Vidas soñadas. Liz Fielding

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Vidas soñadas - Liz Fielding Jazmín

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casa de tu prima?

      –Me temo que sí. Tenemos que ensayar la entrada y a una de las damas de honor se le ha descosido el vestido. Además, quedan tarjetas por escribir…

      –¿Sabes una cosa? –la interrumpió él.

      –¿Qué?

      –Si hubiera sabido antes en la que nos estábamos metiendo, no te habría pedido que te casaras conmigo.

      –Créeme, si yo lo hubiera sabido te habría dicho que no –replicó ella. Por un segundo, Mike vio un brillo extraño en sus ojos azules. Casi como si deseara que hubiera sido así–. Estoy intentando tomarme esto como una visita al dentista. Es angustioso, pero después…

      No terminó la frase, como si esperase que Mike lo hiciera por ella: «Pero después todo es maravilloso» o algo así.

      –Ponte el cinturón –dijo él, sin embargo, antes de arrancar y perderse entre el tráfico.

      Cualquier cosa mejor que pensar en aquel «después» tras un escritorio, en una oficina, llevando la contabilidad de un periódico.

      –Me han ofrecido un trabajo, Crysse.

      –¿Qué clase de trabajo? –preguntó su prima, sin levantar la mirada de un dobladillo descosido–. ¿No será en el Evening Post? Aunque, la verdad es que trabajar con tu marido no es muy buena idea. Veinticuatro horas al día de felicidad es más de lo que cualquier mujer puede soportar. Aunque yo no esté en posición de juzgar eso.

      –La verdad es que casi nunca veo a Mike en la oficina. Además, no es el Evening Post. No podría trabajar para un periódico rival. ¿Recuerdas que envié mi currículum al Globe?

      –¿El Globe? Pero eso fue hace meses. El año pasado, antes de conocer a Mike. Creí que te habían dicho que no estaban interesados.

      –No. Me dijeron que se pondrían en contacto conmigo y acaban de hacerlo. Tienen un nuevo editor y un suplemento en la edición de los viernes y quieren que me una al equipo.

      Crysse clavó la aguja en la tela de raso.

      –A ti todo te sale bien.

      –¿Cómo?

      –Nada –murmuró su prima–. Felicidades.

      –¿Qué te pasa?

      –Nada –contestó Crysse, encogiéndose de hombros–. Todo. Estoy celosa de ti.

      –¿Celosa?

      –Lo sé. Es horrible, pero no puedo evitarlo –se disculpó su prima, poniéndose colorada–. Tú lo tienes todo. Un novio por el que se moriría cualquier mujer, un hombre que cree en el matrimonio, una boda que va a salir en los periódicos, una casa fabulosa cortesía de tu suegro… y sin embargo no dejas de quejarte. Cualquiera diría que no quieres casarte con Mike.

      –No… –empezó a decir Willow. Quizá se había quejado para que Crysse la hiciera reír, para que le diera la vuelta a las cosas y le hiciera ver lo feliz que debería sentirse–. No estaba quejándome tanto, ¿no?

      –Mucho. Y encima te ofrecen el trabajo con el que siempre habías soñado –siguió Crysse. Willow observó con horror que los ojos de su prima se llenaban de lágrimas–. Y yo qué tengo, ¿eh? Llevo cinco años con Sean, cinco años. Y sigue sin querer casarse. Estoy a punto de cumplir los treinta y quiero un hogar, Willow. Una casa con jardín, niños…

      –¡Oh, Crysse! –exclamó Willow, abrazando a la joven–. ¿Has hablado con Sean? No puedes seguir así. Tienes que decirle lo que sientes.

      Parecía la columna sentimental del Chronicle: «Habla con tu pareja». «Explícale tus preocupaciones sobre vuestra relación».

      –¿Para qué? ¿Para qué va a casarse cuando ahora tiene todo lo que quiere? Debería haber sido como tú, Willow. Tú sabías lo que querías y lo has buscado. Tú siempre has sido más inteligente. Nunca te conformarías con menos de lo que quieres.

      Willow pensó que llevaba dos semanas deseando haber aceptado irse a vivir con Mike. Pero en el estado de Crysse, seguramente creería que no era verdad, que solo lo decía para consolarla.

      –Muy bien. Pues si no te gusta lo que tienes, es hora de que te preguntes qué es lo que quieres de verdad.

      Crysse se secó las lágrimas con la mano.

      –Yo creí que esto era lo que quería. Pero no es suficiente.

      –Entonces, deja a ese desagradecido. Has perdido demasiado tiempo lavando los calcetines de un hombre que cree que un compromiso es apoyar a los Melchester Rovers cuando juegan en casa. Haz lo que quieras con tu vida antes de que sea demasiado tarde.

      –Hace falta mucho valor para dejar atrás una relación de cinco años, Willow. Es como un divorcio. Sin papeleos, sin abogados, pero da igual. Hay que empezar otra vez, cinco años después y mucho menos fresca –dijo su prima, sonándose la nariz–. ¿Y tú? ¿Qué piensa Mike del trabajo que te han ofrecido?

      Crysse había cambiado de tema, dispuesta a no seguir hablando sobre su vida. No quería dejar a Sean, solo quería que él cambiase de forma de pensar.

      –Aún no se lo he dicho –contestó Willow–. No se lo he contado a nadie más que a ti.

      Crysse levantó las cejas.

      –¿Y no crees que deberías hacerlo?

      –Estaba esperando que mi prima favorita me ofreciera unas sabias palabras.

      –Estabas esperando que te dijera que puedes tenerlo todo.

      –¿Qué quieres decir?

      –Quiero decir que Mike vive aquí, en Melchester. Y espera que te dediques a él y a vuestra futura familia. Te recuerdo que vas a casarte el sábado. ¿O lo has olvidado? –preguntó Crysse, tomando su mano–. Eso es lo que quieres, ¿no es así, Willow?

      ¿Eso era lo que quería? Una casa, hijos… Amaba a Mike, pero la idea de escribir «ama de casa y madre» en la casilla de «ocupación» no estaba en su proyecto de futuro. Ni en sus sueños. Willow había soñado tener su propia columna en un periódico nacional antes de cumplir los treinta.

      La carta del Globe le ofrecía exactamente eso. Tardaría algún tiempo en tener su propia columna, pero allí podría hacerse un nombre.

      Mike lo entendería.

      Claro que sí.

      Mike levantó la cabeza cuando Willow se sentó frente a su escritorio.

      –¿Puedo invitarlo a comer, jefe? –preguntó, apoyando los codos sobre la mesa.

      –¿De verdad quieres comer? –sonrió él.

      –Tú eliges. Tengo una hora antes de tener que soportar una sesión infernal con mi peluquero, así que una de dos: un bocadillo en el bar o podemos cerrar la puerta, bajar las persianas…

      –No he visto la calle en una

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