¡Escribirás y escribirás!. Carolina Romero
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Existen diversas versiones sobre el origen histórico del diario. Girard (1996) lo ubica alrededor de 1800, antes de la eclosión romántica. Este autor afirma que el diario nace como resultado del encuentro de dos corrientes de la época:
La exaltación del sentimiento y la moda de las confesiones, siguiendo las huellas de Rousseau; por otro, la ambición de los ideólogos de fundar la ciencia del hombre sobre la observación, colocando la sensación en el origen del entendimiento, de acuerdo con Locke, Helvétius y Condillac. (p. 32)
Los primeros redactores de diarios —Maine de Biran (1792-1824), Benjamin Constant (1804-1816), Stendhal (1801-1818)— estuvieron alimentados por este pensamiento. Foucault (1999), por su parte, sitúa la aparición de un tipo de «escritura de sí» en los siglos I y II, en lo que Plutarco llama escritura ethopoiética, que era producida en los hypomnémata, unos cuadernos que cumplían múltiples funciones, pero que tenían como principal finalidad el entrenamiento y la constitución de sí. Asimismo, este autor indica que en la literatura cristiana posterior se desarrolla una práctica similar, en cuanto escritura de sí, pero que difiere en su finalidad. En efecto, durante la época de la Reforma y Contrarreforma, que algunos estudiosos llaman la época de la «confesionalización de las sociedades» (Dussel y Caruso, 1999, p. 46), aparece la práctica de una escritura diaria que constituía un ejercicio de autorreflexión, un trabajo de autovigilancia interior que buscaba el dominio del alma (Catelli, 2007)6.
Por otra parte, las autobiografías, las memorias y los diarios íntimos publicados en Inglaterra y Norteamérica hasta mediados del siglo XVII eran, casi en su totalidad, de índole religiosa, y se inscribían en una tradición de “testimonio personal” de la búsqueda de Dios. Sin embargo, existen algunas excepciones, como los diarios de Samuel Pepys (1633-1703), escritos entre 1660 y 1669; los de George Cox (1642-1681) y John Wesley (1703-1791); los diarios de Goethe, que trascurren entre los años 1770 y 1775; los de Novalis, escritos entre 1797 y 1791; y los de Lord Byron, escritos entre 1813 y 1822.
Catelli coincide con Girard al considerar que más allá de estas escrituras iniciales, el diario íntimo encuentra su verdadero origen en Francia, a partir de 1800. Como Girard, la autora sitúa una primera generación de lo que denomina ‘intimistas’, entre 1800 y 1820, compuesta por los diarios de Joubert, Maine de Biran, Benjamin Constant y Sthendhal, y una segunda generación que inicia con el monumental diario de Amiel (16.900 páginas), escrito entre 1839 y 1881.
Ahora bien, el horizonte de investigación de Catelli es el diario íntimo femenino, por lo cual surge entre la crítica argentina una hipótesis que da lugar a las consideraciones sobre el diario en general. Esta autora señala que todos «[…] los diarios íntimos son ya acabadas formas femeninas de escritura, sean escritos por hombres o por mujeres» (2007, p. 53); de allí, el título de su artículo: “El diario íntimo: una posición femenina”. Su perspectiva se apoya en las condiciones de vida de una clase media que comienza a cimentarse luego de la Revolución francesa, cuando tanto el establecimiento del Código napoleónico como las restauraciones europeas que lo continuaron consagraron un modelo de mujer, esposa y madre encerrada en el círculo familiar. Esta domesticidad sumisa fue la imagen femenina que tuvieron ante sí los escritores de diarios íntimos; de allí que el encierro, como condición de posibilidad de la escritura íntima, devenga, tanto en los diarios de hombres como de mujeres, una posición femenina.
Como las monjas, las mujeres confinadas escriben ya no en celdas, sino en la vida doméstica familiar. El terror ya no se siente con respecto a los demonios, sino ante lo propio: ante una parte de uno mismo que reside en el carácter terrorífico del encierro doméstico. Esto se agudiza cuando, a partir de la diseminación de las ideas rousseaunianas a principios del siglo XIX, se consolida la analogía entre domesticidad y cárcel (Catelli, 2007). Por ello, la autora propone que no hay casualidad entre tal contexto y los orígenes del género diario íntimo, e insiste en forma interrogativa: «¿No podría decirse, cometiendo una boutade, pero sin llegar al disparate, que a partir de principios del siglo XIX, la posición del sujeto en la escritura de la intimidad es, desde este punto de vista, una posición femenina?» (2007, p. 53).
