¡Escribirás y escribirás!. Carolina Romero

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¡Escribirás y escribirás! - Carolina Romero

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la de «escrituras diarísticas», que incluye los textos añadidos por el editor que abarcan —sin intentar atrapar, sino más bien liberar, desplegar, inaugurar— el conjunto de textos escritos por Walsh, entre 1957 y 1976, y por Pizarnik, entre 1954 y 1972.

      Como indica Link, en el prólogo a la primera edición, los papeles de Rodolfo Walsh son un conjunto de archivos: cuentos en los que trabajaba, anotaciones inéditas, entrevistas periodísticas, algunos textos publicados y las reconstrucciones que realiza Link de los cuentos “Ese hombre” (que consta de seis versiones incompletas) y “Adiós a La Habana”, a partir de un conjunto de borradores conservados (Link, 2007). La primera edición (1996) incluye textos ya editados previamente, como el prólogo a Los que luchan y los que lloran de Jorge Masetti; “Cuba escribe”, que es el prólogo a Crónicas de Cuba (1969); la autobiografía preparada para la antología Los diez mandamientos (1966); “El 37”, publicado en Memorias de infancia (1968); los textos “Olvidanza del chino”, “La noticia”, “Claroscuro del subibaja”, “La cólera de un particular”, “De Divinatione”, que son notas publicadas en el suplemento humorístico de Leoplán; las entrevistas “La novela geológica”, publicadas en Primera Plana en 1968; “¿Lobo estás?”, publicado en Siete Días (1969), y la entrevista con Piglia, que aparece en Un día de justicia (1973). Este último texto es suprimido en la segunda edición, donde se suman una carta a Donald Yates de 1957 y “Narrativa argentina y país real”, una entrevista con Miguel Briante y Carlos Tarsitano en 1972.

      Los Papeles de Walsh comprenden diecinueve años, que no se siguen de manera consecutiva en la totalidad de los textos. El conteo se realiza a partir de la segunda edición, que reúne su escritura desde 1957 hasta 1976, pero se desconoce si la hubo en 1958, 1969, 1960, 1963, 1966, 1967 y 1973. Efectivamente, en múltiples entradas, Walsh, a modo de título, utiliza la palabra «diario» o journal. En otras, simplemente añade la fecha; en otras, nada. Como ya ha sido señalado, en el prólogo a la primera edición, Link (1996) considera que los papeles de Walsh «constituyen un diario o un cuaderno de bitácora fragmentario» (p. 9). En el prólogo a la segunda edición, se refiere a los papeles como «el diario de Walsh. Un diario de escritor» (2007, p. 5).

      Creemos que la expresión escrituras diarísticas expone con mayor precisión la inestabilidad de los textos (2007, p. 10), e incorpora elementos que no han sido tomados en cuenta en las consideraciones previamente presentadas en torno al género diario, como la materialidad de la escritura; la relación de la escritura de Walsh con otros textos literarios, periodísticos, epistolares; las imágenes reproducidas de los originales; la participación decisiva del editor en su composición y las hipótesis mismas que este ensayo plantea.

      Tanto en la primera como en la segunda edición, Link se interesó —interés celebrado— en exhibir que la escritura diarística, tal como se propone mostrar en este trabajo, está en cada marca, dibujo, tachadura, papel, color e índole del bolígrafo, lapicero o lápiz; en la intensidad o tamaño del trazo; en cada fotografía, nota u objeto adherido; en lo que denominaremos, siguiendo a Agamben, su materialidad. Lo hace no solo al intercalar en el cuerpo del texto copias de los escritos personales de Walsh, donde vemos manuscritos —en hojas sueltas de libretas o libros—, escritura mecanografiada, plagados de rayas, enmiendas, agregados, comentarios, subrayados en diferentes colores, sino que también lo hace evidente en la intensidad (aunque tal vez contenida) con que Link anota al pie de página descripciones de la letra, colores, tamaños, tachaduras, tipos de hojas, libretas, entre otras cosas, del propio Walsh. Al hacerlo, a la vez que expone toda esa materialidad potente, la distingue de la escritura diarística misma. Creemos, y esperamos poder mostrar que esta distinción es inapropiada y que opaca la tan determinante práctica escrituraria (grafómana también, como se considera Link a sí mismo, ‘grafómano’, en Giordano, 2007, 2008) del editor de diarios.

