E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras
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—Asegúrate de que mi hijo se pase por nuestra mesa —le dijo a Tara con una sonrisa—. Aunque es evidente que prefiere dedicarte a ti toda su atención.
A Tara le resultó prácticamente imposible devolverle la sonrisa. Musitó algo sin sentido, pero no importó, porque Emily se apartó de la puerta para que pudieran pasar un par de adolescentes y se marchó.
Tara les devolvió el saludo a las recién llegadas y se lavó las manos. A continuación, en vez de dirigirse hacia la puerta que conducía al gimnasio, salió por la que daba al largo pasillo de cemento que conducía al frontón. Tenía intención de rodear el edificio, ir a buscar su abrigo al gimnasio y marcharse a casa. Una estrategia sencilla… O al menos eso le pareció hasta que al doblar la esquina descubrió a Axel apoyado contra la pared del gimnasio en actitud indolente y sosteniendo su abrigo.
—¿Olvidas algo? —levantó su abrigo con una mano. En la otra tenía las llaves de su coche.
Tara se acercó rápidamente a él y le quitó ambas cosas. Se echó el abrigo por los hombros y se volvió hacia el aparcamiento.
—Tu madre te está buscando.
—No pienso irme, Tara.
Tara aceleró el ritmo de sus pasos hasta empezar prácticamente a correr entre los coches. Pero entonces resbaló sobre un trozo de hielo que el frío comenzaba a formar en el suelo y echó las manos hacia delante, intentando amortiguar la caída. Afortunadamente, no llegó a hacer contacto con el suelo porque Axel la agarró por detrás.
—Tranquilízate —susurró contra su cuello.
Tara intentó desasirse de sus brazos, pero le resultó imposible.
—Suéltame.
—No voy a hacerte ningún daño.
La dejó suavemente en el suelo y soltó un juramento al descubrir que Tara tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Por favor, no llores. Puedo soportar cualquier cosa, salvo verte llorar.
Aquello era lo último que necesitaba. Tara sintió que las lágrimas desbordaban sus ojos y culpó a sus hormonas de aquella deplorable falta de control.
—Siento que tengas que sentirte incómodo —se secó las lágrimas, pero no sirvió de nada—. ¿Por qué no me dejas en paz?
—Porque no puedo —contestó Axel con expresión inescrutable.
—¿Por qué no? ¿Por toda esa historia de Sloan? Nadie cometería el error de pensar que le importo.
—Te equivocas.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque le conozco —contestó con voz queda.
—Pues me alegro de que le conozcas, porque te aseguro que yo hace tiempo que he dejado de conocerle. Y lo único que sé de todo esto es lo que tú me estás diciendo, así que… —intentó zafarse.
Axel exhaló un suspiro y la soltó.
—¿Por qué demonios iba a inventarme todo esto?
Desde luego, no para acercarse a ella, pensó Tara.
—No lo sé —admitió mientras se volvía de nuevo hacia su coche—. Y, francamente, tampoco me importa —mintió.
Al fin y al cabo, ¿qué importancia podía tener una mentira más entre ellos?
Capítulo 4
Si la seguía a su casa, no sabía lo que podría llegar a hacer. Afortunadamente, no vio en ningún momento la camioneta de Axel por el espejo retrovisor. Sin embargo, eso no impidió que fuera más rápido de lo habitual.
Aparcó en el garaje y cuando se dio cuenta de que había echado el seguro del coche volvió a suspirar. Estaba en Weaver, por el amor de Dios. A pesar de todo lo que Axel había dicho, era imposible que allí le ocurriera nada malo.
Entró en su casa, llenó la tetera de agua y la llevó a la cocina. Pero la cocina no se encendió.
Dar una patada a ese trasto viejo no serviría de nada, de modo que tomó aire intentando controlarse. Presionó de nuevo el mando y vio salir una pequeña llama del quemador sobre el que había colocado la tetera. Dejó la tetera al fuego, se quitó los zapatos y los llevó al dormitorio.
Sentía que las ventanas la llamaban, pero consiguió evitar acercarse mientras se quitaba el vestido y se ponía una bata. De vuelta en la cocina, metió una bolsita de una infusión de hierbas en una taza y retiró la tetera del fuego.
Sólo cuando cesó el silbido de la tetera oyó el timbre de la puerta.
Como nadie iba nunca a verla, no tuvo que hacer un gran esfuerzo para imaginar quién podía estar en el porche de su casa. No había ninguna ley que obligara a abrir la puerta, razonó. Pero aun así, terminó yendo hasta allí para abrirla bruscamente.
Por supuesto, encontró a Axel apoyando el dedo en el timbre de la puerta. En cuanto la vio, Axel le tendió su teléfono móvil.
—Saluda —le pidió.
—¿Qué? —preguntó Tara, mirándole con extrañeza.
Axel se llevó el teléfono al oído.
—Ahora mismo podrás hablar con tu hermano.
Por un instante, el cerebro le dejó de funcionar. Pero rápidamente recobró la razón y fulminó a Axel con la mirada.
—No sé a qué estás jugando…
—No podemos perder ni un segundo, Tara —le interrumpió Axel.
Tara le arrebató entonces el teléfono y se lo llevó al oído.
—¿Diga?
—Siento no haber aparecido el día de nuestro cumpleaños —fue lo primero que le dijo su hermano.
A Tara estuvo a punto de caérsele el teléfono de entre las manos.
—¿Qué es todo esto?
—Pecosa, haz lo que Clay te diga y ya te lo explicaré todo más adelante.
Tara cerró los ojos. Pecosa. Así era como la llamaba su hermano cuando eran niños. Era imposible que nadie más lo supiera. Los McCray nunca habían estado el tiempo suficiente en ningún sitio como para que nadie conociera ese tipo de detalles sobre ellos.
—Sloan…
Pero la conexión ya se había cortado.
Axel le quitó el teléfono y la empujó suavemente para que entrara en casa.
Tara fue incapaz de susurrar una protesta cuando la condujo hasta