Un cuento de magia. Chris Colfer

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misma, que han vivido muy cómodamente en el Entrebosque desde hace décadas. La tierra que he adquirido es muy remota y privada. He instalado toda la protección necesaria para garantizarle seguridad a mis estudiantes.

      –Pero ¿cómo es que una academia ayudará a alcanzar la legalización de la magia?

      –Una vez que haya entrenado a mis pupilos para que dominen sus habilidades, nos introduciremos lentamente al mundo. Usaremos nuestra magia para sanar a los enfermos y ayudar a quienes lo necesiten. Luego de algún tiempo, se habrá corrido la voz de nuestra compasión entre los reinos. Las hadas se convertirán en ejemplos de generosidad y nos ganaremos el afecto de la gente. El mundo verá todo el bien que la magia tiene para ofrecer, cambiará su opinión y la comunidad mágica finalmente será aceptada.

      Champion se rascó la barbilla mientras contemplaba el magnífico plan de Madame Weatherberry. Pero, de todos los detalles que le había dado, se estaba olvidando del más importante de todos… la participación del rey.

      –Parece bastante capaz de hacerlo por su propia cuenta. ¿Qué quiere de mí entonces?

      –Desde luego, quiero su consentimiento –dijo–. Las hadas quieren que confíen en ellas y la única manera en la que ganaremos esa confianza es haciendo las cosas de la manera correcta. Por lo que me gustaría tener su permiso oficial para viajar libremente por el Reino del Sur para reclutar estudiantes. También me gustaría que nos prometa que los niños y las familias que encontremos no serán perseguidas. Mi misión es ofrecerles a estos jóvenes una mejor vida, no quiero poner a nadie en peligro con la ley. Será muy difícil convencer a los padres de que permitan que sus hijos asistan a una escuela para magia, pero con la bendición del soberano será mucho más fácil; especialmente, si esa bendición está por escrito.

      Madame Weatherberry levantó una mano hacia el escritorio del rey y un trozo de papel dorado apareció delante de él. Todo lo que había solicitado ya estaba escrito, lo único que necesitaba era la firma del rey. Champion se frotó las piernas con ansiedad mientras leía el documento, una y otra vez.

      –Esto puede salir muy mal –dijo el rey–. ¡Si mis súbditos descubren que le di a una bruja, perdón, a un hada un permiso para llevar a sus hijos a una escuela mágica, habrá revueltas en las calles! ¡Mi gente querrá ver mi cabeza en una bandeja!

      –En ese caso, dígale a su gente que me ordenó limpiar el reino de los niños mágicos –sugirió ella–. Dígales que, para crear un futuro sin magia, solicitó que juntaran a los más jóvenes para llevarlos lejos. Descubrí que, cuanto más vulgar es la declaración, más la aceptan los humanos.

      –¡Aun así, no deja de ser una apuesta para ambos! ¡Mi permiso no le garantiza protección! ¿No le preocupa su seguridad?

      –Su Majestad, le recuerdo que hice que todo el personal de un castillo desapareciera de la nada, Tangerina controla un enjambre de abejas y Cielene tiene suficiente agua fluyendo a través de su cuerpo como para llenar todo un cañón. Creo que sabemos protegernos.

      A pesar de su testimonio, el rey parecía más asustado que convencido. Madame Weatherberry estaba tan cerca de obtener lo que quería, que tenía que apaciguar las dudas de Champion antes de que se apoderaran de él. Por suerte, aún tenía un arma más en su arsenal para ganar su aprobación.

      –¿Tangerina? ¿Cielene? ¿Serían tan amables de dejarnos al rey y a mí a solas por un momento? –les pidió.

      Era evidente que Tangerina y Cielene no querían perderse ni una parte de la conversación de Madame Weatherberry con el rey, pero respetaron los deseos de su maestra y esperaron en el corredor. Una vez que la puerta se cerró detrás de ellas, Madame Weatherberry se inclinó sobre Champion y miró profundamente sus ojos con una expresión severa.

      –Señor, ¿está enterado del Conflicto del Norte? –preguntó.

      Si los ojos saltones del rey le dejaron algo en claro fue que estaba más que enterado del conflicto. La mera mención del Conflicto del Norte tuvo un efecto paralizante en el monarca que lo hizo titubear al responder.

      –Cómo… cómo… ¿Cómo rayos sabe eso? –le preguntó–. ¡Es un asunto clasificado!

      –La comunidad mágica puede ser pequeña y estar dividida, pero las palabras viajan más rápido cuando uno de los nuestros está… bueno, causando una escena.

      –¿Causando una escena? ¡¿Así es como lo ven?!

      –Su Majestad, por favor, mantenga la voz baja –dijo y luego señaló con la cabeza hacia la puerta–. Las malas noticias pueden llegar con mucha facilidad a oídos jóvenes. Mis niñas se empezarían a sentir mal si supieran lo que estamos discutiendo.

      Champion sabía a lo que se refería porque él mismo estaba comenzando a sentir malestar. Recordar el tema era como ver a un fantasma; un fantasma dormido.

      –¿Por qué menciona semejante cosa horrible? –preguntó.

      –Porque ahora mismo no hay nada que le garantice que el Conflicto del Norte no cruce la frontera y llame a la puerta de su casa –le advirtió Madame Weatherberry.

      El rey negó con la cabeza.

      –Eso no ocurrirá. El Rey Nobleton me aseguró que se encargaría de la situación. Nos dio su palabra.

      –¡El Rey Nobleton le mintió! ¡Le dijo al resto de los soberanos que tiene el conflicto bajo control porque se sintió humillado por lo severa que se tornó la situación! ¡Casi la mitad del Reino del Norte ha muerto! ¡Perdió a tres cuartos de su ejército y lo que queda disminuye con cada día que pasa! ¡El rey culpa a la hambruna porque está aterrorizado con perder el trono si su pueblo se entera de la verdad!

      Todo el color del rostro de Champion se desvaneció y no dejaba de temblar en su asiento.

      –¿Y bien? ¿Se puede hacer algo? ¿O simplemente se supone que me quede sentado y espere morir yo mismo?

      –En estos últimos tiempos, ha habido esperanza –dijo Madame Weatherberry–. Nobleton nombró a un nuevo comandante, el General White, para guiar a las defensas restantes. Hasta ahora, el general ha manejado la situación con mucho más éxito que sus predecesores.

      –Bueno, eso es algo –dijo el rey.

      –Rezo porque el General White resuelva el asunto, pero usted debe estar preparado ante una eventual falla –dijo–. Y, en caso de que el conflicto cruce hacia el Reino del Sur, tener una academia de hadas entrenadas a la vuelta de la esquina podría ser muy beneficioso para usted.

      –¿Cree que sus estudiantes podrán detener el conflicto? –preguntó con ojos desesperados.

      –Sí, Su Majestad –contestó con completa confianza–. Me temo que mis futuros estudiantes lograrán cosas que el mundo de hoy considera imposible. Pero, primero, necesitarán un lugar para educarse y una maestra para guiarlos.

      Champion se quedó muy quieto mientras consideraba la propuesta con mucho detenimiento.

      –Sí… sí, podría ser extremadamente beneficioso –se dijo a sí mismo–. Desde luego, tendré que consultarlo con mi Consejo Asesor de Jueces Supremos antes de darle una respuesta.

      –De

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