Los guardianes del mar. Fondo Editorial USIL
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UN MAR RICO Y VENERADO
La marcada tonalidad verde de la fría corriente del mar que baña la costa sur y central del Perú es una inequívoca señal de vida. Es el color del plancton que en escala masiva oscurece sus aguas, mostrándolas tan diferentes de los transparentes mares caribeños, pero que permite sostener uno de los bancos de peces más grandes del planeta.
Uno de los fenómenos singulares de ese mar -ausente en casi todos los del mundo- es el constante aporte de nutrientes que recibe de los fondos marinos; el afloramiento de las aguas profundas conteniendo ingentes cantidades de residuos orgánicos, producto de la continua acumulación de los restos de animales muertos y otros desechos vitales, que al poseer altos niveles de nitratos y fosfatos sirven de alimento y favorecen la rápida reproducción del fitoplancton, un conjunto de organismos microscópicos que flota en la superficie del mar -llegando hasta los 600 metros de profundidad- y es el factor primario de la rica cadena alimentaria marina.
De esa manera, el fitoplancton es el alimento del plancton animal (zooplancton) que, a su vez, sustenta a pequeños peces y crustáceos que nutren a peces más grandes, aves, mamíferos de gran tamaño, depredadores y, finalmente, al hombre.
Gracias a la abundante presencia de fitoplancton, la Corriente Peruana es uno de los ecosistemas marinos más productivos de la Tierra y, aunque representa menos del 0,1% de la superficie mundial de los océanos, en sus aguas se lleva a cabo más del 10% de las capturas de peces del orbe.
LAS REDES DE PARACAS ENTRE LAS MÁS ANTIGUAS DEL MUNDO
Este mar generoso ha tenido, desde tiempos ancestrales, una estrecha e intensa relación con el antiguo poblador costeño. El hombre de Paracas, que habitó la pampa de Santo Domingo hace nueve mil años, se alimentaba principalmente de los productos del mar, complementando su dieta con la recolección de frutos y el cultivo de plantas.
Los hombres de la época comían -dice Engel- toda clase de moluscos. Entre los más apetecidos estaba el duro pero nutritivo chanque, para cuya obtención los buceadores tenían que sumergirse con frecuencia a las profundidades del mar. Los 11 cráneos sacados por Engel de las tumbas de Paracas tienen osteomas en el conducto auditivo, la enfermedad de los zambullidores. «Por este dato, podemos sospechar -afirma Weiss- que se dedicaban y, probablemente, vivían de la recolección de alimentos marinos» (Weiss, 1962).
Los habitantes de la pampa de Santo Domingo, además de extraer mariscos, pescaban con redes de malla rectangular elaboradas con un resistente hilo de fibra de cacto, cuya edad ha sido fijada en alrededor de 8830 años, consideradas entre las más antiguas del mundo.
No se descarta que, siendo excepcionalmente hábiles en las faenas marinas, hayan usado cierto tipo de embarcación para sus salidas a altamar. Para plantear esta posibilidad, Engel se basa en el hallazgo de una punta de arpón, hecha de un hueso de ballena, que es un instrumento de caza típico de los pueblos que practican la navegación alejada de la costa; indispensable, por ejemplo, para la caza de los cetáceos (Buse, 1973).
ÁSPERO: LOCALIDAD PESQUERA DE LA CIVILIZACIÓN CARAL
Un maravilloso legado histórico que da muestras de la profunda relación entre las antiguas civilizaciones y la vida marina son los vestigios arqueológicos de la civilización Caral, que existió hace 5 mil años en la costa central del Perú. Esta civilización se originó en el continente americano, casi en simultáneo con las del antiguo mundo: Mesopotamia, Egipto, India y China.
Ubicada sobre una meseta que domina el valle del río Supe, esta ciudadela -excepcionalmente bien preservada- tuvo un formidable crecimiento al convertirse en el centro de una amplia red de intercambio que se extendió por la costa, la sierra e incluso la selva.
•• Mientras se forjaba Mesopotamia o Egipto, en el litoral de Supe se desarrollaba una civilización con la misma capacidad creativa.
•• Las conchas de Spondylus fueron elementos singulares de las culturas prehispánicas que se utilizaron en rituales y ofrendas para expresar las creencias que intercomunicaban el mundo humano y el sobrehumano.
Aun cuando se hallaba a más de 23 kilómetros del litoral, una de las principales fuentes alimenticias de su población fue el mar. En este sentido, cobró especial importancia Áspero -presumible localidad pesquera de la civilización Caral-, con la que los caralinos mantuvieron estrechas relaciones de intercambio (Shady, 2015b).
Con Áspero, o El Áspero, situada a 500 metros del Océano Pacífico, cerca de la desembocadura del río Supe, los caralinos intercambiaron su principal cultivo: el algodón, y productos elaborados con él, como textiles y redes de pesca. A cambio, recibieron grandes cantidades de pescado seco y salado -gracias al uso de los salares del lugar-, sobre todo anchoveta. En esta zona se consumieron otros peces y moluscos, como las machas y el choro zapato. También se encontraron productos agrícolas, como achira, guayaba, pacae, frijol, pallar y zapallo (Shady, 2015a).
El conocimiento de la orientación de los vientos y las corrientes oceánicas, así como el dominio de los sistemas de orientación estelar y lunar, permitieron a los hombres de Áspero incursionar en el mar en travesías hacia otros pueblos costeros, favoreciendo el intercambio de productos exóticos y muy preciados por las altas autoridades de la ciudadela.
Uno de los productos principales -obtenido en las costas ecuatoriales- fue la concha “mullu” (Spondylus princeps), de gran importancia para las sociedades andinas, que era utilizada en las ceremonias religiosas y en la manufactura de collares y otros adornos de mucho prestigio social.
•• La cultura Moche resalta por sus ceramios. En ellos representaron, tanto de manera escultórica como pictórica, a divinidades, hombres, animales y escenas significativas referidas a temas ceremoniales y mitos que reflejaban su concepción del mundo, destacando la asombrosa expresividad, perfección y realismo con que los dotaban.
«Con el algodón se confeccionaron redes de pescar más grandes y resistentes que inicialmente fueron usadas solo en las orillas, tal como lo testimonian las halladas en la bahía de Paracas (8830 a.C.)».
MÁS ALLÁ DE LA ORILLA
Hace aproximadamente 4500 años, el pescador peruano se atrevió a incursionar mar adentro sobre ingeniosas naves, en un proceso que mejoró su alimentación con el consumo de grandes peces que viven alejados de la costa. Junto con el arpón y las redes, el pescador se montaba en embarcaciones fabricadas de totora -con las piernas recogidas y apretadas contra sus paredes- y, propulsándolas con un remo de dos palas, se adentraba en el mar al caer la tarde, hora en que los peces suben a la superficie. Estas balsas evolucionaron hasta convertirse en los populares caballitos de totora que, montados por diestros pescadores, navegan hasta hoy en el mar de Huanchaco y Pimentel.