Puro placer - No solo por el bebé. Оливия Гейтс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Puro placer - No solo por el bebé - Оливия Гейтс страница 3
Sin embargo, no fue capaz de hacerlo. A pesar del daño que sabía que sufriría en el futuro, no era capaz de sacrificar lo que tenían en el presente para evitarlo. Por eso, aceptó sus nuevas condiciones.
A lo largo de las siguientes semanas, Caliope continuó preguntándose si había hecho mal en aceptar. Por una parte, notaba que él estaba más distante. Pero, por otra, siempre volvía a ella más hambriento que la vez anterior.
Entonces, justo cuando cumplió siete meses de embarazo y estaba más confundida que nunca acerca de su relación, Maksim… desapareció.
Capítulo Uno
En el presente
–¿Y nunca volvió?
Cali se quedó mirando a Kassandra Stavros, anonadada. Necesitó unos segundos para comprender que su amiga no podía estar hablándole de Maksim.Después de todo, Kassandra no sabía nada de él. Nadie sabía que era el padre de su hijo.
Cali había mantenido en secreto su relación. Incluso cuando no había tenido más remedio que comunicarle a su familia y amigos que estaba embarazada, se había negado a confesar quién era el padre. Aun cuando había albergado esperanzas de que él se hubiera quedado en su vida después del nacimiento del bebé, su situación había sido demasiado inestable como para explicárselo a nadie. Y menos a su conservadora familia griega.
La única persona que sabía que no la habría juzgado era su hermano Aristides. Aunque lo más probable era que hubiera querido romperle la cara a Maksim. Cuando se había visto en una situación similar, Aristides había hecho lo imposible para reclamar a su amante, Selene, y a su hijo, Alex. Tenía un alto sentido del honor y la familia, por lo que habría querido obligar a Maksim a cumplir con su responsabilidad. Y, conociendo a Maksim, aquello habría provocado una guerra.
De todas maneras, Caliope no había querido que Maksim la considerara una responsabilidad, ni quería que Aristides luchara sus batallas. Ella le había dicho a su amante que no le debía nada. Y lo había dicho en serio. En cuanto a Aristides y su familia, era una mujer independiente y no necesitaba su bendición ni su aprobación. No había querido que nadie le dijera cómo tenía que vivir su vida, ni que juzgaran el acuerdo al que había llegado con Maksim.
Luego, cuando Maksim había desaparecido, solo les había dicho que el padre de Leo no había sido importante para ella.
En ese momento, Kassandra estaba hablando de otro hombre que había tenido un comportamiento similar, el padre de Cali.
En su opinión, la única cosa buena que había hecho había sido dejar a su madre y a sus hermanos antes de que Cali hubiera nacido. Sus otros hermanos, sobre todo, Aristides y Andreas, nunca habían superado la negligente y explotadora manera en que su padre los había tratado. Al menos, ella no había tenido que convivir con él.
–No. Se fue un día y nunca más lo vimos –contestó Cali al fin, con un suspiro–. No tenemos ni idea de si sigue vivo. Aunque, si hubiera estado vivo cuando Aristides comenzó a hacerse rico, habría vuelto.
A su amiga se le quedó la boca abierta,
–¿Crees que habría vuelto a pedirle dinero al hijo que había abandonado?
–No puedes imaginarte que exista un padre tan vil, ¿verdad?
Kassandra se encogió de hombros.
–Supongo que no. Mi padre y mis tíos son demasiado sobreprotectores conmigo.
Cali sonrió, pues sabía que era cierto.
–Según Selene, les das motivos más que suficientes para querer protegerte.
–¿Selene te ha hablado de ellos? –quiso saber la bella Kassandra, riendo.
Selene, la esposa de Aristides y la mejor amiga de Kassandra, le había hablado de ella antes de presentarlas, asegurándole a Cali que iban a llevarse muy bien. Y así era, por suerte para Cali, que necesitaba tener una amiga con quien hablar, alguien de su edad, temperamento e intereses.
En los últimos dos meses, habían quedado en varias ocasiones, cada vez conociéndose mejor. Sin embargo, aquella era la primera vez que Kassandra le hacía una pregunta tan personal sobre su familia.
–Selene solo me ha contado lo básico –afirmó Cali, deseando dejar de hablar de su propia vida–. Me dijo que dejaba los detalles divertidos para que tú me los contaras.
Kassandra se recostó en el sofá, con su precioso cabello rubio y sus grandes ojos verdes brillando con alegría.
–Sí, creo que alguna vez he puesto en jaque sus estrictos valores morales, sus expectativas conservadoras y sus esperanzas para mí. He perdido una oportunidad detrás de otra de adquirir un patrocinador rico y socialmente exitoso con quien procrear y darle a mi familia descendientes, a ser posible masculinos, que continúen el camino emprendido por mis implacables y triunfadores hermanos y primos.
El humor satírico de Kassandra hizo reír a Cali por primera vez en mucho tiempo.
–Debieron de sufrir ataques al corazón colectivos cuando te fuiste de casa a los dieciocho, aceptaste trabajos de salario mínimo y, para colmo, te convertiste en modelo.
Kassandra sonrió.
–Atribuyen mi escandaloso comportamiento a anormalidades en mi nivel de azúcar en sangre. Ni siquiera hoy han aceptado mi forma de ser, a pesar de que tengo treinta años, he dejado atrás mis días como modelo de lencería y he llegado a ser una diseñadora famosa.
Kassandra era una mujer muy hermosa y, después de haber triunfado en la pasarela, solo hacía pases de modelos para causas benéficas. En la actualidad, también se había labrado un nombre como diseñadora de moda, en parte, gracias a las campañas publicitarias que Cali había creado para ella.
–Siguen preocupándose por los incontables peligros que creen que corro y porque me creen a merced de pervertidos y depredadores del mundo de la moda. Además, cada vez sufren más porque sigo soltera, incluso no dejan de advertirme que perderé mi belleza y mi fertilidad. Para una familia griega convencional, treinta años es el equivalente a cincuenta en otras culturas.
Cali hizo una mueca burlona.
–La próxima vez que se metan contigo, ponme a mí como ejemplo. Te darán las gracias por no haberles hecho caer en vergüenza con un hijo nacido fuera del matrimonio.
–Quizá debería seguir tu ejemplo –repuso Kassandra con un brillo travieso en los ojos–. No creo que exista ningún hombre en el mundo capaz de hacer que crea en el matrimonio, ni por amor ni para perpetuar el apellido Stavros. Por otra parte, Selene y tú, con vuestros bebés, estáis despertando mi instinto maternal.
A Cali se le encogió el corazón. Cada vez que Kassandra la comparaba con Selene, ella recordaba la cruel diferencia que había entre ellas. Selene tenía dos hijos con el hombre que amaba. Y ella tenía a Leo… sola.
–Ser madre soltera no es algo que pueda tomarse a la ligera –comentó Cali.
–Tú