A merced del rey del desierto. Jackie Ashenden

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A merced del rey del desierto - Jackie Ashenden Bianca

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–empezó a explicar.

      Pero él no había terminado, así que continuó.

      –¿Me puede decir qué hacían en el desierto, lejos del yacimiento, los dos? Ese es, de hecho, el motivo por el que está aquí. Habían cruzado la frontera de Ashkaraz. Lo sabe, ¿no?

      Ella se ruborizó al oír condescendencia en su voz, pero se sintió aliviada al ver que el hombre no hablaba de su padre en pasado.

      –¿Quiere decir que mi padre está vivo? –le preguntó.

      –Sí. Está vivo.

      –Ay, menos mal –respondió aliviada–. Mi padre echó a andar, como hace en ocasiones, y yo fui a buscarlo. Subí a una duna y, de repente…

      –No me interesa cómo se perdió, señorita Devereaux –la interrumpió el hombre en tono gélido–. Lo que quiero saber es cómo salió de la instalación de seguridad en la que estaba.

      Charlotte tragó saliva. Pensó en mentir, pero decidió que eso solo podía causarle más problemas.

      –Rompí el cristal de la ventana y salí por ella –le respondió–. No me resultó muy difícil.

      –¿Salió por la ventana? –repitió él–. ¿Y qué le hizo pensar que eso sería buena idea?

      –Había oído rumores –le dijo Charlotte, poniéndose a la defensiva–. Dicen que las personas que cruzan la frontera de Ashkaraz desaparecen para siempre, que las maltratan y las aterrorizan. Y no sabía dónde estaba mi padre. Así que vi la oportunidad de escapar y la aproveché.

      El hombre no dijo nada, solo siguió mirándola fijamente.

      Charlotte levantó la barbilla un poco más y añadió:

      –Somos ciudadanos británicos, como bien sabe. No puede hacernos desaparecer como a los demás. Mi padre es una persona muy respetada. Cuando se den cuenta de nuestra desaparición, empezarán a buscarnos. Así que será mejor que le diga a quien mande aquí que…

      –No es necesario. Todas las partes interesadas lo saben ya…

      –¿Qué partes interesadas?

      –Yo –respondió él con gesto impasible.

      –¿Usted? –inquirió ella, intentando, sin suerte, utilizar un tono escéptico–. ¿Y quién es usted?

      –Soy el que manda –le respondió él en tono neutro.

      –¿El jefe de la policía o algo así?

      –No, no soy el jefe de la policía, sino el jefe del Estado, el jeque de Ashkaraz.

      Charlotte Devereaux parpadeó, sorprendida, y lo miró con incredulidad con sus ojos azules claros.

      Cuando le habían informado de que se había escapado de la celda, Tariq se había sentido mucho más que enfadado.

      Furioso. Estaba completamente furioso.

      Tenía la ira ardiendo en su interior, como un volcán lleno de lava, pero hacía años que había aprendido a controlarla para que no destruyera todo lo que había a su alrededor.

      Aquel incidente, al fin y al cabo, era culpa suya. Era él quien había decidido llevársela a Kharan en vez de seguir el consejo de Faisal de devolverla a la excavación.

      Había sido él quien había querido llevarla allí para darle el tratamiento médico que necesitaba. Su padre todavía necesitaba más y seguía inconsciente en el hospital. Ella, por su parte, había sido trasladada a las instalaciones en las que dejaban a todos los visitantes ilegales que llegaban a Ashkaraz.

      Esos visitantes solían ser hombres, no mujeres que pudiesen colarse por pequeñas ventanas. Él ni siquiera había sabido que la celda en la que la habían metido tenía una ventana.

      Aunque eso ya no importaba. Lo que importaba era que la mujer se había escapado, había estado paseando por Kharan y había podido comprobar por sí misma todas las mentiras que se contaban acerca de su país.

      No era una nación estancada en el tiempo, inmersa en la pobreza y en la guerra, sino próspera y sana, con una población bien atendida y feliz.

      Y era una nación rica. Muy rica.

      Una nación que tenía que ocultar su riqueza al resto del mundo para que este no la destruyese al querer apropiarse de ella, como había estado a punto de ocurrir casi veinte años antes.

      Él no permitiría que aquello se repitiese.

      Catherine había estado en el epicentro del problema años antes y en esos momentos tenía allí a Charlotte Devereaux, otra mujer extranjera que iba a causar otro incidente diplomático.

      No obstante, en esa ocasión no iba a actuar como con Catherine. Había aprendido la lección y no iba a concederle a esa mujer el beneficio de la duda.

      –Oh –susurró ella–. Ya entiendo.

      Tenía un tono de voz agradable. Había perdido el pañuelo de la cabeza en algún momento y llevaba el pelo rubio recogido en una coleta, con algunos mechones sueltos sobre la frente. Su rostro ya no se veía tan enrojecido por el sol y estaba más bien sonrosado. Eso hacía que sobresaliese el color de sus ojos, que brillaban como estrellas. Llevaba los mismos pantalones amplios que en el desierto, pero no la camisa, sino únicamente una camiseta ajustada de tirantes.

      Tariq se había fijado en que, a pesar de ser una mujer menuda, tenía una figura sorprendentemente exuberante.

      –Estoy seguro de que no lo entiende –le respondió él–. Su pequeña excursión me ha colocado en una posición muy difícil.

      Ella lo miró con frialdad.

      –¿Ah, sí? ¿Y eso?

      No era la respuesta que Tariq había esperado. De hecho, su comportamiento no respondía en absoluto a lo que él esperaba. No parecía tener miedo. Cualquier otra mujer, cualquier otra persona, que se hubiese despertado en una celda, lo habría tenido. En especial, teniendo en cuenta lo que se contaba acerca de Ashkaraz.

      Tenía que haberse sentido aterrada de por vida y no estar allí mirándolo como si se encontrase ante un mero funcionario, no ante el rey de un país.

      –Señorita Devereaux –le dijo, conteniendo la ira–. No está mostrando usted el debido respeto.

      –¿Ah, no? Lo siento, no sé cuáles son sus costumbres…

      –Se inclinaría ante su reina, ¿no? –la interrumpió Tariq–. Aquí yo soy el rey. Mi palabra es la ley.

      –Ah –repitió ella, bajando la mirada–. No pretendía ofender.

      Y entonces hizo una torpe reverencia.

      Tariq frunció el ceño, ¿se estaba burlando de él? No lo parecía, pero con los extranjeros nunca se sabía.

      Eso no mejoró

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