Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
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Читать онлайн книгу Colección de Alejandro Dumas - Alejandro Dumas страница 32
»Hay que reconocer que los enfermos parecen niños grandes. Desde ayer es para ella ese viaje un motivo de extraordinaria alegría.
»Cierto es que ella se imagina que partiremos juntos, siendo así que se engaña porque su padre acaba de anunciarme que debo yo ponerme en camino dentro de una semana, y aun dando por sentado que siga la mejoría, no es de esperar que Magdalena esté en disposición de emprender el viaje antes de tres semanas o de un mes, tal vez.
»No sé cómo hará su padre para lograr que ella me deje marchar; pero él me ha dicho que eso corre de su cuenta, y ya debe tener su plan trazado.
»Hoy ha sido el primer día en que Magdalena, ha podido al fin abandonar el lecho; su padre la ha trasladado desde su cama a un sillón preparado ex profeso junto a la ventana, y tan débil está aún que se habría desmayado en el camino si la señora Braun no le hubiera dado a respirar un frasco de esencias. A mí me dejaron entrar cuando ya estuvo sentada, y entonces ¡oh Dios mío! sólo entonces me fue dable apreciar los estragos que la terrible enfermedad ha causado a mi pobre Magdalena.
»Aun así está hermosa, más hermosa que nunca, pues con su larga bata abrochada hasta el cuello, se asemeja a uno de esos ángeles tan bellos, de diáfana cabeza y cuerpo inmaterial del Beato Angélico. Pero esos ángeles tan hermosos están ya en el Cielo, mientras que Magdalena (y a Dios le damos gracias por ello), está aún con nosotros. Así resulta que lo que en ellos es una belleza divina, en Magdalena es un belleza que casi espanta.
»¡Y qué dichosa se sentía, de estar allí tan cerca de la ventana! Hubiera dicho cualquiera que veía el cielo por primera vez, que por primera vez, también, aspiraba aquel aire tan puro y respiraba el aroma de aquellas flores. Al través de su cutis blanco y transparente veíamos cómo volvía a la vida. ¡Dios eterno! No sé si sucumbirá a los goces y a los pesares humanos, sin poderlos resistir. También su padre parece temer lo mismo, porque a cada momento se le acerca y, so pretexto de estrecharle la mano, le toma el pulso.
«Anoche se mostraba muy contento porque durante el día había acusado el pulso tres o cuatro pulsaciones menos por minuto que los días anteriores.
»A media tarde, cuando ya el sol no daba en el jardín la ordenó acostarse, sin escuchar sus súplicas. El mismo la transportó al lecho, comprobando gozoso que ella soportaba mejor que la primera vez ese transporte. No hubo necesidad de hacerla respirar esencias, lo cual era buena prueba de que el aire y el sol habían contribuido a devolver cierto vigor a su cuerpo.
«Cuando la acostaban, tocaba yo en el salón una melodía de Schubert. Ya estaba a punto de terminarla, cuando la señora Braun vino de su parte, a pedirme que siguiese. Por primera vez volvía Magdalena a oír música desde la terrible noche en que la música pudo costarle la vida. Accedí a su ruego, y cuando al terminar entré en su cuarto, la encontré sumida en una especie de arrobamiento.
»—¡Oh! No puedes imaginarte, Amaury—me dijo—los crueles encantos que yo encuentro en la terrible enfermedad que tanto alarma a todo el mundo, pues me parece que no sólo mis sentidos corporales han duplicado su virtud de percibir, sino que en mí se han despertado nuevos sentidos que pudiéramos llamar sentidos del alma. Ahora mismo, en esa música que acabas de hacerme oír y que he escuchado tantas veces, he percibido nuevas melodías que no sospeché jamás y el aroma de mis flores me produce sensaciones que nunca conocí y que quizá no vuelva ya a percibir cuando haya recobrado la salud por completo. Cuando ayer… (no vayas a burlarte de mí, Amaury) una silvia cantaba en un arbolito, en el cual había un nido, ¿sabes lo que se me ocurrió pensar mientras la oía cantar? Que si así como estoy contigo y con mi padre, hubiera estado sola, habría concentrado mi espíritu en aquel canto, aplicando a interpretar todas mis facultades, segura de llegar a comprender lo que aquel pájaro decía a su hembra y a sus hijuelos.
