En busca de un hogar. Claudia Cardozo

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es expresar mi agradecimiento, pero no puedo pensar en la forma más apropiada de hacerlo ya que se trata de una situación de lo más inusual.

      Juliet frunció el ceño, mil imágenes pasando por su mente a la velocidad de un relámpago. Él solo podía referirse a una cosa, y la idea le aterró…

      Se planteó el fingir que no le entendía y encontrar un modo de volver al salón, pero eso hubiera sido deshonesto y, después de su comentario, primero muerta antes de hacer tal cosa. De modo que echó mano de todo el valor y sinceridad que su padre le había inculcado y decidió hablar con la verdad.

      —No creí que su señoría lo recordara.

      Lo vio exhalar un suspiro de alivio, como si hubiera esperado una negativa.

      —Lo hago; si he de serle sincero hay dos cosas de ese día que jamás podré olvidar; el dolor que sentí al caer del caballo, y su rostro.

      Juliet boqueó como un pez fuera del agua, sin saber si sentirse halagada u ofendida; qué observación más sorprendente.

      —Oh, ya veo —no se le ocurrió nada más para decir.

      —No me malentienda, por favor, no la comparo con una caída —el conde rio, leyendo en su expresión lo que pasaba por su cabeza—. O tal vez sí, pero no en un sentido negativo; me refiero a que ambos acontecimientos resultaron profundamente impresionantes. No me caía del caballo desde que aprendí a montar siendo muy pequeño, y nunca había visto un rostro como el suyo en toda mi vida.

      —Supongo que debería agradecérselo —aún no se reponía del desconcierto.

      —Bueno, usted debe de estar acostumbrada a que alaben su belleza, así que no creo que le sorprenda, solo señalo un hecho. —Él pasó por alto su expresión confundida—. Lo que deseo señalar es que me resultaría imposible olvidar que usted me ayudó en un momento tan importante.

      El conde hablaba con una seguridad y soltura que admiró y al mismo tiempo le incomodó profundamente. Contrario a lo que él parecía pensar, ella no se consideraba particularmente hermosa, no cuando se comparaba con las miniaturas que conservaba de su madre, y su abuela siempre había recalcado el hecho de que el ser un rostro bonito era una ventaja más que una virtud, idea con la que no comulgaba.

      —No necesita agradecer nada, milord, me alegra haber podido ser de utilidad y que se encuentre casi recuperado.

      —Desde luego que debo agradecerle, esperaba hacerlo desde que supe de su existencia; es decir, no conocía su nombre, pero en cuanto oí acerca de dos jóvenes hospedados con los Sheffield, lo supe —pareció recordar entonces algo muy importante—. Por supuesto que también debo darle las gracias a su primo, sé que fue él quien me trajo a casa.

      ¡Daniel! ¿Cómo pudo olvidarlo por un segundo? Juliet se sintió avergonzada de semejante descuido, lo que le permitió recuperar su elocuencia habitual.

      —Sí, milord, fue Daniel quien se encargó de traerlo aquí, y de ver que fuera atendido lo antes posible; puede estar seguro de que su ayuda fue mucho mayor que la mía. —Se adelantó un poco en el asiento, en tanto continuaba con un tono más bajo—: Debo hacerle una confesión, su señoría, y espero poder contar luego con su ayuda.

      El conde enarcó ambas cejas, mostrando una profunda extrañeza por el cambio en su actitud, y le hizo un gesto, instándola a continuar.

      —Mi primo y yo no contábamos con el permiso de mi abuela para cruzar los lindes de la propiedad de los Sheffield, pero a petición mía lo hicimos, deseaba ver más de la campiña —indicó—, y fue entonces cuando fuimos testigos de su accidente.

      —Comprendo.

      —La aparición del granjero fue una verdadera suerte, ya que nos preguntábamos qué era lo mejor a hacer. Fue entonces cuando Daniel se ofreció a acompañarle para asegurarse de que se encontraba bien, y decidimos que yo volviera a caballo, sin hablarle a mi abuela al respecto. Como comprenderá, a ella no le agradaría saber que desobedecimos sus órdenes. Sin embargo, su madre vio a Daniel aquel día, y por eso le aconsejé que permaneciera en casa de los Sheffield en tanto yo hablaba con ella y le pedía que no dijera nada referente a este hecho.

      Vio al conde asentir con gesto concentrado, tras oírla con mucha atención.

      —Ahora lo veo, gracias por su confianza al contármelo, y una vez más, por su ayuda —dijo al fin—. No se preocupe por mi madre, me encargaré de hablar con ella, y mantendremos su participación en secreto, tan solo mencionaré a su primo y le pediré que no haga ningún comentario frente a lady Ashcroft, ¿está de acuerdo?

      Juliet suspiró, aliviada.

      —Desde luego que lo estoy, milord, es usted muy amable y comprensivo, aprecio su ayuda. —Ahora sentía como si le hubieran quitado una pesada carga.

      —No debe tomarlo como una ayuda, señorita Braxton, es lo mínimo que puedo hacer después de lo que usted arriesgó por mi causa. —Le sonrió con amabilidad, y seguidamente se recostó en el asiento, examinándola—. Obviamente, su primo y usted son muy cercanos, ¿cierto? Siempre dispuestos a protegerse el uno al otro, o eso puedo suponer por lo que me cuenta.

      —Sí, lo somos, milord —Juliet no dudó al contestar—; es más, lo considero como el hermano que nunca tuve, hemos pasado por muchas cosas juntos y a veces, exceptuando a mi abuela y mi tío, creo que es la única familia que me queda.

      No pretendió ser tan honesta, o revelar tanto de su vida, pero el conde le inspiraba mucha confianza, y las palabras abandonaron sus labios antes de que pudiera detenerlas, y por la sonrisa que él mostraba, parecía muy consciente de ello.

      —Ya veo, debe de considerarse muy afortunada, entonces; a mí también me hubiera gustado tener un hermano.

      —¿De verdad?

      —Claro, y mucho. —Le llamó la atención su tono un poco nostálgico—. Especialmente en mi niñez; la soledad no es una buena compañera para un niño.

      —Lo sé.

      Intercambiaron una mirada de entendimiento y, tras un momento, Juliet retiró la vista, turbada por una sensación que le resultó extraña.

      —Me alegra haber podido hablar con usted, milord, agradezco su ayuda al ofrecerse a hablar con la condesa en mi lugar. —Se levantó con premura, mirando a un lado y otro, menos al hombre que tenía al frente—. Y gracias también por mostrarme su maravillosa colección; pero creo que mi abuela debe de echarme en falta.

      El conde asintió, levantándose también, aunque con mayor dificultad.

      —Desde luego, deberíamos volver. —Le cedió el paso, y tras andar un corto trecho, habló una vez más—: Espero que pueda visitarnos pronto nuevamente; tengo en mi estudio unas pinturas de Ingres que creo podrían gustarle.

      —Es muy amable por su parte, milord, gracias, me gustaría verlas alguna vez.

      —Entonces tenemos un trato.

      Juliet le devolvió la sonrisa, sin responder, pero retrasando el paso para que él pudiera caminar a su lado usando el bastón sin necesidad de apresurarse.

      Llegaron pronto al salón, donde tanto su abuela, como la condesa y los Sheffield continuaban con su animada

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