Reclamada por el multimillonario. Pippa Roscoe
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Estaba intentando encontrar la manera más discreta de preguntarle por la talla del sujetador cuando se dio cuenta, con cierta sorpresa, de que Antonio estaba desorientado. Evidentemente, no había pensado en nada de todo eso.
–La reputación. Que no le haya salpicado ningún escándalo.
Emma tuvo que contener un resoplido muy poco femenino. Era como si quisiera comprar una ternera de primera clase con todas las garantías sanitarias, lo que hizo que se preguntara, con horror, si obligaría a esa pobre mujer a que le entregara su historial médico.
–Además, la necesito antes de dos días.
–Antonio, no soy Amazon Prime. No puedo sacarme una novia de la manga –Emma lo susurró por miedo a que pudieran oírla y que la acusaran de… conseguidora para su jefe–. Si pudieras explicarme el… contexto, a lo mejor podría entender un poco mejor lo que… necesitas.
Ella sabía que estaba balbuciendo, pero, dado el humor de él, tenía que elegir muy bien las palabras.
–Voy a concertar una cita con Benjamin Bartlett, quien está buscando inversores para su empresa y yo tengo que ser el único inversor. Sin embargo, Bartlett, que es muy tradicional, podría tener reparos a asociarse con Arcuri Enterprises por…
–¿Por tu asunto con Inga la sueca…?
–Sé muy bien lo que era –le interrumpió él.
–De acuerdo. Entonces, necesitas una pantalla.
–¿Una pantalla? –preguntó él sin disimular la perplejidad.
–Sí –ella tuvo que contener la sonrisa–. Una novia falsa que enmascare tus indiscreciones previas y que haga que le parezcas más aceptable a Bartlett, que te acepte como inversor.
–En resumen, sí.
–Y supongo que todo esto tiene que mantenerse en secreto, que nadie puede saberlo, como la investigación sobre Bartlett.
–Así es. Hay otro inversor interesado en Bartlett y esa persona no puede saber lo que estoy haciendo.
El tono sombrío de su advertencia era desconocido para ella y le indicó claramente que no podía tomarse todo aquello a la ligera. Enseguida captó lo esencial de su petición.
–De acuerdo. Voy a tener que vaciarte la agenda para mañana por la noche.
Eso era lo que le gustaba de Emma. Aparte del sarcasmo de antes, que atribuiría a la sorpresa, era eficiente y directa cuando acometía una tarea y no tenía las dudas en sí misma que había visto en otras empleadas que le doblaban la edad.
Él sabía que ese cambio de planes para el día siguiente encajaría, al cien por cien, en la tarea que le había asignado. Una tarea que había aceptado sin rechistar y sobre la que solo había hecho preguntas pertinentes, casi todas.
–Muy bien.
–Mandaré tu esmoquin azul a la tintorería para que esté preparado para la gala.
–¿Qué gala? –preguntó Antonio.
–La gala benéfica anual de la Fundación Arcuri. Sueles estar en Italia durante estas dos semanas y por eso no te mandan nunca una invitación.
–¿Celebramos una gala benéfica?
Antonio se sorprendió al ver, por primera vez en dieciocho meses, algo parecido a un brillo de rabia en los ojos de Emma.
–Sí –contestó ella en un tono tajante aunque intentó disimular lo que sentía con su habitual frialdad–. Además, será el sitio perfecto para que encuentres una novia.
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