Reclamada por el multimillonario. Pippa Roscoe
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Antonio podría haber llegado a ser un jugador de polo de nivel internacional, pero eso fue antes de que todo lo que hizo Michael Steele hubiese estado a punto de destrozar a su familia. Contuvo la rabia que le producía acordarse de ese hombre y volvió a centrar su atención en la proposición.
–¿Y ella puede hacerlo?
Dimitri se encogió de hombros, pero pareció como si Danyl lo pensara más detenidamente.
–Es probable –acabó reconociendo.
–Yo acepto –afirmó Antonio encogiéndose de hombros con un estilo muy italiano.
Si Mason McAulty lo conseguía, las ganancias serían increíbles. Si no… Bueno, ¿acaso había mala prensa? A Antonio le encantaba vivir en el filo de la navaja.
–¿Por qué no?
Dimitri también aceptó y Danyl asintió con la cabeza a regañadientes y con los labios apretados con firmeza. Antonio no sabía por qué Danyl había mirado con esa furia a Mason McAulty cuando salía, pero sí esperaba que ella supiera que estaba jugando con fuego.
–¿Whisky? –preguntó Dimitri cuando Antonio se sentó por fin.
–Desde luego –Antonio se dejó caer sobre el respaldo y observó a sus amigos–. Me alegro de volver a veros.
–Repítelo y sabré que te has ablandado –replicó Dimitri en un tono tenso.
–Si quisiera oír cotilleos de mujeres, me habría quedado con mi harén –añadió Danyl.
–No tienes ningún harén –se burló Antonio–. Si lo tuvieras, no te veríamos el pelo.
Sin embargo, en vez de complacerse con la relación familiar que tenía con sus dos mejores amigos, Antonio dejó que su cabeza volviera a pensar en la mujer que, como acababa de decidir, iba a ser su nueva secretaria personal.
Emma Guilham…
Capítulo 1
Dieciocho meses después…
EMMA, con rapidez y eficiencia, se recogió los mechones de pelo oscuro que se le habían escapado y se hizo un discreto moño. Aunque no hubiese visto que Antonio Arcuri fruncía el ceño cuando algún mechón de pelo se le escapaba de las horquillas, ella sabía, intuitivamente, que eso era lo que quería su implacable jefe; rapidez, eficiencia y discreción.
Mientras comprobaba su aspecto en el espejo del cuarto de baño de las oficinas en Nueva York de Arcuri Enterprises, se fijó en la «A» y la «E» grabadas que había en una esquina de todos los espejos y sintió una punzada de emoción y satisfacción.
Había llegado muy lejos desde la pequeña, pero cómoda, casa de su madre en los alrededores de Hampstead Heath. Se acordó de la entrevista tan extravagante que le había hecho Antonio en la limusina mientras se abrían paso entre el tráfico navideño de Londres. Creía que había estado descarada, pero la verdad era que había creído que no tenía ni la más mínima posibilidad de conseguir el empleo y, como no había tenido nada que perder, había dicho la verdad.
Había creído sinceramente todas y cada una de las palabras que había dicho y se había ceñido estrictamente a todas durante los dieciocho meses que llevaba allí. Había peleado mucho para estar allí, para estar en Nueva York y ser la secretaria personal de Antonio Arcuri… y no iba a permitir que esa llegada atípica, imprevista y cada vez más inminente la alterara.
Desde que le sonó el teléfono, a la una de la madrugada, para comunicarle que Antonio volvería de Italia y estaría en la oficina en menos de seis horas, había estado dominada por algo parecido al pánico… aunque se hubiese dicho a sí misma que ya no sentía pánico. Aun así, se había levantado de un salto de la cama y había comprobado en la agenda que Antonio no tenía ningún motivo para volver tan precipitadamente. No sabía qué esperar de su hermético jefe.
Había empezado a anhelar esas ausencias de Antonio. Fuera porque tenía que acudir a sus inamovibles reuniones con El Círculo de los Ganadores o porque tenía que visitar las oficinas de Londres, Hong Kong o Italia, agradecía tener que tratar con él mediante correo electrónico o videoconferencias. Agradecía esos respiros porque en realidad, palpablemente, la presencia de Antonio era… abrumadora.
No se trataba solo de su belleza clásica. Sus ojos color chocolate, sus pómulos prominentes y su mentón firme serían devastadores en cualquier hombre. Además, el bronceado italiano de su piel contrastaba sensualmente con los labios color vino y todo su cuerpo transmitía una energía depredadora, pero sabía que lo que la atraía de verdad era la vitalidad, la autoridad que rezumaba todo su ser.
Aun así, había aprendido a sofocar esa atracción y no iba a permitir que interfiriera en su trabajo. Estaba allí para hacer su trabajo, no para que se le cayera la baba con su jefe. No iba a caer en la misma trampa en la que habían caído muchas mujeres. Además, tenía sus objetivos, sitios que quería conocer y cosas que quería hacer, y Antonio Arcuri no entraba en ninguno de ellos.
La puerta del amplio cuarto de baño se abrió de golpe y unas mujeres entraron armadas hasta los dientes con bolsas de maquillaje. Emma las observó mientras sacaban todo tipo de herramientas destinadas a seducir y se aplicaban con delicadeza un millón de productos, como también había hecho ella a los diecisiete años para disimular los estragos de la quimioterapia.
Sin embargo, hizo un esfuerzo para dejar esos recuerdos a un lado. A Antonio le importaba muy poco su aspecto, solo le importaba su capacidad. Sonrió con cierto abatimiento ante esa fila de empleadas de Arcuri. Antonio tenía ese efecto en las mujeres, pero no en ella. Podía parecerle que su jefe era devastadoramente atractivo, pero eso no iba a trastocarla.
Ningún hombre iba a trastocarla.
Sentada al ordenador, en la antesala del despacho de Antonio en la última planta, dejó que una sensación de control y calma se adueñara de ella. Esos eran sus dominios y le encantaba.
Ese despacho en el piso veinticuatro de un rascacielos de Manhattan era mucho más de lo que había podido llegar a imaginarse en toda su vida. Las cristaleras le permitían tener una vista increíble de Central Park y del famoso perfil de la ciudad. La decoración y todo ello transmitía una sensación de poderío que ella disfrutaba durante el día, antes de volver, todas las noches, a su minúsculo piso en Brooklyn. Ir a Nueva York había sido el primer objetivo cumplido de su lista de objetivos en la vida. Después de cinco años curándose, por fin había puesto punto final a esa enfermedad espantosa que le había arrebatado tantas cosas. Aunque se había quedado más tiempo del que había previsto como secretaria de Antonio y había tenido que renunciar a algunos de sus objetivos en la vida… prefería pasarlo por alto. Estaba contenta y siempre tendría tiempo en el futuro, en su futuro.
–¿Sabes por qué viene?
Emma levantó la mirada y vio a James, un ejecutivo de nivel bajo que estaba muy nervioso, casi presa del pánico. Él se quitó las gafas y la miró con unos ojos hinchados por el sueño mientras otros empleados, igual de nerviosos, miraban desde el pasillo.
La noticia de la inminente llegada de Antonio debía de haber corrido como la pólvora porque si bien