Un cuento de magia. Chris Colfer
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Madame Weatherberry negó con la cabeza desconcertada.
–¿Está comparando a un grupo de personas inocentes con patatas, señor?
–Entiendo su objetivo, Madame, pero el mundo no está listo para eso. Rayos, ¡yo no estoy listo! ¡Si quiere salvar a las hadas de un castigo injusto, entonces le sugiero que les enseñe a mantenerse en silencio y resistir la urgencia de usar magia! Eso sería mucho más fácil que convencer a un mundo terco que cambie sus costumbres.
–¿Resistir la urgencia? Señor, ¡no puede estar hablando en serio!
–¿Por qué no? La gente normal vive sobre las tentaciones todos los días.
–Porque está dando por sentado que la magia aparece accionando un interruptor, como si fuera una especie de elección.
–¡Por supuesto que la magia es una elección!
–¡NO! ¡CLARO! ¡QUE! ¡NOOOO!
Por primera vez desde que habían comenzado su conversación, el temperamento agradable de Madame Weatherberry cambió. El destello de una ira que hacía tiempo tenía asentada atravesó su humor alegre y en su rostro apareció una mirada fría e intimidante. Era como si Champion estuviera frente a una mujer diferente… una mujer a quien debía temer.
–La magia no es una elección –dijo Madame Weatherberry con firmeza–. La ignorancia es una elección. El odio es una elección. La violencia es una elección. Pero la mera existencia de alguien nunca es una elección o una falla, y, de seguro, no es un delito. Sería muy inteligente de su parte si se educara.
Champion se sintió demasiado asustado como para decir otra palabra. Podría haber sido su imaginación, pero el rey podía jurar que la tormenta afuera se intensificaba a medida que el temperamento de Madame Weatherberry cambiaba. Evidentemente, era un estado al que rara vez se rendía, ya que sus aprendices parecían igual de preocupadas que el rey. El hada cerró los ojos, respiró hondo y se tranquilizó antes de continuar con la discusión.
–Tal vez, deberíamos hacer una demostración para Su Majestad –sugirió Madame Weatherberry–. ¿Tangerina? ¿Cielene? ¿Me harían el favor de mostrarle al Rey Champion por qué la magia no es una elección?
Las aprendices intercambiaron una sonrisa entusiasta, habían estado esperando este momento desde hacía rato. Se pusieron de pie con un salto, se quitaron sus túnicas y soltaron el turbante que llevaban en sus cabezas. Tangerina reveló un vestido hecho con parches de panal y una colmena anaranjada en lugar de cabello que era el hogar de todo un enjambre de abejas. Cielene, por su lado, dejó al descubierto un traje de baño color zafiro y de su cabeza fluía una cortina de agua que bañaba todo su cuerpo y se evaporaba al llegar a sus pies.
Champion se quedó boquiabierto mientras miraba lo que las niñas habían estado ocultando. En todos sus años en el trono, jamás había visto a la magia tan materializada en la apariencia física de una persona. El misterio del zumbido extraño y los ruidos sibilantes fue resuelto.
–Mi Dios –dijo el rey, quedándose sin aliento–. ¿Todas las hadas son así?
–La magia nos afecta de maneras diferentes –dijo Madame Weatherberry–. Algunas personas llevan vidas completamente normales hasta que la magia se presenta por sí sola, mientras otros presentan rasgos físicos desde el día en que nacieron.
–No puede ser verdad –cuestionó el rey–. Si la gente nace con rasgos mágicos, ¡las prisiones estarían repletas de niños! Y nuestras cortes jamás han encarcelado a un bebé.
Madame Weatherberry bajó la cabeza y miró al suelo con tristeza en sus ojos.
–Eso es porque la mayoría de las hadas son asesinadas o abandonadas cuando nacen. Sus padres temen las consecuencias que puede conllevar traer un niño mágico a este mundo, por lo que hacen lo necesario para evitar el castigo. Fue un milagro que haya encontrado a Tangerina y a Cielene antes de que fueran lastimadas, pero hay muchos que no tienen la misma suerte. Su Majestad, entiendo su cautela, pero lo que les ocurre a estos niños es cruel y primitivo. Despenalizar la magia es para algo más que solo lograr justicia, ¡es para salvar vidas inocentes! De seguro puede encontrar algo de empatía y comprensión en su corazón.
Champion sabía que vivía en un mundo cruel, pero nunca había sido consciente de esos actos tan horribles. Se meció de atrás hacia adelante en su silla mientras su falta de voluntad le declaraba la guerra a su empatía. Madame Weatherberry sabía que estaba progresando con el rey, por lo que decidió usar un sentimiento que había guardado para el momento justo.
–Piense en lo diferente que sería el mundo si tuviera más compasión para la comunidad mágica. Piense en lo distinta que sería su vida, Su Majestad.
De pronto, la mente de Champion se inundó de recuerdos de su madre. Recordó su rostro, su sonrisa, su risa, pero por sobre todas las cosas, el abrazo fuerte que compartieron justo antes de que fuera arrastrada hacia una muerte prematura. A pesar de lo oxidada que se había tornado su memoria con el pasar de los años, esas imágenes quedaron marcadas para siempre en su mente.
–Me gustaría ayudarlas, pero despenalizar la magia puede ser más problemático que productivo. ¡Obligar a que el pueblo acepte lo que odian y temen podría causar una rebelión! ¡Las cacerías de brujas como las conocemos podrían terminar convirtiéndose en un completo genocidio!
–Créame que no desconozco la naturaleza humana –dijo Madame Weatherberry–. La legalización de la magia no debe ser apresurada. Por el contrario, debe manejarse con sutileza, paciencia y perseverancia. Si vamos a cambiar la opinión del mundo, debe ser de un modo animado y no forzado, y nada anima más a la gente que un buen espectáculo.
Una tensión nerviosa apareció en el rostro del rey.
–¿Espectáculo? –preguntó con temor–. ¿Qué clase de espectáculo está planeando?
Madame Weatherberry sonrió y abrió aún más sus ojos brillantes, esta era la parte a la que había estado esperando.
–Cuando conocí a Tangerina y a Cielene por primera vez, eran prisioneras de su propia magia –le contó–. Nadie podía acercarse a Tangerina sin ser atacado por abejas, y la pobre Cielene tenía que vivir en un lago porque mojaba todo lo que pisaba. Por lo que decidí hacerme cargo de las niñas y les enseñé a controlar su magia. Ahora ambas son jóvenes perfectamente funcionales. Me rompe el corazón pensar en todos los niños que están allí afuera, luchando contra quienes son, y por eso, he decidido abrir mis puertas y darles una educación adecuada.
–¿Abrirá una escuela? –preguntó el rey.
–Precisamente –dijo ella–. La llamaré la Academia para Jóvenes Practicantes de Magia de Madame Weatherberry, aunque todavía es un nombre provisorio.
–¿Y en dónde estará esta academia? –preguntó.
–Hace poco, reservé algunos acres en el lado sudeste del Entrebosque.
–¿El Entrebosque? –protestó el rey–. Mujer, ¿está loca? ¡El Entrebosque es mucho más peligroso para los niños! ¡No puede abrir una escuela allí!
–Ah,