubicaba su nueva casa. Los otros dos estaban en Exeter y Whitby, en la costa de Yorkshire.
Había transcurrido casi una hora cuando el Conde regresó.
—¡Vaya! —dijo—. ¿Sigue entretenido con sus libros? ¡Muy bien! Pero no debe trabajar todo el tiempo. ¡Venga! Me acaban de avisar que su cena está lista.
Me tomó por el brazo y nos dirigimos al otro cuarto, donde encontré servida sobre la mesa una excelente cena. El Conde volvió a disculparse, diciéndome que había cenado mientras estuvo fuera de casa. Pero, al igual que la noche anterior, se sentó y charlamos mientras yo comía. Después de cenar, encendí un cigarro, como había hecho la noche anterior, y el Conde se quedó conmigo, charlando y haciéndome preguntas sobre todos los temas habidos y por haber, mientras las horas pasaban. Me di cuenta de que se estaba haciendo muy tarde, pero no dije nada, pues me sentí obligado a satisfacer todos los deseos de mi anfitrión. No tenía sueño, ya que las largas horas de descanso del día anterior me habían fortalecido. Sin embargo, no pude evitar sentir el escalofrío que se experimenta con la llegada de la aurora, similar en cierto modo al que ocurre con el cambio de la marea. Dicen que las personas agonizantes suelen morir con la llegada de la aurora o el cambio de la marea. Cualquiera que, estando cansado, y obligado a mantenerse en su puesto, haya experimentado este cambio en la atmósfera, me creerá. De pronto, escuchamos el canto de un gallo, elevándose con una estridencia sobrenatural a través del fresco aire matutino.
El Conde Drácula se puso de pie de un salto, y dijo:
—¡Ya es de mañana otra vez! Qué descuido de mi parte haberlo obligado a mantenerse despierto hasta esta hora. Debe hacer menos interesante su conversación acerca de mi nuevo y querido país, Inglaterra, para no olvidarme por completo de lo rápido que pasa el tiempo.
Y haciendo una cortés reverencia, se marchó rápidamente.
Me dirigí a mi dormitorio y abrí las cortinas, pero no había mucho que observar. Mi ventana daba al patio principal y lo único que pude ver fue el cálido tono grisáceo del cielo despejado. Así que volví a cerrar las cortinas, y me puse a escribir lo acontecido este día.
8 de mayo.
Cuando comencé a escribir este diario temí estar siendo poco concreto, pero ahora me alegro de haberme detenido en los detalles desde el inicio. Hay algo tan extraño acerca de este lugar y todo lo relacionado con él que me produce una sensación de inquietud. Desearía estar lejos de aquí, o incluso nunca haber venido. Tal vez esta extraña vida nocturna esté afectándome. ¡Ojalá solo sea eso! Si hubiera alguien con quien poder hablar creo que lo soportaría, pero no hay nadie. Sólo puedo hablar con el Conde, y él… Me temo que soy el único ser vivo en este lugar. Me