      Por ello, la índole de estos papeles, la modalidad en que fueron armados, la importancia dada a la escritura original, la inclusión de sus imágenes, el montaje realizado con las versiones incompletas del cuento “Ese hombre” y el relato “Adiós a La Habana” permiten identificar el diario de Walsh como una de las representaciones más abiertas de lo que llamamos aquí escritura diarística. Asimismo, de estas escrituras, como también de las escrituras diarísticas pizarnikianas, puede decirse lo que Giordano comenta de los diarios de Gide y Cheever (2011, p. 128): cumplen con las funciones, características, motivos, coartadas y clasificaciones que los especialistas reconocen en el género.

      A cuarenta años de la muerte de la poeta Alejandra Pizarnik, crece el número de investigaciones sobre su obra; la publicación de papeles inéditos, correspondencia, testimonios y trabajos críticos demuestra el fervor con que actualmente se lee y se estudia su obra. Casi todos los textos en torno a Pizarnik están cargados de admiración hacia lo que denominaremos su “personaje”, que circula hoy desde la perspectiva del mito, pues se la considera sinónimo de poeta maldita, de sacrificio, de entrega a la literatura de forma absoluta. Es una poeta de culto.

      Si bien diversas publicaciones hablan del personaje alejandrino, ninguna de ellas se detiene a pensar en el proceso de creación de este personaje en los avatares escriturarios que le dieron lugar, que vieron nacer uno de los proyectos grafovitales más sólidos de las letras latinoamericanas. Siempre ha sido un misterio pensar en lo que puede alguien que escribe que va a «hacer el cuerpo del poema con mi cuerpo» (Giordano, 2002, p. 223).

      En la práctica del diario confluyen los problemas del escritor con su oficio y con una incesante presencia de la problemática de los límites y las potencias de la escritura. En medio de ese entramado surgen autofiguraciones como parte de lo que Giordano (2006) llama deseo de literatura. Así, la transformación del diarista en personaje escriturario está atravesada por ese deseo de literatura que cruza a Pizarnik, y que nosotros, lectores, podemos percibir al recorrer las páginas de su diario de escritor. La Pizarnik que allí se escribe es la actualización de una potencia negada de una novela no escrita. El enorme personaje que se levanta de esa imposibilidad reiteradamente enunciada, respecto de la escritura de una novela, se escribe realizando la potencia en acto mediante procesos de autofiguración que la convierten en un personaje diarístico. Este hecho da lugar a una “novela” de sí, que se abre como posibilidad diferente ante lo inalcanzable de la efectiva escritura narrativa. Se trata de un bildungsroman fallido, porque si bien la inclusión en sus poemas de figuras como Ersébet Bathory, Hilda la polígrafa, la bucanera de Pernambuco, entre otras, podría considerarse parte de la obra en prosa que tanto anhelaba concretar, ellas no significan la ansiada escritura que busca la diarista. Así, el diario de Pizarnik se presenta como una herramienta que pone en crisis, quizá como ningún otro elemento, la complejidad, las ausencias y la fuerza de su obra.

      Creemos, de este modo, que el personaje diarista de la poeta se construye escriturariamente a través de procesos de autofiguración, que van desde la lectura de otros diarios de escritor hasta la presencia determinante de lo que puede pensarse como agentes externos, como lo es la figura del editor, quien —para nosotros— se imbrica íntimamente con dicha creación del personaje diarístico.

      El proyecto Pizarnik está trazado por una escritura a partir de la cual una muchacha de secundaria, que decide tempranamente ser escritora, se disuelve y se intensifica en los procesos escriturarios diarísticos, pone en aprietos a una de las sentencias conceptuales que ubica a los diarios como guardianes o no de una verdad y direcciona las preguntas hacia otro horizonte: el de las éticas performativas de las escrituras de sí, pensadas por Foucault. Esta línea de lectura es uno de los modos en que trabajaremos las tensiones escriturarias que dan forma —compleja, contradictoria, repetitiva y caprichosa— al “personaje” del diario de Pizarnik.

      La mirada que ponemos sobre los diarios objeto de este ensayo, así como nuestro interés por escritores grafómanos —que no pueden detener una escritura de sí, la cual en muchas ocasiones los asfixia— es la marca y el móvil que nos acerca, en primer lugar, a textos como estos; incluso, en un momento pensamos que la forma del diario, tan frágil en su determinación, pero captable en su enigma, hubiera sido la más

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