Un cuento de magia. Chris Colfer

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en nuestro camino. Además, ha habido discusiones a lo largo de todo el país que debería conocer. Mucha de su gente está convencida de que los Jueces Supremos son los verdaderos gobernantes del Reino del Sur y que usted no es nada más que una marioneta.

      –¿Por qué? ¡Eso es inaceptable! –exclamó el rey–. Yo soy el soberano, ¡mi voluntad es ley!

      –Así es –dijo–. Cualquiera con algo de cerebro sabe eso. Sin embargo, los rumores persisten. Si yo fuera usted, empezaría por desmentir esas teorías desagradables desafiando a los Jueces Supremos de vez en cuando. Y no puedo pensar en una mejor manera de hacerlo que firmando el documento que tiene frente a usted.

      Champion asintió mientras consideraba la advertencia. Eventualmente, la persuasión de Madame Weatherberry lo ayudó a tomar una decisión.

      –Muy bien –dijo el rey–. Puede reclutar a dos estudiantes del Reino del Sur para su escuela de magia; un niño y una niña, eso es todo. Y deberá recibir el permiso escrito de sus tutores o no se les permitirá asistir a su escuela.

      –Confieso que esperaba llegar a un mejor acuerdo, pero aceptaré lo que me ofrece –dijo Madame Weatherberry–. Es un trato.

      El rey tomó la pluma y la tinta de un lado de su escritorio y realizó las correcciones al documento dorado. Una vez que terminó con ellas, Champion firmó el acuerdo y lo autentificó con un sello de cera del emblema real de su familia. Madame Weatherberry se puso de pie y dio un aplauso en celebración.

      –¡Ah, qué momento maravilloso! ¿Tangerina? ¿Cielene? ¡Vengan! ¡El rey nos ha concedido nuestro pedido!

      Las aprendices entraron a toda prisa al estudio y se sintieron muy entusiasmadas al ver la firma del rey. Tangerina enrolló el documento y Cielene lo ató con un listón plateado.

      –Muchas gracias, Su Majestad –dijo Madame Weatherberry, dejando caer el velo de su tocado sobre su rostro–. ¡Le prometo que no se arrepentirá de esto!

      El rey resopló con escepticismo y se frotó sus ojos cansados.

      –Espero que sepa lo que está haciendo, porque si no le diré a todo el reino que fui embrujado y engañado por una…

      Champion suspiró cuando levantó la vista. Madame Weatherberry y sus aprendices se habían desvanecido en medio del aire. El rey avanzó hacia la puerta para ver si se habían ido corriendo por el pasillo, pero estaba igual de vacío que antes. Unos minutos más tarde, todas las velas y antorchas del castillo se encendieron por arte de magia. Muchas pisadas resonaron por los corredores a medida que los sirvientes y los soldados regresaban a su rutina. El rey se acercó a la ventana y notó que incluso la tormenta había desaparecido, pero se tranquilizó mucho al ver el clima despejado.

      Por el contrario, era imposible que el rey sintiera otra cosa más que temor al mirar los cielos del norte, ya que sabía que, en algún lugar del horizonte, la verdadera tormenta acechaba…

      Capítulo uno

      Libros y desayunos

      No era ningún misterio la razón por la que todos los monjes en la capital del Reino del Sur tenían problemas de audición. Cada amanecer, la ciudad de Colinas Carruaje se inundaba por el sonido ininterrumpido y estridente de las campanas de la catedral durante diez minutos seguidos. Como los terremotos, el sonido metálico hacia retumbar la plaza del centro, al igual que las calles de la ciudad y las aldeas aledañas. Los monjes las hacían sonar de una manera frenética e irregular para asegurarse de que cada ciudadano despertara y participara del día del Señor y, una vez que despertaban a todos los pecadores, volvían a la cama.

      Sin embargo, no todos se sentía afectado por las campanas de la catedral. Los monjes se habrían puesto furiosos si se enteraban que una joven de la campiña se las arreglaba para dormir a pesar del odioso estruendo.

      Brystal Evergreen de catorce años de edad se despertó de la misma manera que lo hacía todas las mañanas, por el sonido de alguien que golpeaba la puerta de su habitación.

      –Brystal, ¿estás despierta? ¿Brystal?

      Sus ojos azules se abrieron luego de la séptima u octava vez que su madre llamó a la puerta. No era una niña que tuviera el sueño muy pesado, pero las mañanas le resultaban todo un desafío, ya que, por lo general, estaba exhausta por haberse quedado despierta hasta muy tarde la noche anterior.

      –¿Brystal? ¡Respóndeme, niña!

      Brystal se sentó en la cama mientras las campanas de la catedral repicaban por última vez a lo lejos. Encontró una copia abierta de Las aventuras de Tidbit Twitch de Tomfree Taylor sobre su barriga y un par de gafas sobre la punta de su nariz. Una vez más, Brystal se había quedado dormida leyendo, por lo que rápidamente se quitó las pruebas de encima antes de ser descubierta. Escondió el libro debajo de su almohada, guardó las gafas de lectura en un bolsillo de su camisón y apagó la vela que había quedado encendida toda la noche sobre la mesa de noche.

      –¡Jovencita, ya pasaron diez minutos de las seis! ¡Voy a entrar!

      La señora Evergreen empujó la puerta y entró con todas sus fuerzas a la habitación de su hija como un toro que acababa de ser liberado de un corral. Era una mujer delgada con rostro pálido y ojeras oscuras debajo de sus ojos. Su cabello estaba atado en un rodete firme sobre su cabeza que, al igual que las riendas de un caballo, la mantenía alerta y motivada al hacer las tareas del hogar.

      –Entonces estás despierta –dijo levantando una ceja–. ¿Es mucho pedir una simple respuesta?

      –Buenos días, mamá –dijo Brystal con un tono alegre–. Espero que hayas dormido bien.

      –No tan bien como tú, aparentemente –dijo la señora Evergreen–. Honestamente, niña, ¿cómo haces para dormir con estas campanas horribles sonando todas las mañanas? Son tan fuertes que pueden levantar hasta a los muertos.

      –Suerte, supongo –dijo bostezando con mucho entusiasmo.

      La señora Evergreen colocó un vestido blanco a los pies de la cama de Brystal y le lanzó a su hija una mirada contundente.

      –Olvidaste tu uniforme en el tendedero otra vez –dijo–. ¿Cuántas veces debo recordarte que lo vayas a buscar sola? Apenas puedo encargarme de la ropa de tu padre y tus hermanos, no tengo tiempo para lavar lo tuyo.

      –Lo siento, mamá –se disculpó Brystal–. Lo iba a hacer cuando terminara de lavar los trastes anoche, pero al parecer lo olvidé.

      –¡Tienes que dejar de ser tan despistada! Andar soñando despierta es la última cualidad que los hombres buscan en una esposa –le advirtió su madre–. Ahora, apresúrate y cámbiate para que me ayudes a preparar el desayuno. Es un gran día para tu hermano, así que prepararemos su comida favorita.

      La señora Evergreen avanzó hacia la puerta, pero se detuvo cuando notó un aroma extraño en el aire.

      –¿Eso es humo? –preguntó.

      –Acabo

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