Vidas soñadas. Liz Fielding
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28001 Madrid
© 2000 Linda Allsopp
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Vidas soñadas, n.º 1619 - agosto 2020
Título original: His Runaway Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1348-720-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Prólogo
NO TE vayas –dijo Mike, apretándola contra su pecho–. Me encanta que tú seas lo primero que veo al despertarme por la mañana.
A Willow también le encantaba. Era un placer despertarse sobre el pecho de Mike, sus brazos rodeándola, el pelo de color maíz cayendo sobre la frente masculina. Lo amaba. Y, abrazados en la oscuridad, los besos de aquel hombre hacían que le resultara difícil resistir la tentación de cerrar los ojos y dejarse llevar.
Levantarse de la cama un domingo por la noche y tener que conducir hasta su casa no era precisamente muy divertido. Y tampoco lo era para Mike. Por eso Willow prefería ir en su propio coche y marcharse cuando tenía que hacerlo, sin molestar.
–Lo siento, cariño –murmuró, besándolo en la frente antes de levantarse–. Si me quedo, tendré que levantarme al amanecer para ir a cambiarme a casa. Los lunes son suficientemente horribles sin tener que andar corriendo de un lado para otro.
–Deberías traer algo de ropa –protestó Mike, apoyándose sobre un codo–. Así no tendrías que salir corriendo.
No era la primera vez que Mike sugería aquello, pero Willow no estaba dispuesta a hacerlo. Había conseguido evitar el asunto del cepillo de dientes comprando un mini neceser que llevaba siempre en su bolso, junto con un par de braguitas y medias de repuesto. Ella era periodista y tenía que estar preparada para cualquier eventualidad. Incluso en un periódico local, como el Chronicle.
Dejar ropa en el armario de Mike era muy peligroso. Su relación se volvería confusa. Se habría hecho demasiado accesible. Antes de que se diera cuenta, estaría en su casa más tiempo que en la suya y él daría por sentado que su relación era una relación seria. Y esperaría que ella se encargase de las tareas domésticas porque, sencillamente, era una mujer. Había visto repetirse aquella situación una docena de veces.
–No serviría de nada. De todas formas, tengo que darle de comer a Rasputín y a Fang –dijo Willow, tomando el albornoz. Los dos peces de colores, que Mike le había regalado, valían su peso en oro.
–Pues tráete a los peces –replicó él–. Y también puedes traer tu colección de peluches.
–Cuando estoy en tu casa, prefiero abrazarte a ti antes que a un peluche, cariño –sonrió Willow, antes de entrar en el cuarto de baño.
Mike saltó de la cama y la siguió.
–Déjame sitio. ¿O se te ha olvidado la campaña de ahorro de agua que tú misma has organizado a través del periódico?
Así no llegaría a casa antes de amanecer, pensó Willow. Pero le dejó sitio, esperando evitar cualquier contacto físico.
–¿Qué más puedo decir? –preguntó Mike entonces, mientras enjabonaba su espalda. Muchas cosas más, pensó ella, intentando disimular el placer que le producían las manos del hombre deslizándose por su piel–. Tráetelo todo. Ven a vivir conmigo.
Willow contuvo el aliento. No era la primera vez que se lo pedía.
–¿Y