Un cuento de magia. Chris Colfer

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Un cuento de magia - Chris Colfer

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siento, me pareció oír algo –dijo el rey–. ¿Decía?

      –Estaba profesándole mi gratitud por la piedad que le ha mostrado a la comunidad mágica.

      El rey gruñó con disgusto.

      –Bueno, se equivoca si cree que tengo algo de empatía por la comunidad mágica –refunfuñó–. Por el contrario, creo que la magia es tan asquerosa y antinatural como lo creen el resto de los soberanos. Mi preocupación está con la gente que usa la magia para sacar provecho de la ley.

      –Y eso es admirable, señor –dijo Madame Weatherberry–. Su devoción hacia la justicia es lo que lo diferencia del resto de los monarcas. Ahora bien, me gustaría iluminar su perspectiva sobre la magia, para que pueda continuar haciendo que este reino sea un lugar más justo y seguro para toda su gente. Después de todo, la justicia no puede existir para uno si no existe para todos.

      La conversación apenas empezaba y el rey ya se estaba sintiendo molesto.

      –¿A qué se refiere con iluminar mi perspectiva? –preguntó con una mueca de desdén.

      –Su Majestad, la manera en la que se criminaliza y estigmatiza a la magia es la mayor injusticia de nuestros tiempos. Pero con las modificaciones y enmiendas adecuadas, y algún tipo de estrategia publicitaria, podemos cambiar todo eso. Juntos podemos crear una sociedad que acepte todas las formas de vida y les permita sacar su mayor potencial y… Su Majestad, ¿me está escuchando? Parece que lo perdí nuevamente.

      Una vez más, el rey se sintió distraído por el zumbido misterioso y los sonidos sibilantes. Sus ojos miraron alrededor del estudio con mayor intensidad que antes y solo había oído algunas palabras sueltas de lo que Madame Weatherberry le había dicho.

      –Debo haberla escuchado mal –dijo–. Por un momento, parecía como si me estuviera sugiriendo que legalizara la magia.

      –Ah, no entendió para nada mal –dijo Madame Weatherberry soltando una pequeña risa–. Legalizar la magia es exactamente lo que le estoy sugiriendo.

      Champion de pronto se sentó en su silla y presionó con fuerza los apoyabrazos. Madame Weatherberry ahora tenía toda su atención. No podía simplemente estar sugiriéndole algo tan absurdo.

      –¿Quién se cree que es usted, mujer? –preguntó el rey con desdén–. ¡La magia nunca será legalizada!

      –De hecho, señor, está dentro de las posibilidades –dijo Madame Weatherberry–. Lo único que se necesita es un simple decreto que despenalice el acto y luego, a su debido tiempo, el estigma que la rodea disminuirá.

      –¡Entonces pronto también despenalizaré los asesinatos y robos! –declaró el rey–. El Señor explica con claridad en el Libro de la Fe que la magia es un pecado horrendo y, por lo tanto, ¡un delito en este reino! Y si un delito no tiene consecuencias, ¡viviríamos en el caos absoluto!

      –Ahí es donde se equivoca, Su Majestad –dijo–. Verá, la magia no es el delito que el mundo cree que es.

      –¡Claro que sí! –objetó–. ¡He presenciado actos de magia utilizados para engañar y atormentar a gente inocente! ¡He visto cuerpos de niños masacrados por pociones y hechizos! ¡He visitado aldeas plagadas con maldiciones y maleficios! ¡Entonces, no se atreva a defender la magia frente a mí, Madame! ¡La comunidad mágica nunca recibirá un gramo de empatía o comprensión por parte de este soberano!

      Champion no podía haber dejado su negación más en claro, pero Madame Weatherberry se sentó más al borde de su asiento y le esbozó una sonrisa como si hubieran encontrado un punto en común.

      –Esto puede sorprenderlo, señor, pero estoy completamente de acuerdo –dijo.

      –¿En serio? –preguntó con sospechas.

      –Ah, sí, completamente –repitió–. Creo que aquellos que atormentan a gente inocente deberían ser castigados por sus acciones y con dureza, me atrevería a agregar. Solo hay una pequeña falla en su razonamiento. Las situaciones que ha presenciados no fueron causadas por magia sino por actos de brujería.

      El rey frunció el ceño con mayor intensidad y miró a Madame Weatherberry como si estuviera hablando en otro idioma.

      –¿Brujería? –preguntó con un tono burlón–. Nunca oí hablar de eso.

      –Entonces, permítame explicarle –dijo Madame Weatherberry–. La brujería es una práctica atroz y destructiva. Surge de un deseo oscuro de engañar y corromper. Solo las personas con corazones malvados son capaces de practicar la brujería y, créame, merecen cualquier destino imaginable. Pero la magia es algo completamente diferente. En esencia, la magia es una forma de arte pura y positiva. Su objetivo es ayudar y sanar a aquellos que lo necesitan y solo proviene de aquellos que tienen bondad en sus corazones.

      El rey se hundió nuevamente en su silla y se sujetó la cabeza, inundado por la confusión.

      –Ah, cielos, lo abrumé –dijo Madame Weatherberry–. Déjeme simplificárselo. La magia es buena, la magia es buena, la magia es buena. La brujería es mala, la brujería es mala, la brujería…

      –No sea condescendiente, mujer, ¡ya la escuché! –dijo el rey, irritado–. ¡Deme un momento para que mi cabeza lo digiera!

      Champion dejó salir un largo suspiro y se masajeó la sien. Por lo general, le costaba procesar información luego de una siesta, pero esto ya era otro nivel. El rey se cubrió los ojos y se concentró, como si estuviera leyendo un libro detrás de sus párpados.

      –¿Entonces dice que la magia no es lo mismo que la brujería?

      –Correcto –dijo Madame Weatherberry asintiendo animada–. No hay que mezclar peras con manzanas.

      –¿Y ambas son diferentes en naturaleza?

      –El polo opuesto, señor.

      –Entonces, si no son brujas ¿cómo se le dice a aquellos que practican magia?

      Madame Weatherberry levantó la cabeza con orgullo.

      –Nos llamamos a nosotras mismas hadas, señor.

      –¿Hadas? –preguntó el rey.

      –Sí, hadas –repitió– Ahora, ¿entiende mi deseo de iluminar su perspectiva? La preocupación del mundo no es con las hadas que practican magia, sino con las brujas que cometen actos de brujería. Pero, trágicamente, hemos sido agrupadas juntas y condenadas como lo mismo durante siglos. Afortunadamente, con mi guía y su influencia, somos más que capaces de rectificar la situación.

      –Me temo que no estoy de acuerdo –dijo el rey.

      –¿Disculpe? –dijo Madame Weatherberry.

      –Un hombre puede robar por avaricia y otro por supervivencia, pero ambos son ladrones, no importa si uno tiene bondad en su corazón.

      –Pero, señor, creo haber dejado muy en claro que la brujería es el crimen, no la magia.

      –Sí,

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