Crónicas del cielo y la Tierra. Mariano Ribas
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La hipótesis del cometa
A partir de la iconografía clásica –que se plasmó, incluso, en obras maestras de la pintura, como La adoración de los Reyes Magos de Giotto, realizada en 1306–, la imagen tradicional de la estrella de Belén es la de un cometa. De hecho, cada Navidad las “estrellas con cola” aparecen en todas partes: desde los tradicionales arbolitos hasta luminarias callejeras, tarjetas, juguetes, bebidas y golosinas. Tal es la fuerza de esa identificación que muchas veces se ha vinculado a la estrella de Belén con el más famoso de los cometas: el Halley. Pero el Halley pasó cerca de la Tierra varios años antes del nacimiento de Jesús, en el 11 a. C.
¿Pudo haber sido, acaso, otro cometa? Los chinos también eran grandes observadores de cometas. Sin embargo, ni ellos ni ninguna otra cultura de aquel entonces parece haber registrado el paso de ninguno durante la época del nacimiento de Jesús. Solo existe una referencia en las crónicas de un tal Ho Pen Yoke que habla de un supuesto cometa que apareció en el año 5 a. C., pero probablemente se tratara de la mencionada nova.
Sea como fuere, hay dos cosas que no “cierran”: ese objeto permaneció en el cielo del este. Y, si bien es cierto que el Evangelio de Mateo dice que la estrella apareció en el oriente, luego debió haber cambiado de posición, porque si los “reyes” viajaban de Persia hacia Palestina, iban hacia el oeste. Entonces nunca podrían haber sido “guiados” por algo que se quedó clavado en el este. Por otra parte, asociar a un cometa con la estrella de Belén parece desacertado: en la antigüedad, estos astros eran vistos casi siempre como señales del mal, avisos de muertes, guerras y todo tipo de catástrofes.
Sin meteoros, eclipses, estrellas brillantes ni cometas, el cerco parece cerrarse. Si la estrella de Belén realmente existió como fenómeno astronómico –y no fue una mera alegoría, metáfora o adorno narrativo–, la opción astronómica más verosímil podría ser la danza de los planetas en el cielo.
Conjunciones planetarias
Al igual que las estrellas notables, es muy improbable que la estrella de Belén haya sido alguno de los planetas observables a simple vista. Solo hay cuatro que realmente se destacan en el cielo. En orden de brillo: Venus, Júpiter, Marte y Saturno (Mercurio es bastante más pálido y difícil de ver). Ninguno de ellos podría ser interpretado como el aviso celestial de un evento extraordinario, y menos a los ojos de los famosos “reyes” y otros observadores calificados: los planetas no eran nada especial ni novedoso, porque siempre habían formado parte del paisaje del cielo nocturno… más allá de sus continuos cambios de posición con respecto a las estrellas de fondo. Sin embargo, sus movimientos los llevan a formar curiosos y apretados dúos, tríos, y hasta cuartetos y quintetos aparentes. Esas “conjunciones” sí podían llamar la atención, tanto desde lo visual y astronómico como desde lo astrológico. No olvidemos que los “reyes magos”, como astrólogos, estaban pendientes de cualquier “señal” del firmamento (de hecho, la estrella de Belén les “anunció” el nacimiento de Jesús).
La pregunta surge sola: ¿qué conjunciones notables ocurrieron en aquel entonces? A partir de distintas fuentes, y fundamentalmente de la mano de softwares astronómicos que simulan el aspecto del cielo en cualquier época y lugar, es posible identificar algunas conjunciones planetarias que pudieron haber sido la estrella de Belén.
Así sabemos, por ejemplo, que el 17 de junio del año 2 a. C., los dos planetas más brillantes del cielo, Venus y Júpiter, protagonizaron una espectacular conjunción en el oeste, tras la puesta del Sol. Aparecieron tan juntos, apenas separados por 40 segundos de arco (casi 50 veces menos que el tamaño aparente de la Luna) que fusionaron sus brillos, dando la impresión de ser un astro único y deslumbrante.
