Un cuento de magia. Chris Colfer
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Para todas las personas valientes que se atrevieron a ser ellos mismos durante un tiempo que no los aceptaba. Gracias a ustedes, soy lo que soy.
Prólogo
Una audiencia inesperada
La magia estaba prohibida en los cuatro reinos, y eso era un modo sutil de decirlo. Para la ley, la magia era el peor delito que una persona jamás podía cometer y, para la sociedad, no había nada que fuera más despreciable. En la mayoría de los lugares, el simple hecho de estar relacionado con una bruja convicta o con un brujo era una ofensa castigable con la muerte.
En el Reino del Norte, los responsables y sus familias eran llevados a juicio y rápidamente quemados en la hoguera. En el Reino del Este, se necesitaban muy pocas pruebas para sentenciar al acusado y a sus seres queridos a la horca. Y en el Reino del Oeste, las supuestas brujas o brujos eran ahogados sin juicio alguno.
Las ejecuciones rara vez las realizaban los organismos de seguridad o los oficiales del reino, sino que, por lo general, estos castigos eran llevados a cabo por grupos de ciudadanos furiosos que preferían hacer justicia por mano propia. Si bien los soberanos de los reinos no promovían tales prácticas brutales, eran completamente toleradas. A decir verdad, a los líderes les encantaba que la gente tuviera algo más para descargar su ira que no fuera el gobierno, y por esta razón, le daban la bienvenida a esta distracción e, incluso, la promovían durante tiempos de inestabilidad política.
–Quien elija el camino de la magia ha elegido el camino a la condena –anunció el Rey Nobleton del Norte. Mientras que su propia negligencia estaba causando la peor hambruna en toda la historia del reino.
–Nunca debemos mostrar empatía a personas que tiene prioridades tan abominables –agregó la Reina Endustria del Este y luego, casi de inmediato, aumentó los impuestos para financiar su palacio de verano.
–La magia es un insulto a Dios y a la naturaleza y un peligro para la moral como la conocemos –resaltó el Rey Belicton del Este. Por suerte para él, sus declaraciones distrajeron a la gente de los rumores que había sobre los ocho hijos ilegítimos que había tenido con ocho damas diferentes.
Una vez que una bruja o brujo era descubierto, era casi imposible que escaparan de la persecución. Muchos volaban hacia el bosque denso y peligroso que crecía entre las fronteras conocido como el Entrebosque. Desafortunadamente, el Entrebosque era el hogar de duendes, elfos, goblins, trolls, ogros y todas las especies que los humanos desterraron con el pasar de los años. Las brujas y brujos que buscaban refugiarse entre los árboles, por lo general, encontraban una muerte rápida y violenta en las manos de alguna criatura barbárica.
La única piedad que una bruja o brujo podía encontrar (si acaso eso era considerado piedad) estaba en el Reino del Sur.
Tan pronto el Rey Champion xiv heredó el trono de su padre, el fallecido Rey Champion xiii, su primer decreto real fue abolir la pena de muerte para todos los practicantes convictos de magia. En su lugar, los delincuentes eran sentenciados a pasar toda su vida en la prisión realizando trabajo forzoso (y se les recordaba cada día lo afortunados que deberían considerarse). Pero es importante mencionar que el rey no enmendó la ley por pura bondad, sino como un intento de encontrar la paz con un recuerdo traumático.
Cuando Champion era niño, su propia madre fue decapitada por un “sospechoso interés” en la magia. La denuncia vino del mismo Champion xiii, por lo que a nadie se le ocurrió cuestionar la acusación o investigar la inocencia de la reina, aunque los motivos de Champion xiii fueron cuestionados al día siguiente a la ejecución de su esposa, cuando se casó con una mujer más joven y bella. Desde el final prematuro de la reina, Champion xiv no podía dejar de contar los días hasta vengar a su madre destruyendo el legado de su padre. Y ni bien la corona fue colocada sobre su cabeza, Champion xiv dedicó gran parte de su reinado a borrar a Champion xiii de la historia del Reino del Sur.
Ahora en la vejez, el Rey Champion xiv se pasa la mayor parte de su tiempo haciendo lo menos posible. Sus decretos reales se han reducido a quejas y expresiones de molestia, y en lugar de hacer visitas reales, el rey saluda a las multitudes con pereza desde la seguridad de un carruaje en movimiento. Y lo más cercano a un discurso que hacía eran quejarse de que los corredores del castillo eran “demasiado largos” y las escaleras “demasiado altas”.
Champion hizo de evadir a las personas un pasatiempo, especialmente a su engreída familia. Comía solo, se iba a la cama temprano, dormía hasta tarde y adoraba sus largas siestas (y que Dios tuviera piedad con la pobre alma que lo despertara antes de que estuviera listo).
Pero una tarde en particular, el rey se despertó temprano, no por un nieto descuidado o una mucama torpe, sino por un cambio repentino del clima. Champion se despertó asustado con una lluvia torrencial que azotaba las ventanas de su recámara y poderosos vientos sibilantes que resoplaban por la chimenea. Antes de que se fuera a dormir, el día estaba soleado y despejado, por lo que la tormenta fue una verdadera sorpresa para el soberano confundido.
–Me he despertado –anunció Champion.
El rey esperó a que el sirviente más cercano se presentara a toda prisa y lo ayudara a bajar de su enorme cama, pero nadie respondió el llamado.
Champion se aclaró la garganta agresivamente.
–Dije que me he despertado –gritó nuevamente, pero no recibió respuesta.
Las articulaciones del rey crujieron mientras se bajaba de la cama de mala gana y musitaba una serie de insultos al avanzar afanosamente por el suelo de piedra en busca de su capa y pantuflas. Una vez vestido, Champion abrió la puerta de su recámara de un