Vidas soñadas. Liz Fielding

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Vidas soñadas - Liz Fielding Jazmín

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      –Eso es verdad.

      –Venga, será divertido. Podemos hacer esto todos los días.

      Mike la rodeó con sus brazos y la besó en el cuello, para demostrarle lo divertido que podría ser.

      Tenía razón. Era irresistible. Pero, en aquel tema, Willow no pensaba ceder. Cuando Mike movió las cejas, como pidiendo una respuesta que creía conocer, ella suspiró.

      Sabía que Mike no le permitiría cambiar de tema sin una explicación. Era el momento de contarle su filosofía sobre el asunto de «vivir juntos».

      –Mike…

      –Cuando he dicho que había que ahorrar agua, no estaba pensando en la sequía… –se quejó él entonces.

      –Mike, escúchame –dijo entonces Willow. Su tono hizo que Mike dejara de sonreír–. Cariño, tú conoces a mi prima.

      –¿Crysse? Muy simpática. No tiene nada que ver contigo, pero…

      –Y tú sabes que Crysse vive con su novio, Sean.

      –Eso es lo que hace todo el mundo –dijo Mike, tomándola por los hombros muy serio–. Ven a vivir conmigo. Te prometo que nadie va a tirarte piedras por la calle…

      Y entonces empezó a besarla, empujándola inexorablemente hacia la cama. Sería tan fácil decir que sí. Willow quería decir que sí…

      La sonrisa de Mike había vuelto a iluminar su rostro, los ojos grises brillantes de alegría. Estaba claro que creía haber ganado.

      –¡No! Escúchame, Mike –exclamó entonces Willow, poniendo freno al asunto–. Antes de que vivieran juntos, Sean y Crysse solían salir casi todas las noches. Él la invitaba a cenar, al teatro, a la ópera. Los domingos, le llevaba el desayuno a la cama y se quedaban allí todo el día, hablando sobre lo que harían cuando estuvieran casados, cuántos niños tendrían y todo eso, ya sabes.

      –Bueno, nosotros aún no hemos empezado a hablar de niños, pero lo del desayuno en la cama sí podríamos hacerlo, ¿no? –rio Mike–. Mañana mismo te llevaré…

      –Y entonces él sugirió que se fueran a vivir juntos.

      –Te llevaré el desayuno a la cama durante toda la vida.

      –Eso es lo que dijo Sean. Crysse estaba emocionada. Vendió su apartamento, redecoró el de Sean…

      –Tengo la impresión de que esta historia no tiene un final feliz.

      –Eso depende del punto de vista –dijo Willow–. Sean es feliz. Los viernes por la noche sale con sus amigos mientras Crysse, después de pasarse toda la semana intentando meter un poco de matemáticas en duras cabezas adolescentes, limpia el apartamento que «comparten». Y ahora, los sábados va al supermercado mientras Sean juega al fútbol con sus colegas. Y los domingos es ella quien le lleva el desayuno a la cama, donde él se queda descansando todo el día porque está agotado.

      –¿Y Crysse?

      –Crysse se dedica a planchar. Su ropa y la de él.

      –Pues debería darle una lección. Que se vaya de casa de Sean y se mude a tu apartamento…

      –Las cosas no funcionan así, Mike. Lo que pasaría es que, mientras Crysse intenta probarle que es indispensable en su vida, alguna otra chica vería al pobre Sean que no sabe qué hacer para tener su casa en orden y se pondría a limpiar y planchar para él. Y entonces Sean, que ha aprendido la lección, no dejaría que esa joya se le escapara.

      Mike la miró muy serio.

      –¿Eso quiere decir que no?

      –No es nada personal. Si yo quisiera irme a vivir con alguien, me vendría a vivir contigo. Pero a mí me gusta mi vida…

      –¿Y si yo convierto esto en algo personal?

      –Mike, por favor… –empezó a decir Willow, tomando su ropa del sillón–. Se está haciendo tarde.

      –¿Y si yo convierto esto en algo personal? –insistió Mike, sin moverse.

      De repente, la situación era demasiado seria y Willow se sentía como al borde de un precipicio. No quería perder a Mike. Lo amaba. Pero antes de abandonar la vida que tanto le gustaba, tenía que descubrir si él la amaba del mismo modo. Si era capaz de llegar a un compromiso total. Que no hubiera ningún compromiso entre los dos.

      –¿Qué estás diciendo? ¿Que o vivimos juntos o rompemos?

      –No, cariño –contestó él, apartando de su frente los cortos rizos oscuros–. Lo que estoy diciendo es… quiero que vivas conmigo, Willow Blake. Quiero tenerte a mi lado cada mañana cuando me despierto. Quiero abrazarte cada noche hasta que nos quedemos dormidos. ¿Cuándo podemos casarnos?

      Capítulo 1

      NECESITO una respuesta hoy mismo, señorita Blake, o no podré asegurarle…

      –¡Y la tendrá! –exclamó Willow.

      Inmediatamente, se arrepintió. No era culpa del constructor que no pudiera tomar una decisión sobre los armarios de la nueva cocina. Y tampoco que no le importara un bledo su nueva cocina. Era una pesadilla en la que, supuestamente, tendría que cocinar tres veces al día. Como su madre…

      ¿Por qué le había dicho a Mike que se casaría con él? ¿Por qué no se había ido a vivir con él, como había hecho su prima Crysse? Crysse era feliz, ¿no? Planchar un par de camisas de Mike habría sido más sencillo que tener que llevar a cabo lo que su madre consideraba una boda perfecta y tener que vivir en la que el padre de Mike consideraba una casa perfecta.

      Era como si los extraterrestres se hubieran apoderado de su vida.

      Unos extraterrestres muy simpáticos, desde luego, pero extraterrestres al fin y al cabo. Y no tenían ni idea de lo que significaba la palabra «sencillo».

      Para Willow, una boda sencilla significaba una ceremonia discreta en una pequeña ermita en el campo, un vestido sencillo de color claro, dos damas de honor que no se hicieran pipí en los pañales y un banquete para los amigos.

      Pero la versión de su madre de una boda sencilla incluía una ceremonia en la catedral de Melchester, un coro de cincuenta niños cantores, pajes, damas de honor, testigos, invitados, flores como para cerrar una floristería…

      Y luego estaba el banquete.

      No. Willow se negaba a rendirse sobre el asunto del banquete, y a aceptar aquella tarta de boda que parecía un rascacielos. Era una pesadilla. A Willow le gustaban las cosas simples, pero aquella boda se estaba convirtiendo en un acontecimiento social.

      Y la ceremonia era solo la punta del iceberg. Las auténticas complicaciones llegaron en un sobre pequeño. Un sobre blanco con el logo de un periódico de tirada nacional.

      Si la vida fuera sencilla, llamaría al teléfono que aparecía en el sobre y diría que ya no estaba disponible. Habían tardado demasiado en ofrecerle

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