Puro placer - No solo por el bebé. Оливия Гейтс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Puro placer - No solo por el bebé - Оливия Гейтс страница 4
De la misma manera, Cali había creído que Maksim había sido único…
Sin embargo, Aristides se había comportado en el pasado como si hubiera sido igual de inhumano. Pero las apariencias engañaban.
Cali volvió a suspirar.
–No sabes lo que me impresiona muchas veces lo buen marido y padre que es Aristides. Antes creíamos que era tan impasible como nuestro padre.
Había sido en una ocasión en particular, en la noche en que su hermano Leonidas había muerto, cuando Cali había estado convencida de que Aristides no había tenido corazón, igual que su padre.
Mientras sus hermanas y ella se habían unido para llorar la terrible pérdida, Aristides se había hecho cargo de la situación con perfecto desapego. Había lidiado con la policía y con la funeraria, pero a ellas no les había ofrecido ningún consuelo, ni siquiera se había quedado después del entierro.
Aun así, se había portado mejor que Andreas, que ni siquiera había regresado para el funeral.
Pero la realidad había sido muy diferente. Su hermano había sido tan sensible que se había encerrado en sí mismo, negándose a mostrar sus emociones. En vez de eso, les había expresado su amor ocupándose de todo. Cuando Selene se había enamorado de él, sin embargo, lo había hecho cambiar por completo. Seguía siendo un hombre implacable en los negocios, pero en sus relaciones personales era mucho más abierto y cariñoso.
–¿Tan malo era tu padre? –quiso saber Kassandra.
Cali tomó un trago de té. Odiaba hablar de su padre.
–Su ausencia total de ética y su despreocupación por todo eran legendarias –contestó Cali al fin, incómoda–. Dejó embarazada a mi madre de Aristides cuando ella solo tenía diecisiete años. Él era cuatro años mayor y no tenía trabajo. Se casó con ella porque su padre lo amenazó con desheredarlo si no lo hacía. La utilizó a ella y a sus hijos para exprimir un poco más a su padre. Sin embargo, el dinero que le daba mi abuelo se lo gastaba solo en sí mismo. Después de que muriera el viejo, mi padre se quedó con la herencia y desapareció.
»Volvió cuando se la hubo gastado, sabiendo que mi madre se ocuparía de él con el poco dinero que tenía. Él entraba y salía de su vida y las de mis hermanos, y nunca era para ayudar. Cada vez que volvía, le juraba a mi madre que la amaba y se quejaba de lo dura que la vida era con él.
–¿Y tu madre lo dejaba volver? –preguntó Kassandra, sin dar crédito.
Cali asintió, cada vez más incómoda por la conversación.
–Aristides dice que nuestra madre no sabía cómo negarse. Mi hermano maduró muy pronto y comprendía todo lo que estaba pasando, pero no podía hacer otra cosa más que ayudar a nuestra madre. Con solo siete años, tuvo que empezar a ocuparse de todas las cosas que su padre ausente no hacía, mientras mi madre tenía que hacerse cargo de los más pequeños. A los doce, dejó el colegio y tomó cuatro empleos para conseguir que llegáramos a fin de mes. Cuando mi padre desapareció para siempre, Aristides tenía quince años y yo estaba todavía en el vientre de mi madre. Al menos, tengo que dar gracias porque no envenenó mi vida como hizo con ella y con mis hermanos –confesó Cali–. Con su empeño, mi hermano trabajó en los puertos de Creta y llegó a ser uno de los más grandes magnates de navíos del mundo. Por desgracia, nuestra madre murió cuando yo solo tenía seis años, y no pudo ser testigo de su éxito. Aristides nos trajo a todos a Nueva York, nos sacó la ciudadanía americana y nos procuró la mejor educación que el dinero podía comprar –explicó–. Pero no se quedó con nosotros, ni siquiera se hizo americano, hasta que se casó con Selene.
Kassandra parpadeó, incapaz de comprender la inhumana forma de actuar del padre de Cali.
–¿Cómo puede ser alguien tan malvado con sus propios hijos? Sin embargo, hizo una cosa bien, aunque no fuera a propósito. Os tuvo a ti y a tus hermanos. Sois todos geniales.
Cali se contuvo para no responder. Sus tres hermanas, aunque las amaba mucho, habían heredado de su madre la pasividad e incapacidad de defenderse. Andreas, el quinto hermano de los siete era… un enigma. Por sus escasas interacciones con ella, había sacado la conclusión de que no era muy buena persona.
Por otra parte, aunque ella misma había creído escapar a la maldición de su madre, tal vez no lo había hecho. Cali había hecho con Maksim lo mismo que su madre con su padre: se había implicado con alguien equivocado. Luego, cuando había debido separarse de él, había sido demasiado débil y había necesitado esperar a que él la dejara.
Cali tenía una educación y era una mujer independiente, del siglo XXI. ¿Cómo podía justificar las decisiones que había tomado?
–¡Mira qué hora es! –exclamó Kassandra, poniéndose de pie de golpe–. La próxima vez, dame una patada para que me vaya y no te quite el poco tiempo que tienes para dormir. Sé que Leo se levanta muy temprano.
–Prefiero quedarme toda la noche aquí hablando contigo antes que dormir –replicó Cali.
Kassandra la abrazó con una sonrisa.
–Pues llámame cada vez que lo necesites.
Después de quedar con ella para otro día, Kassandra se fue.
Cali se quedó parada, abrumada por el silencio, embargada por un familiar sentimiento de desolación y soledad. Llevaba un año sufriendo por una sola razón: Maksim.
Sin pensarlo, se dirigió a la habitación de Leo. Entró de puntillas para no hacer ruido, aunque sabía que su hijo tenía un sueño muy profundo. Al ver su pequeña figura bajo las sábanas, se emocionó, como siempre le ocurría cuando pensaba cuánto lo amaba.
Cada día que miraba a Leo, veía en él la versión infantil de Maksim. Su pelo era color caoba, ondulado. Tenía el mismo hoyuelo en las mejillas, aunque a Maksim no se le notaba a menudo porque no solía sonreír demasiado.
La única diferencia física entre padre e hijo eran los ojos. Aunque Leo tenía su misma mirada de lobo, su color era verde oliva, una mezcla de los ojos azules de Cali y el tono dorado de Maksim.
Llena de gratitud por aquel perfecto milagro que respiraba en su camita, se inclinó y posó un beso en su mejilla.
Cuando cerró la puerta tras ella, no le invadió el habitual sentimiento de depresión, sino algo nuevo. Rabia.
¿Por qué le había dado a Maksim la oportunidad de abandonarla? ¿Por qué había sido tan débil como para no dejarlo ella primero? ¿Por qué se había aferrado a él cuando había sabido, desde el principio, que aquello iba a terminar?
En su defensa, solo podía alegar que Maksim la había confundido cuando, después de cada separación, había vuelto a ella lleno de deseo.
Sin embargo, sus visitas no habían tenido estabilidad, habían sido demasiado irregulares. En vez de ponerles fin, ella se había aferrado a su oferta, sin querer ver lo poco esperanzador que era su comportamiento.
Tenía que reconocer que aún no lo había superado y