Besos de mariposa. Lorraine Cocó

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Besos de mariposa - Lorraine Cocó HQÑ

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de su población natal. Recordaba las discusiones entre ambos por aquel tema, cuando apenas tenían nueve y diez años de edad. Gina quería quedarse allí; Justice, marchar y buscar aventuras en alguna gran metrópoli.

      Recordar sus ojos grises, sus mejillas pecosas y su mirada entornada y ladeada cuando sonreía le produjo una extraña sensación en el estómago.

      Sí, definitivamente era estúpido recordar a Justice en ese momento. Sobre todo, cuando tenía tantísimo por organizar.

      —¿Qué haces? —le sorprendió la voz de William a su lado.

      Un segundo más tarde su amigo se acomodaba en una silla, junto a ella. Se aflojaba la corbata y posaba una mano sobre la suya en la mesa.

      Gina se quedó mirando sus manos unidas un momento. William era una de las pocas personas con las que tenía contacto físico. Ella no se prodigaba en afectos y demostraciones de cariño con los demás, pero Will la conocía bien. Habían sido pareja hacía un par de años y, aunque su relación no funcionó, siempre serían amigos. Él sabía cómo era. Sabía leer sus expresiones y le había demostrado siempre su apoyo. Por eso era tan difícil estar junto a él en ese momento, cuando se sentía embargada por sensaciones tan contradictorias e inesperadas. Notaba que estaba perdiendo el control, cuando se esmeraba porque cada aspecto de su vida se mantuviese en su sitio, bajo su lupa.

      —¿Cómo te sientes?

      —Hoy lo importante es saber cómo os sentís Didie y tú —contraatacó Gina intentando desviar la atención de sí misma.

      William sonrió y cabeceó, negando.

      —No vas a cambiar nunca, ¿verdad? —le dijo sonriendo.

      —Espero que no —contestó devolviéndole una sonrisa cansada.

      —Bien, pero esto no te va a servir. Nosotros estamos bien. Es el día más feliz de nuestras vidas, o casi, porque sabemos que nuestra amiga no está tan bien como nosotros y no puede compartir nuestra felicidad.

      —Comparto vuestra felicidad. Soy muy feliz por vosotros.

      —Pero tu abuela…

      El aire se volvió espeso para Gina de repente.

      —Gina, no deberías estar haciendo nada de esto ahora —le dijo su amigo comenzando a recoger las agendas y carpetas de la mesa.

      —¡No, no, no, no…! ¡No puedes hacer eso! Tengo que organizar la gira, Will… —protestó exaltada.

      —No tienes que organizar nada. Controlas esta gira desde hace meses. Sabes lo que hay que hacer en cada minuto. Está todo apuntado en esas libretitas y agendas tan monas, con tanto detalle que hasta un niño de cinco años podría seguirlas. ¿Crees que tengo menos cabeza que un niño de cinco años?

      —¡Oh! ¡No me lo pongas tan fácil, Will! —Gina le sonrió con pereza.

      —Es cierto, te lo he servido en bandeja. Pero ahora vamos a hablar en serio. Didie, Penélope y yo podemos seguir tus indicaciones al pie de la letra. Solo quedan dos eventos de esta gira y después nos vamos a tomar unas vacaciones. No pasa nada, tú te las tomas antes y nosotros nos ocupamos del resto.

      William la miró a los ojos e intentó infundirle la seguridad que ella necesitaba.

      —Está bien, imaginemos por un momento que estás en lo cierto, que vosotros os podéis ocupar de los dos eventos que quedan para finalizar la gira. ¿Qué pasa con el resto de mis clientes?

      —El resto de tus clientes esperará. Faltan unos días para Acción de Gracias. Estamos en fiestas, y te aseguro que no es el mejor momento para firmar contratos. Tienes a Penélope…

      —Está verde…

      —Puede ser, pero seguro que está más preparada de lo que estás dispuesta a aceptar. Apostaría mi mano derecha a que tampoco le has dejado demostrártelo. No te revelo nada nuevo si te digo que eres una mujer controladora que necesita hacerse cargo de todo. Pero también eres una de las mujeres más inteligentes que conozco. Si contrataste a Penélope es porque viste en ella a una chica con mucho potencial, que podría triunfar como agente literaria. Pero aún no le has dado las responsabilidades suficientes para que te lo demuestre.

      Gina torció el gesto. No podía negar ninguna de las suposiciones de William, pues así había sido. Bajó la mirada a sus carpetas y agendas amontonadas por Will, y después levantó el rostro para observar a Penélope. Como ayudante suya no tenía por qué estar colaborando con la organización de la boda. No estaba entre sus funciones. Pero allí estaba, algunas mesas más adelante, charlando con Marguerite y señalándole cómo debían disponerse las mesas de los regalos, los postres y por dónde debía salir el personal del catering para que el servicio fuese lo más fluido posible.

      Sí, seguía pareciendo una pececilla de colores, pero era una pececilla armada con una carpeta de programación y la determinación de una misión por cumplir. Tal vez podría confiar en ella durante un tiempo. Seguro que el mundo no se acabaría porque estuviese ausente unos días.

      —Bien, quizás tengas razón y me esté preocupando más de lo debido —confirmó ella.

      —O tal vez prefieras preocuparte por el trabajo para no pensar en el hecho de que acabas de perder a un familiar muy querido y especial para ti… —dijo Didie llegando hasta la mesa.

      El aire volvió a faltarle en los pulmones. Didie se sentó a su lado y la miró con preocupación.

      —Puedo resolver los temas legales de mi abuela sin problemas. Habría preferido que lo hiciese mi madre, pero está claro que eso no va a pasar.

      —Sé que puedes ocuparte de los temas legales, nadie es tan profesional y eficiente como tú, pero no me refería a eso, Gina —le dijo la novia buscando su mirada.

      —Pues eso es lo único que me preocupa —contestó ella recogiendo las cosas de la mesa.

      —Gina, tu abuela acaba de morir. Es lógico que necesites llorar su pérdida…

      —Yo no lloro, Didie. No me hace falta. Estoy bien —las palabras de Gina salieron de sus labios tensas como las cuerdas de una guitarra. Enderezó la espalda y adquirió su pose más profesional. Se levantó de la mesa y estiró la falda de su elegante traje gris perla—. Y ahora, vamos a celebrar una boda. Este es un gran día.

      Tras estas palabras, William y Didie la vieron marchar en dirección a Penélope y volver a asumir la organización del evento. La pareja de recién casados se dio la mano y miró a su amiga con preocupación.

      —Bien —suspiró Didie—, obedezcamos a la señorita organizadora por esta noche. Nada va a hacer que cambie de opinión. Mañana será otro día.

      —Sí, mañana será otro día, pero esta noche, señora James, vamos a hacer que sea inolvidable —dijo William a su esposa, tomándola de la silla, en brazos.

      Y cubriendo sus labios de cereza, la besó apasionadamente.

      Capítulo 3

      Bésame rápido, y haz que mi corazón se vuelva loco.

      Suspira

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