»Yo miraba al padre de Magdalena, y asustado de oír aquellas ideas que me parecían hijas del delirio, buscaba en sus ojos una respuesta a mis dudas y a mis inquietudes; pero él, con un ademán procuró tranquilizarme, y poco después abandonó el aposento.
»Entonces Magdalena se inclinó hacia mí y dijome al oído:
»—Amaury, ¿quieres tocar aquel vals de Weber que bailamos juntos?
»Yo me asusté ante la idea de hacerle oír la misma melodía que la había causado una crisis nerviosa tan terrible, y no hallé otro medio de excusarme que decirle que no la sabía de memoria.
»—No importa. Mañana la enviarás a buscar y la tocarás. ¿Verdad que lo harás así?
»Yo se lo prometí, sin saber lo que decía.
»¿Tendrá razón su padre al decir que las emociones más perjudiciales son las que más apetece?
»Al despedirme por la noche me hizo prometer de nuevo que al otro día la complacería tocando el famoso vals de Weber.
»Ha pasado bien la noche última, durmiendo con un sueño más tranquilo y reparador que el de costumbre. Tres veces, desde las diez de la noche al amanecer, ha entrado su padre en el dormitorio y siempre la ha encontrado descansando. La señora Braun, que la velaba, ha asegurado que en toda la noche no se despertó más que dos veces, y después de tomar un calmante, dando muestras de sentirse muy aliviada, había vuelto a dormirse.
»Cuando esta mañana me ha explicado el doctor cómo había pasado la noche su hija, según suele hacerlo cotidianamente antes de entrar yo en su cuarto, le dí cuenta de la obstinación que mostraba Magdalena por oír el vals en cuestión. Reflexionó unos instantes, al cabo de los cuales, respondió:
»—¡Ya te lo decía yo! ¡Ya ves cómo eran ciertos mis temores! Mientras tú no te vayas, siempre tendrá esa necesidad de emociones fuertes que me da tanto cuidado. No tomes a mal lo que te digo, Amaury; pero, he de confesarte con noble sinceridad que daría yo algo bueno por verte ya lejos de ella.
»—Pero, ¿qué hago? ¿Toco o no toco el vals?
»—Tócalo. Yo estaré a tu lado. Haz caso de lo que yo te recomiende y no accedas a los ruegos que ella pueda hacerte.
»Me dirigí al cuarto de Magdalena y encontré a ésta con el rostro radiante y haciendo gala de tener muy buen humor. La fiebre había seguido en su marcha descendente.
»—¡Ay, Amaury!—me dijo.—¡Si supieras qué bien he dormido y con qué fuerzas me siento! Tan bien estoy, que si consintiese en ello mi tiranuelo (y al decir esto, envolvió a su padre en una mirada de amor inefable), creo que andaría, o más bien, sería capaz de volar, más ligera que un pájaro. Pero él con su pretensión de conocerme mejor que yo misma, me tiene aquí sujeta a este maldito sillón.
»—Te has olvidado ya, Magdalena—le repliqué,—que hace dos días reducíase toda tu ambición a sentarte en ese maldito sillón como tú dices, y ahí, junto a la ventana, creías estar en un paraíso terrenal. Así pasaste ayer todo el día y te diste por muy contenta con ello.
»—Tienes razón, pero lo que ayer tenía yo por bueno no lo es ya hoy. Si hoy tú sólo me quisieras lo mismo que ayer no me daría por satisfecha; para mí, las sensaciones que no aumentan disminuyen. ¿A ver si adivinas en dónde querría yo estar ahora? ¿Quieres que te lo diga? Pues quisiera estar bajo un grupo de rosales, tendida sobre»el césped, que se me figura suave como el terciopelo.
»—Me complace tu ambición por lo modesta—dijo