En busca de un hogar. Claudia Cardozo
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу En busca de un hogar - Claudia Cardozo страница 10
—Ya veo, una joven huérfana y un futuro lord —intentó hablar con despreocupación—. No parecen muy interesantes, sabes que los jovencitos me aburren.
Ese comentario pareció perturbar a su madre.
—Bueno, creo que podrías darles una oportunidad, tal vez te sorprendan.
—Permite que tenga mis reservas al respecto.
La condesa pareció mucho más tranquila al comprobar que su hijo no se encontraba tan disgustado por su atrevimiento como había esperado y volvió la atención a su desayuno.
Robert, por su parte, no sabía qué pensar respecto a todo ese asunto. Por una parte, deseaba conocer a esos jóvenes en condiciones apropiadas y darles las gracias por su ayuda, pero por otra, le desagradaba la idea de que su madre se hiciera esperanzas vanas. Él no iba a interesarse en esa joven, por muy agradecido que se encontrara, y aun cuando no dudaba de su belleza, la misma que él había comprobado, ya que, después de todo, la confundió con un ángel en su delirio, era lo bastante experimentado para saber que la hermosura no va de la mano con la inteligencia.
Además de que lo último que deseaba era verse envuelto en los planes de su madre; odiaba que hiciera lo posible por hacer desfilar frente a él a una suerte de jovencitas huecas y aburridas.
Aun así, suponía que bien podría controlar su fastidio, dar las gracias de forma correcta y olvidar ese asunto.
—Madre, ¿cuáles son los nombres de estas personas?
La condesa levantó un momento la vista de su plato para responder.
—Lady Ashcroft, como he mencionado ya, y sus nietos, Daniel Ashcroft y Juliet Braxton.
Su hijo asintió, manteniendo su actitud indiferente, pero saboreando el nombre que hasta ese momento le había resultado por completo esquivo y ahora le parecía tan apropiado.
Juliet.
Capítulo 4
—Tan encantadora como recordaba.
Juliet apenas prestaba atención a las palabras de su abuela, que contemplaba embelesada el impresionante edificio que se levantaba ante ellos, al final del largo camino que los carruajes recorrían.
Su distracción no era de extrañar, ya que encontraba el lugar tan fascinante que apenas sí lograba pensar en otra cosa que no fuera el hermoso espectáculo que se erguía ante ella. No había visto, en América o Inglaterra, un solo lugar que se comparara en belleza a esa antigua construcción.
La arboleda que rodeaba al camino confería un aire encantador al conjunto, y los amplios jardines invitaban a rememorar antiguos cuentos de hadas. Le resultaba difícil de creer que un lugar así pudiera existir, y aún más, que tuviera la inmensa fortuna de poder visitarlo. Atrás quedó su angustia por estar nuevamente frente al conde, o lo que diría su abuela al saber de la aventura que ella y Daniel vivieron hacía unas semanas; eso podría esperar.
Lamentablemente, el recorrido se le hizo tan corto que muy pronto estuvieron frente a la mansión, y debió prepararse para lo que vendría a continuación. Por suerte, desde el momento en que les anunciaron la visita, ella y Daniel pudieron pensar en un plan; solo cabía esperar que este resultara.
Cuando se apeó del carruaje, siguiendo a su abuela, y vio descender del mismo a los señores Sheffield, puso la mano a modo de resguardo sobre sus ojos para evitar los rayos del sol y poder contemplar con mayor detalle el exterior de la casa. No contó con mucho tiempo para ello, porque casi de inmediato una hermosa dama bajó los escalones de la entrada, en tanto unos sirvientes se acercaban a ayudar con los caballos.
Aprovechó para estudiarla mientras se acercaba primero a los señores Sheffield para saludarlos con efusividad, y le sorprendió observar que de cerca se veía algo mayor de lo que esperaba, sin que ello disminuyera en absoluto su belleza. Sus ojos le resultaron impresionantes, y se preguntó por qué le parecían tan familiares; pero no tuvo tiempo para pensarlo, porque la tenía pronto ya a su altura, hablando a su abuela.
—Lady Ashcroft, qué placer verla después de tanto tiempo —su voz musical invitaba a sonreír.
—Lady Arlington. —Su abuela inclinó la cabeza con garbo—. El placer es todo mío, lamento que haya pasado tanto desde la última vez.
—Es verdad, pero me temo que casi no visito Londres, y creo que usted no acostumbra venir al campo.
—Bueno, en mi juventud me resultaba mucho más agradable hacer largos viajes, pero ahora… —La dama dejó la frase en el aire—. Sin embargo, me alegra haber aceptado la gentil invitación de los señores Sheffield, no solo he disfrutado de su hospitalidad, sino que ahora puedo ver una vez más la hermosa Rosenthal.
—Y créame cuando le digo que es un verdadero honor tenerlos con nosotros. —La condesa viuda sonrió agradecida, mirando a Juliet con intención.
—Condesa, permítame que le presente a mi muy querida nieta, Juliet Braxton.
Esta hizo una grácil reverencia, sin bajar la vista, como harían muchas jóvenes de su edad. Encontraba importante el mirar a una persona a los ojos para hacerse una idea de su personalidad, y quedó encantada con lo que pudo observar en la condesa.
—Es un placer, querida, tuve la oportunidad de conocer a tu madre en su juventud y veo que has heredado su belleza.
—Gracias, milady, es muy amable al decir eso, aunque creo que mi madre sí era realmente hermosa.
—Juliet, por favor. —Su abuela la miró con el ceño fruncido.
La condesa amplió su sonrisa y le dio un apretón cariñoso, aunque breve, en la mano.
—Debes de echarla mucho de menos, y a tu padre, por supuesto.
—Cada día.
Una corriente de simpatía fluyó entre ambas, que parecieron encontrar de inmediato un encanto particular en la persona que tenían al frente.
—Pero qué descortés soy, ofrezco disculpas —la condesa retomó su papel de anfitriona—. Por favor, entremos a la casa, me temo que mi hijo no pudo salir a recibirles, habrán oído de su accidente…
Juliet sintió cómo toda su emoción se evaporaba al oír mencionar al conde; su abuela tenía razón, era una persona que se distraía con facilidad. Mientras subía los amplios peldaños de la entrada principal, admirando los detalles que veía alrededor, sintió cómo sus manos se empezaban a humedecer, y una agitación extraña se albergó en su pecho. No creía que el conde la recordara, era imposible, su mente se encontraba completamente extraviada en el momento del accidente, así que estaba a salvo; era de Daniel de quien debía ocuparse.
—Lamento que su nieto no pueda reunirse con nosotros, milady —escuchó la voz de la condesa como un sonido lejano.
—Oh, sí, él lo siente mucho; estaba tan