E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras
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Fue casi inevitable que se detuviera para mirar sorprendida a la hermana de Axel. Por esas mismas fechas daría ella a luz y, sin embargo, no estaba en condiciones de ponerse un vestido de lana tan ajustado como el que Leandra llevaba sin que se notara su vientre hinchado.
Estuvo a punto de chocar con Axel, que regresaba en aquel momento de la cocina.
—¿Quieres que lo lleve yo a la cocina?
—¡No! —contestó, quizá con un énfasis excesivo—. No, gracias, ya lo llevo yo.
¿Fueron imaginaciones suyas o Axel la miró con los ojos ligeramente entrecerrados?
Pasó por delante de él y se dirigió a la cocina, donde Jaimie estaba sacando las tartas.
—Eres un encanto —le dijo a Tara—, pero no voy a dejar que ahora metas todo eso en el lavavajillas.
Eso era precisamente lo que Tara pretendía hacer. Cualquier cosa con tal de no tener que volver a sentarse con toda la familia. Sólo había compartido una comida con ellos y ya quería huir de allí. Todo era demasiado perfecto. Y ella sabía que cualquiera cosa que fuera demasiado perfecta nunca duraba.
—Pero yo…
—De verdad, déjalo —la interrumpió Jaimie divertida mientras empezaba a cortar las tartas—. Me ha costado quince años conseguirlo, pero en esta casa son los hombres los que se ocupan de lavar los platos. Lo que puedes hacer es ir a ver qué quieren de postre. Las opciones son tarta de manzana y de chocolate.
Tara no tuvo elección. Regresó al comedor y se aclaró la garganta con intención de llamar la atención de todo el mundo. No lo consiguió, así que tuvo que elevar la voz.
—Perdonad… —ya estaba. Más de una docena de cabezas se volvieron hacia ella—. Jaimie quiere saber qué queréis de postre.
Fue tomando nota mentalmente de todas las respuestas hasta que miró a Axel.
—Chocolate —dijo él, pronunciado aquella palabra como si fuera una caricia.
Antes de que volvieran a verla sonrojarse, Tara dio media vuelta y regresó a la cocina. Pero ni siquiera allí pudo olvidar lo peligrosa que podía llegar a ser una tarta cuando Axel era uno de los ingredientes.
Capítulo 8
A qué hora vas a la tienda?
Era lunes por la mañana y Tara estaba sentada en la encimera, metiendo una bolsita de té en el agua caliente. Axel estaba sentado a la mesa, con el periódico a un lado y el portátil al otro. Y ella continuaba luchando contra sus hormonas, que parecían haber enloquecido el día anterior.
—Me gusta llegar allí a las ocho —intentó concentrarse en el té y apartar la mirada de aquel hombre tan atractivo—, para así tener tiempo de organizarlo todo antes de abrir a las nueve.
Excepto durante los últimos meses, en los que había estado pensando en retrasar la apertura una hora, porque ése era aproximadamente el tiempo que tardaba en tener las náuseas bajo control.
Aquella mañana, sin embargo, no se había levantado con náuseas, sino con un antojo que no podía permitirse el lujo de aliviar.
Axel dobló la sección de deportes del periódico.
—Voy a ducharme y después podremos irnos cuando quieras.
Tara musitó algo casi para sí. ¿Cómo iba a poder pasar otras veinticuatro horas con Axel Clay?
Bajó la mirada, pero aun así, pudo verle salir de la cocina. En el silencio posterior, le oyó buscar algo en su bolsa y después encerrarse en el cuarto de baño. Suspiró y dejó de juguetear con la bolsita de té que no paraba de hundir y sacar del agua caliente. Quería un café. Bien caliente.
Y quería sexo. Caliente también.
Los libros sobre el embarazo ya le habían advertido sobre los cambios hormonales que se producían durante la gestación. Así que decidió ignorar la voz interior que le decía que no era el embarazo, sino Axel, el que estaba en la raíz de aquel deseo.
Tiró el té por el fregadero y, enfadada consigo misma, salió de la cocina. Vio la ropa que había dejado Axel al lado de su bolsa. Inmediatamente, desvió la mirada y ordenó las revistas de encima de la mesa. Oyó entonces el sonido de la ducha. Y su imaginación enloqueció. Corrió a encerrarse en el dormitorio antes de hacer una locura, como, por ejemplo, sumarse a su ducha.
Estaba ya vestida, se había puesto una blusa de seda de color azul y unos pantalones negros de cintura elástica. Ordenó los objetos que tenía sobre la cómoda: el espejo que le había regalado su madre, una fotografía de la familia McCray cuando Tara y Sloan tenían cinco años… Todavía eran demasiado pequeños como para darse cuenta de lo que podían esperar de un padre que llevaba una doble vida.
No sabía por qué había dejado allí aquella fotografía en particular cuando el resto de las fotografías familiares, las pocas que tenía, estaban guardadas en un armario. ¿Sería por lo felices que parecían en ella?
Ni siquiera se acordaba de dónde vivía cuando tenía cinco años. No reconocía los muebles que aparecían en la fotografía, pero su madre se mostraba en ella feliz y despreocupada, con Tara sentada en su regazo, mientras su padre parecía también muy relajado sosteniendo a Sloan. Quizá aquella fotografía representara lo fugaz de la felicidad.
Cuando Axel llamó a la puerta, el corazón estuvo a punto de salírsele del pecho. La abrió y sintió que la recorría un calor intenso al verlo vestido con un jersey que se pegaba a su torso y unos vaqueros.
—¿Estás lista?
Para él, siempre lo estaría.
—Sí —contestó más o menos tranquila. Bajó la mirada—. Deberías calzarte.
—¿De verdad? —contestó Axel con una elocuente sonrisa, antes de dar media vuelta y dirigirse al cuarto de estar.
Para cuando se encontraron de nuevo en la puerta, Tara ya se había puesto el abrigo. Pero estaba a punto de salir cuando Axel la detuvo:
—Espera, yo saldré primero. Todavía no he inspeccionado los alrededores de la casa esta mañana. Si no hay ningún problema, te avisaré.
Tara tragó saliva.
—¿Y si surge algún problema?
No le gustaba tener que reconocer que alguien quería hacerle daño. Y tampoco le gustaba la intención de Axel de interponerse entre ella y ese alguien en el caso de que ocurriera algo.
—En ese caso, enciérrate en casa, mantente lejos de puertas y ventanas y llama a Hollins-Winword.
—¿Y cómo se supone que voy a llamar a la agencia? No creo que aparezca en la guía telefónica el nombre de una agencia de la que supuestamente nadie debería conocer su existencia.
—He programado su número en tu teléfono móvil.
—¿Cuándo? —preguntó Tara boquiabierta.