Dicha posición no hace referencia a una identidad femenina ligada a lo biológico o esencialista, ni a lo anatómico, ni a una ontología de la femineidad. Antes bien, la posición femenina es pensada desde los estudios psicoanalíticos (Lacan, 1981; Tubert, 1988). Siguiendo estas líneas de lectura, Catelli (2007) concluye:
Quizá quienes se encierran —hombres o mujeres— a escribir diarios íntimos, como los ángeles del hogar en su empíreo doméstico y con sus demonios interiorizados, lo hagan ya desde una posición femenina: la del «no-todo». Son quienes registran, como Amiel, la angustia de haber abandonado, en la escritura, el universal masculino: «Este diario es una úlcera (una fístula, una herida): mi virilidad se evapora en sudor de tinta». (p. 57)
Nuestro abordaje de los diarios de Pizarnik y Walsh se nutre, en principio, de la categoría de diarios de escritores. Giordano ha dado una articulación categorial a este tipo de escritura separándola de otro tipo de diarios. Así, los diarios de escritor son «los diarios que se escriben en los márgenes de la literatura, pero que conservan en sus páginas las huellas del diálogo íntimo que cada escritor sostiene con las potencias y las imposibilidades del lenguaje» (2006, p. 138). «Diarios que exponen desde un punto de vista literario deliberaciones sobre el valor y la eficacia de “esa cosa singular que es escribir un diario” (Pla, 14 de marzo de 1944)» (Giordano, 2011, p. 44).
En el caso de los escritores, el registro de lo cotidiano le plantea al diarista problemas que rara vez se presentan en los diarios de «gente común», antes que nada, dudas sobre la posibilidad de inscribir, aunque más no fuese de forma sesgada, lo intransferible de las vivencias personales en las generalidades del discurso. Por la intensidad de su relación con algunas palabras […] Lo que hace diferentes a los diarios de escritores es que siempre exponen, desde un punto de vista literario, deliberaciones sobre el valor y la eficacia de la escritura diarística. (Giordano, 2011, pp. 102-103)
Estos diarios se mantienen en los bordes exteriores de la literatura, del lenguaje, del sentido; y exaltan, en modos distintivos, las imposibilidades de la escritura. En Argentina, lugar de nacimiento de los diaristas que nos competen, contamos con pocos diarios de escritor. Algunos de ellos son Borges de Adolfo Bioy Casares y El descanso de los caminantes del mismo autor. Este último texto es una edición reducida por Daniel Martino, a partir de los doscientos cuadernos que Bioy llevaba desde 1947. También se encuentran el diario Cuadernos de disciplinas espirituales de Ricardo Güiraldes; los diarios de viaje a Europa Paris-Roma y Viaje por mi sangre de Abelardo Arias; siete entradas del diario de Eduardo Mallea, publicadas por la revista Logos en 1945; los Diarios 1954-1991 de Abelardo Castillo y «los dos especímenes en las fronteras del género: diario de Los enemigos del alma, 1948, también de Mallea (recogidos en Notas de un novelista), y el Diario de un libro que Alberto Girri llevó entre enero y agosto de 1971 mientras escribía En la letra, ambigua selva» (Giordano, 2011, p. 12)7. En 2015 fueron publicados Los diarios de Emilio Renzi de Piglia, al igual que La vida escrita de Rabanal.
Estos diarios acompañan la escritura diarística elegida como corpus principal de este libro; no obstante, hemos decidido detenernos en dos autores: Pizarnik y Walsh. En el caso de Alejandra Pizarnik, el conjunto de escritos rescatados de viajes y trastornos diversos fue editado en Lumen por Ana Becciú; se publicó una primera versión en 2003 y una segunda aumentada en 2013. Los diarios de Walsh, rescatados por la ESMA, fueron editados en Seix Barral por Daniel Link, bajo el título de Rodolfo Walsh. Ese hombre y otros papeles personales (1996), y, posteriormente, De la Flor publica una segunda edición en 2007. Estos diarios constituyen, como ya señalamos, lo que Walsh denominaba