Puro placer - No solo por el bebé. Оливия Гейтс

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Puro placer - No solo por el bebé - Оливия Гейтс Ómnibus Deseo

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a su petición–. Has llegado un año tarde. La hora de hablar pasó cuando te fuiste sin darme una explicación. Hace nueve meses, dejé de tener ganas de hablar contigo.

      Él asintió con dificultad.

      –Cuando nació Leonid.

      Así que conocía el nombre de su hijo, pensó Cali, aunque había usado la versión rusa de Leonidas. Lo más probable era que también conociera el peso del bebé y cuántos dientes tenía. Debía de aparecer todo bien recogido en un completo informe.

      –Una observación redundante. Igual que tu presencia aquí.

      –No puedo decir que me merezca que me escuches –se defendió él–. Pero, durante meses, estabas deseando saber por qué me había ido. Lo sé por todos los mensajes que me dejaste en el correo electrónico y en el contestador.

      Así que la había ignorado, había dejado que se volviera loca de preocupación, y lo había hecho a propósito, caviló ella.

      –Ya que recuerdas todo, debes de recordar por qué no dejaba de intentar contactar contigo.

      –Querías saber si estaba bien.

      –Ya que veo que sí lo estás… –comenzó a decir ella, e hizo una pausa, mirándolo de arriba abajo–. Aunque no tienes tan buen aspecto. Pareces un vampiro hambriento que trata de hipnotizar a su víctima para conseguir su dosis de sangre. O, peor aún, pareces un adicto a la cocaína.

      Cali sabía que estaba siendo cruel, pero no podía evitarlo. Él había vuelto a su vida justo cuando la rabia había comenzado a apoderarse de ella.

      –He estado… enfermo.

      La forma en que lo dijo, la manera en que bajó la mirada, hicieron que a Cali se le encogiera el corazón.

      ¿Y si había estado enfermo durante todo ese tiempo?

      No. No iba a hacer lo mismo que había hecho su madre, creyéndose las excusas de su padre hasta su lecho de muerte.

      –¿Ni siquiera tienes curiosidad por saber por qué he vuelto? ¿Y por qué me fui? –preguntó él.

      –No, nada de eso –mintió ella–. Hice un trato contigo y solo te pedía dos cosas: honestidad y respeto. Pero no fuiste honesto cuando te cansaste de mí, y habrías mostrado más respeto hacia un desconocido que el que me has mostrado a mí.

      Maksim se encogió de nuevo, como si lo hubiera golpeado, pero no intentó interrumpirla.

      –Me esquivaste como si fuera una acosadora, cuando sabías que solo quería saber si estabas bien. Dejé de llamarte cuando las noticias sobre tus éxitos financieros me obligaron a pensar que nada malo te había pasado. Has perdido todo derecho a que te tenga en cuenta. No me importa por qué te fuiste, por qué me ignoraste, y no tengo ganas de saber por qué has vuelto.

      Maksim exhaló con gesto amargo.

      –Nada de lo que has dicho tiene ningún fundamento. Y, aunque nunca apruebes mis verdaderas razones por comportarme como lo hice, para mí fueron… abrumadoras en ese momento. Es una larga historia –balbució él y, en tono apenas audible, añadió–: Tuve un… accidente.

      Aquella afirmación dejó a Cali sin palabras. Por dentro, un tumulto de preguntas ansiosas la invadió.

      Cali lo observó con atención, buscando señales de daño. No vio nada en su rostro. Pero ¿y su cuerpo? Tal vez, en la penumbra del pasillo le estaban pasando desapercibidas horribles cicatrices.

      Incapaz de soportar ese pensamiento, lo agarró del brazo y le hizo entrar para poder verlo mejor bajo la luz del vestíbulo.

      Sintió un nudo en la garganta al darse cuenta de que había perdido mucho peso. Parecía tan… débil y frágil.

      De pronto, él soltó un gemido y se tambaleó. Pero, antes de que pudiera caer al suelo, se incorporó y tomó a Cali en sus brazos, como si quisiera demostrarle que, a pesar de su estado de debilidad, podía sostenerla como si fuera una pluma. Sin poder evitarlo, ella se rindió a aquella fantasía que estaba siendo hecha realidad, dejando de lado toda su tensión y resistencia.

      Recordó todas las veces que él la había llevado en sus brazos, mientras ella había apoyado la cabeza en su hombro, rindiéndose a su pasión, dejándose poseer donde y como él había querido.

      Maksim se detuvo en el salón. Si hubiera podido hablar, Cali le hubiera rogado que la llevara a su dormitorio y no parara hasta que sus cuerpos se hicieran solo uno.

      Sin embargo, él la depositó en el sofá y se arrodilló en el suelo a su lado, mirándola a los ojos.

      –¿Puedo ver a Leonid? –pidió él con tremenda ansiedad.

      Cali se quedó paralizada.

      –¿Por qué?

      –Sé que dije que no iba a mezclarme en su vida, pero no fue porque yo no quisiera –explicó él, leyéndola el pensamiento–. Fue porque creí que no podría y no debía.

      Al recordar aquellos momentos, cuando había aceptado que Maksim nunca sería parte de su familia, Cali volvió a sentir el terrible dolor de su herida.

      –Dijiste que no eras un hombre de confianza en esas situaciones.

      –Lo recuerdas –dijo él con el rostro contraído.

      –Es algo imposible de olvidar –repuso ella.

      –Solo lo dije porque pensé que era lo mejor para ti y para nuestro hijo no tenerme en vuestras vidas.

      –¿Por qué pensabas eso?

      –Es una historia larga, como te he dicho. Pero, antes de que te lo explique, ¿puedo ver a Leonid?

      Cielos. Se lo había pedido de nuevo. Maksim estaba allí y quería ver a Leo. Sin embargo, si se lo permitía, nada volvería a ser lo mismo y ella lo sabía.

      –Está dormido… –contestó ella, sin poder encontrar una excusa mejor.

      –Te prometo que no lo molestaré –aseguró él con gesto sombrío.

      –No lo verás bien en la oscuridad. Y no puedo encender la luz sin despertarlo.

      –Aunque no pueda verlo bien, podré sentirlo. Ya sé qué aspecto tiene.

      –¿Cómo lo sabes? –inquirió ella–. ¿Estás haciendo que nos espíen?

      –¿Por qué piensas eso? –preguntó él a su vez, sin comprender.

      Con desconfianza, Cali le confesó sus sospechas.

      –Tienes derecho a pensar lo peor de mí –afirmó él, frunciendo el ceño–. Si alguna vez hubiera hecho que te siguieran, habría sido para protegerte. Y no tenía razones para temer por tu seguridad, pues aunque era peligroso que te asociaran conmigo, me preocupé de mantener nuestra relación bajo secreto.

      –¿Entonces cómo sabes qué aspecto tiene Leo?

      –Porque

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