Cartas (I). Josemaria Escriva de Balaguer
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[31] Son las Cartas n.os 1-5; 9-11; 14, 17, 19, 26-27, 29 y 31.
[32] No existe un elenco de quienes actuaron como secretarios de san Josemaría en este campo, como es lógico teniendo presente el carácter instrumental de la colaboración que prestaban. En cada caso, el fundador de la Obra se dirigía a uno u otro de los que estaban a su alrededor, en cuanto miembros del Consejo General u oficiales de alguna de las oficinas dependientes del Consejo, y solicitaba su ayuda, que siempre agradecía con especial delicadeza. Acudiendo a la memoria de quienes estaban en Roma en los años 1960, ha sido posible concretar algunos nombres: en primer lugar, Mons. Álvaro del Portillo, que, junto con Javier Echevarría, estuvo en todo momento a su lado, y también, en mayor o menor grado, pero siempre en la posición auxiliar ya descrita, otros como Joaquín Alonso (1929), Carlos Cardona (1930-1993), Julián Herranz (1930), José Luis Illanes (1933), Antonio Livi (1938) y José Luis Soria (1932).
[33] Me permito dejar aquí, aunque resulte más bien largo, un testimonio escrito sobre mi trabajo y mi actitud de espíritu en relación con el encargo que me dio san Josemaría sobre dos de sus Cartas. Un día me llamó y me habló en términos muy generales de su trabajo en las Cartas. Me preguntó si podría ayudarle en una de ellas (me habló primero de una, y luego, pasado un tiempo, de la otra). Como es lógico, le dije enseguida que sí. Era una manifestación de confianza que me conmovió: que nuestro fundador acudiera para una tarea como la de las Cartas a alguien joven, como yo lo era —tenía entonces apenas treinta años—, me impresionó y dio un tono de especial servicio a la Obra a todo el trabajo que realicé. El Padre me dijo cuál era el tema que quería tratar en cada Carta y esbozó su contenido; y también —no estoy seguro de que fuera en el primer momento o después— la fecha que iba a tener, ya que quería reflejar en sus Cartas lo que había sido su predicación a lo largo de los años. De hecho me dio material antiguo y algunas orientaciones. Recuerdo, en cambio, muy bien que me dijo que tuviera presente, junto al material que me entregaba, todo lo que le había oído decir en meditaciones y tertulias en el Colegio Romano de la Santa Cruz, al que me había incorporado en otoño de 1957 y en el que había tenido ocasión de escucharle en muchas ocasiones. Quedaba claro que en las Cartas quería dejar constancia del mensaje perenne de la Obra. Me puse enseguida al trabajo. Hice memoria de cuanto le había escuchado sobre el tema. Lo que san Josemaría me había pedido era que preparara una minuta de la Carta. Me hice la idea de que, al menos en esa época, le gustaba trabajar sobre textos seguidos que, en el supuesto de que los considerara aceptables como punto de partida, procedía a corregir, introduciendo cambios, supresiones y añadidos; y eso varias veces, es decir, haciendo copiar cada versión, que volvía a revisar a fondo hasta llegar —en ocasiones después de seis o siete revisiones— a un texto que correspondía a lo que deseaba expresar.
[34] Carta n.º 21.
[35] Carta n.º 6. Aunque la investigación está todavía en curso, algún dato apunta a que fue enviada ya en diciembre de 1963.
[36] Carta n.º 7.
[37] Carta n.º 12.
[38] Carta n.º 8.
[39] Carta n.º 36.
[40] Carta n.º 37.
[41] Carta n.º 38.
[42] Carta n.º 35.
[43] Carta n.º 32.
[44] Carta n.º 15.
[45] Son las Cartas n.os 13 y 20.
[46] En 1967, en la introducción al primer volumen de Cartas, del que se hará mención más adelante, el beato Álvaro del Portillo explicaba —refiriéndose a varias de ellas— que «el Padre desea que no se hagan públicas hasta después de su muerte» y que «es más oportuno dar alguno de esos Documentos a la imprenta cuando haya pasado tiempo, de modo que el ambiente haya madurado y los hechos históricos se proyecten lejanos».
[47] Solo hizo una excepción: la Carta n.º 13, que lleva dos fechas.
[48] Por ejemplo, en la Carta n.º 3, 2d, se lee la descripción de un episodio sobrenatural que experimentó el 7 de agosto de 1931. En la versión del volumen de 1967, había escrito —refiriéndose a ese momento— que “hace años” había sentido una locución divina dentro de su alma. Al revisar el texto, se dio cuenta de que existía un anacronismo, porque la Carta estaba fechada en 1932, por lo que no se podía hablar de “hace años” y cambió esa expresión por “tiempo atrás”, como puede verse en el aparato crítico.
[49] A san Josemaría le gustaba datar sus textos —y, a veces, también situar los acontecimientos y celebraciones— en fechas que tuvieran un valor en sí, por ser alguna fiesta de la Obra, el aniversario de algún acontecimiento importante de su historia, etc.
[50] Testimonio de Ernesto Juliá Díaz, redactado el 2 de febrero de 2005, en AGP, serie A.3, 87-2-8.
[51] En esta decisión, junto al aprecio por el latín, hondamente valorado por san Josemaría como lengua litúrgica e idioma usual durante siglos en la Iglesia e incluso en la civilización occidental, pudo influir el hecho de que el 22 de febrero de 1962, cuando estaba iniciando el proceso de redacción final de las Cartas, Juan XXIII hubiera promulgado la const. apost. Veterum sapientiae, destinada a fomentar la preservación y el aprendizaje del latín y su uso en la Iglesia.
[52] Estas traducciones al latín corrieron a cargo de dos expertos latinistas que trabajan en aquellos años en oficinas dependientes del Consejo General del Opus Dei: el canonista español José Luis Gutiérrez y el filósofo italiano Antonio Livi (de ambos se cuenta con testimonios en el archivo: AGP, serie A.3, 87-2-8).
[53] Nota 45/64, 4 de abril de 1964 (en AGP, serie E.1.3, 243-4).
[54] Nota 23/65, 11 de marzo de 1965 (en AGP, serie E.1.3, 244-3) y Nota 23/65, nueva versión, 21 de enero