Pero este singular fenómeno tiene varios contras para nuestra hipótesis: por empezar, la fecha. Es demasiado tardía, ya que habrían transcurrido más de cuatro años desde el nacimiento de Jesús. Además, se vio hacia el oeste, y los magos habían sido alertados por algo que asomó por el este. Finalmente, su duración fue demasiado breve: en los días siguientes, ambos planetas se separaron en el cielo, siguiendo cada uno su propio movimiento orbital en torno al Sol.
Lo que sí coincide temporalmente es un curioso fenómeno propuesto por el astrónomo estadounidense Michael Molnar, de la Universidad de Rutgers: el 17 de marzo del año 6 a. C., la Luna ocultó –y luego dejó reaparecer– al planeta Júpiter en Aries. Según él, esta (y no Piscis, como dice la tradición) era la constelación que por entonces estaba astrológicamente asociada al pueblo judío. Desde el punto de vista simbólico, el fenómeno pudo haberse relacionado con el nacimiento del nuevo “rey de los judíos”.
El punto débil de este escenario es que la ocultación (y reaparición) de Júpiter ocurrió en cielo diurno, por lo que resultó prácticamente invisible a ojo desnudo. Y eso nos deja cara a cara con la explicación astronómica más sólida…
Conjunción de Júpiter y Saturno en el cielo de Belén
Simulación realizada con el software Stellarium
Los planetas de Kepler
En 1614, el gran astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630) [ver recuadro] calculó que durante el año 7 a. C. Júpiter y Saturno habían protagonizado tres conjunciones muy llamativas. Y así fue, tal como podemos comprobar con la ayuda de la informática: el coqueteo celestial entre ambos planetas comenzó en mayo de ese año, cuando se los pudo ver en el cielo del amanecer (en el oriente). En los meses siguientes, el apretado dúo fue desplazándose lentamente hacia el oeste. Durante todo octubre, a la medianoche, permanecieron muy cerca uno del otro en pleno cielo occidental. Finalmente, a principios del año –6, se les sumó el rojizo Marte, agregándole incluso más dramatismo al cuadro celestial.
Salvo por la fecha, tal vez algo temprana, la conjunción Júpiter-Saturno encaja razonablemente con los pocos datos que surgen del Evangelio de Mateo: una estrella brillante, duradera, apareciendo inicialmente por el este, pero luego moviéndose hacia el oeste durante los meses siguientes. Así, esa conjunción muy bien pudo “acompañar y guiar” a los reyes hasta Belén.
¿Asunto resuelto? No del todo: los cálculos indican que, en aquella oportunidad, Júpiter y Saturno no llegaron a juntarse tanto en el cielo como para llamar especialmente la atención. Incluso teniendo en cuenta el estudio de antiguas tablas babilónicas, queda claro que los astrólogos tampoco le dieron especial importancia a esa conjunción planetaria. ¿Y entonces?
Dos fenómenos independientes
A comienzos de este siglo, el astrónomo Mark Kidger, del Instituto de Astrofísica de Canarias, propuso una ingeniosa variante para salir del paso. Según Kidger, la estrella de Belén no fue un solo acontecimiento sino la sucesión de los dos fenómenos antes mencionados: la triple conjunción Júpiter-Saturno y la ocultación de Júpiter por la Luna habrían sido las señales celestes que alertaron a los reyes del nacimiento de Jesús.
Hay muy buenas pistas, es cierto. Sin embargo, aún no podemos asegurar con certeza qué fue realmente la estrella de Belén. Lo que sí es seguro es que el solo ejercicio de explorar histórica y científicamente el tema resulta por demás interesante… y hasta divertido.
En cuanto a las brumas y a los misterios que aún rodean al ícono más poderoso de la Navidad, no podemos negar que tienen su especial encanto. A fin de cuentas, todos vivimos de historias. Reales y fantásticas.