Todo empezó con un baile. Louise Fuller
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Respiró lentamente para aliviar el nudo que tenía en los hombros.
Como siempre cuando se permitía pensar en el vigésimo primer cumpleaños de su hermana, sintió la misma mezcla de ira y de arrepentimiento. Y, como siempre, se dijo que había sido una excepción, una pérdida momentánea del sentido común en la que había bajado la guardia cuando ella lo miró de aquella manera, porque, hasta aquel momento, había considerado a Mimi una niña.
Después, había tratado de decirse que no era culpa de Mimi. Ella no había elegido ser pariente de sangre de un par de delincuentes y no la había culpado por lo que su padrastro y su tío habían hecho.
Frunció los labios. No. La culpa era enteramente suya por haber presentado a Charlie Butler y a Raymond Cavendish a su padre. Por no haber sabido ver más allá. Sin embargo, tampoco podía absolver a Mimi de la responsabilidad de sus actos.
Aquella noche había habido un par de momentos en los que se había sentido intranquilo, algo que había atribuido al hecho de que ella fuera la amiga de Alicia, una amiga de la familia al fin y al cabo. Más tarde, de hecho ya demasiado tarde, había resultado evidente que ella había desempeñado un papel en el engaño que había llevado a cabo su familia.
Ella había estado a punto de jugar con él, le había faltado tan poco… Lo más increíble de todo era que, a pesar de todo lo que había ocurrido, era la traición de Mimi y su propia estupidez lo que más le dolía incluso después del tiempo transcurrido.
Sintió que el nudo de los hombros se tensaba un poco más.
Al principio, había querido que fuera una coincidencia, pero la rápida e inexplicable marcha de la fiesta le había confirmado a Bautista que ella era culpable también. A medida que los hechos fueron produciéndose, había dejado de buscar excusas para exonerarla.
Más tarde, por el bien de su padre y la reputación de su familia, había tratado de convencer a Alicia para que rompiera su amistad con Mimi, pero su ingenua hermana había ignorado por completo sus consejos.
Sintió una profunda irritación. No con Alicia, dado que sabía que su hermana no vivía en el mundo real, pero él sí. Ya era bastante malo haber conducido a los lobos hasta su puerta en una ocasión, pero resultaba que había vuelto a fracasar al no insistir lo suficiente para que su hermana cortara todo vínculo con Mimi.
La tensión de los hombros comenzó a bajarle por la espalda.
Sabía exactamente lo que ocurriría si los medios de comunicación descubrían que su hermana era la mejor amiga de la hijastra y nieta de los hombres que se habían apropiado de los fondos de pensión de los empleados de Caine. En realidad, no les iba a costar mucho enterarse si Alicia convertía a Mimi en su dama de honor. Por eso le tenía que decir a su hermana que aquello no podía ocurrir.
Apretó la mandíbula.
Le había dolido escuchar que Alicia estaba tan disgustada, pero la alternativa, es decir, que Mimi ocupara un lugar de tanta importancia en la boda y en las fotografías, no era viable. Por lo tanto, había utilizado la mala salud de su propio padre y el daño potencial que supondría para el apellido familiar para tratar de conseguir que cambiara de opinión. Había funcionado, pero había tenido que ofrecer algo a cambio para suavizar el golpe.
Y así lo había hecho, aunque tampoco era lo ideal. El acuerdo significaba permitir que Mimi Miller regresara a su vida. Lo haría por el bien de su hermana.
Se acomodó en su butaca y sintió que el corazón le latía con fuerza contra las costillas.
En aquella ocasión, no habría lapsus. Ni perdidas de control que le hicieran bajar la guardia. No tendría que vivir sabiendo que había estado a punto de poner a su familia en peligro por segunda vez.
En aquella ocasión, todo sería diferente. Sería Bautista quien manejaría los hilos e iba a disfrutar cada segundo haciéndolo.
Mimi Miller iba tarde. Literalmente. Iba… corriendo, aunque, gracias a los zapatos de alto tacón que con tan mal criterio había elegido aquella mañana, todo se quedaba más bien en un intento por correr. Sus pulmones no hacían más que implorar piedad.
«Gracias a Dios».
Aquella era la calle. Aminoró la marcha hasta que comenzó a avanzar a pasos inestables. Se vio reflejada en el escaparate de una tienda y suspiró profundamente.
Tanta prisa había sido culpa suya, no porque hubiera estado dudando sobre lo que ponerse. En realidad, la moda no era lo suyo. Solo tenía dos vestidos, uno que odiaba porque evocaba amor, sueños y aflicción. El otro vestido, azul marino con lunares blancos, le había parecido muy mono cuando se lo probó en casa. Sin embargo, al ver el estado de su larga melena rubia, que le llegaba hasta la cintura, había sentido que el pánico se apoderaba de ella. Se dirigió inmediatamente a la peluquería más cercana, carísima, para que se lo peinaran.
A pesar del precio, había merecido la pena. Sentía un hormigueo de excitación y felicidad en la piel. Iba a ver a su mejor amiga por primera vez en más de dos años y quería celebrarlo.
Entró en el restaurante y se miró las piernas. De repente, se sintió algo cohibida. Vaqueros y camisetas, preferiblemente de varias tallas más grandes, componían su atuendo habitual, pero Tenedor era un restaurante argentino muy exclusivo y muy popular entre las celebrities. No era la clase de local al que se acudía con ropa demasiado informal.
Sintió que se le hacía un nudo en la garganta. ¿Debía estar ella allí? Hacía mucho tiempo que no se movía en aquellos círculos, dos años horribles desde que Charlie y Raymond fueron enviados a prisión y la vida de Mimi cambió para siempre.
Se estaba comportando de un modo estúpido. Nadie iba a vincularla con la muchacha de aspecto turbado que esperaba en el exterior del tribunal.
Tratando de ignorar los potentes latidos de su corazón, le dio su nombre al maître y lo siguió a través del restaurante. La emoción por ver a Alicia superaba con creces el pánico que sentía. No obstante, le resultaba imposible creer que hiciera ya dos años que no veía a su amiga. Después del arresto de Charlie y de Raymond, habían hablado por teléfono. Había sido una conversación breve y seca, en la que ella se había disculpado una y otra vez por lo que había ocurrido y Alicia no había dejado de repetirle entre lágrimas que aquello no cambiaba nada entre ellas.
Desde entonces, habían hablado por teléfono y se habían enviado mensajes de texto, pero, entonces, Alicia se mudó a Nueva York y había estado muy ocupada trabajado en la fundación benéfica de su familia. Además, había conocido y se había enamorado de Philip Hennesy, el heredero de un imperio hostelero y, evidentemente, él había absorbido la mayor parte de su tiempo.
En aquellos momentos, Philip y Alicia estaban comprometidos y, según la invitación que ella había recibido, la boda iba a ser en mayo. Faltaban menos de tres meses.
Se podía decir, que, sin esfuerzo alguno, Alicia iba cumpliendo con todas las etapas de la edad adulta. Mimi sintió que se le hacía un nudo en el pecho. Ella, por el contrario, estaba trabajando como camarera en una cafetería de Borough Market. Todas las ambiciones de juventud de convertirse en directora de cine se habían hecho añicos incluso antes de poder alcanzarlas.