Sueños de verdad. Vicki Lewis Thompson

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Sueños de verdad - Vicki Lewis Thompson Julia

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pero eran solo notas inofensivas—. Espero que pueda comprenderlo.

      —Supongo que sí, Darcie. Tus clientas no querrían pensar que olvidas tu posición respecto a ellas, claro.

      En ese momento, Gus le vomitó en un ojo.

      —Ohhh, Gus, ¡estás muy agresivo hoy! —y la señora Butterworth se limpió el ojo con cuidado de no estropearse el maquillaje.

      Darcie se agachó entonces y se puso a guardar la cera para que la señora Butterworth no la viera sonreír. Gus estaba graciosillo esa tarde.

      —Entonces, ¿qué me dices de la matrícula? —volvió a preguntar—. Creo recordar que te hacían falta unos dos mil dólares. Incluso podrías dar algunas clases de francés. Me encantaría firmar un cheque ahora mismo y que pudieras empezar en enero.

      —Le diré algo, señora Butterworth —Darcie pensó rápidamente—. Estoy esperando una herencia de mi padre. Con un poco de suerte, podría recibirla justo a tiempo. Si no es así, se lo haré saber. Me gustaría dejar su amable oferta un poco en reserva en caso de que la pueda necesitar, pero creo que puedo arreglármelas sola —su padre no le había dejado ni un triste centavo, pero lo que sí debía haber heredado de él era el don de tener esa labia para inventarse algo así.

      —Bueno, si estás esperando algún dinero…

      —Es algo casi seguro, sí —Darcie se preguntó si podría encontrar a un duendecillo que la guiara hacia ese pozo lleno de oro. No podría mantener el ritmo de trabajo que llevaba ahora. Hasta que Gus no empezara a caminar, podría seguir llevándolo con ella a las distintas casas en las que limpiaba, pero una vez pudiera salir del parque, dificultaría enormemente su tarea. Necesitaba cambiar de táctica y debía hacerlo ya.

      —Bueno, todos nos sentiríamos muy aliviados si pudieras terminar tus estudios para comenzar una verdadera profesión —dijo la señora Butterworth—. Resulta un poco embarazoso, ya sabes.

      —Podría decirle a sus amistades que soy una «supervisora doméstica» —contestó Darcie tratando de borrar el tono sarcástico de su voz.

      —Oh, ¡ya lo hago! Pero… —se detuvo y arrugó la nariz—. Tal vez deberías tomar tú ahora a Gus. Creo que se está haciendo algo desagradable en los pantalones.

      —Ah, bueno. Tan seguro como que las golondrinas vuelan y los corderos balan, los bebés se hacen caca.

      —Supongo que ese es otro de los pintorescos dichos de tu padre —la señora Butterworth le dedicó a Darcie una sonrisa forzada mientras le pasaba al niño.

      —No, este es de mi cosecha —dijo Darcie tomando al niño.

      —Tengo que irme. Madge Elderhorn me espera para tomar café —dijo la señora Butterworth dando la vuelta a su reloj de pulsera para poder ver la hora.

      —Dele recuerdos de mi parte.

      —Lo haré. No olvides cerrar bien cuando te marches —y se fue apresuradamente.

      Darcie abrazó a su bebé y le plantó un sonoro beso en la sonrosada mejilla.

      —Bien hecho, cariño.

      Joe tomó la nota de Darcie mientras se dirigía a la cocina, tratando de decidir qué hacer. Dio un mordisco al trozo de chocolate. ¡Ah! Buen chocolate. Aquella mujer tenía buen gusto. Y se sentía atraída por él, lo cual beneficiaba su ego, teniendo en cuenta la clase de esa mujer. Se sentía muy atraída por él. ¿Por qué otra razón si no le dejaría una rosa en un jarrón un día y un trozo de chocolate al día siguiente? Él ya tenía su número de teléfono. DeWitt se lo había dado junto con el número de la persona que le cuidaba el jardín, el del fontanero, el del electricista y el del exterminador. Solo necesitaba una excusa para llamarla. Quizá flirteara con todos sus clientes, pero no quería pensar en algo así. Podría hacerse una idea si hablaba con ella por teléfono. Pero, ¿qué razón le daría para haberla llamado? Flores. Eso era. Podría llamarla para pedir unas flores determinadas, tal y como le sugirió ella. Una flor de significado sexy.

      Minutos después estaba en el estudio de DeWitt hojeando una guía de botánica. Rosas, no y las margaritas tenían un aspecto demasiado virginal. Ahí estaban: tulipanes. Además tenían un aspecto muy europeo. Y ella era francesa. Además le recordaban los labios entreabiertos y seguro que ella lo entendería.

      Seguro que en ese preciso momento estaría metida en la bañera hasta el cuello de espuma, bebiendo vino francés, y los pétalos flotando en el agua perfumada. Las francesas sabían como tomar un baño mejor que nadie en el mundo. Tal vez estaría relajada dentro de la espuma de baño, con los ojos cerrados…

      Cerró de golpe el libro y se apresuró a la cocina, donde tenía el número de Darcie pegado junto al teléfono. Santo Dios, ¡estaba a punto de hacer una French connection!

      Capítulo 2

      TRUDY Butterworth estaba sentada en el sofá de flores. A través del enorme ventanal veía perfectamente la casa de Edgar DeWitt. El cuidador de la casa había salido a buscar el periódico de la tarde.

      —Es bastante guapo —dijo Trudy —. No hay duda de por qué tenía Darcie ese brillo en la mirada hoy —se volvió hacia Madge, la mujer corpulenta, que estaba sentada justo enfrente.

      —Pero, si no los has visto juntos nunca, ¿no?

      —Bueno, no, pero algo debe estar ocurriendo ahí, con esa mirada que tiene él y la que pone ella. Ya sabes, las feromonas. Se huelen el uno al otro. Pondría la mano en el fuego, pero aun así necesito una prueba. Si mi hijo Bart se enterara de que Darcie está liada con otro, puede que se decidiera a volver a casa.

      —Si es la prueba que necesitas, puedo ayudarte —Madge también aspiraba a convertirse en la líder de la comunidad.

      —Sabía que podía contar contigo, Madge —Trudy sonrió y después se levantó y se estiró el traje—. Eres el tipo de persona capaz de vigilar cómo van las cosas. Esa es la razón por la que se baraja tu nombre como posible Presidenta de la Comisión de Festejos Navideños de Tannenbaum.

      —¿De verdad? —Madge también se levantó y sus ojos brillaban.

      —Eso es lo que he oído. Te mantendré informada de todo lo que suceda. Mientras tanto, te agradecería muchísimo que me pongas al día en todo lo que suceda al otro lado de la calle.

      —Considéralo hecho.

      Darcie había decidido dejar que Gus intentara comer solo. Por eso, había hervido unas zanahorias para que estuvieran blandas y se las había puesto en su tazón de plástico.

      —Allá vamos, Gus —puso el tazón en la bandeja de la trona—. Inténtalo.

      Gus metió la mano en el tazón, con calma, y sacó una rodaja de zanahoria.

      —¡Buen chico! ¡Sabía que eras un niño muy adelantado, repollito! —Darcie miró expectante mientras Gus se llevaba la zanahoria a la boca… y la lanzaba seguidamente contra el suelo—. ¡Oh, Gus! No podemos desperdiciar la comida —y se agachó para tomar el trozo de zanahoria, momento que aprovechó Gus para volcar el tazón entero sobre su cabeza.

      «¡Un

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