Nosotros sobre las estrellas. Sarah Mey

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Nosotros sobre las estrellas - Sarah Mey HQÑ

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tan bien? Parece salida de la peluquería. Cuando ella se para delante de una máquina, que reconozco como la multipower, no puedo evitar preguntarme si esta chica tendrá algo con alguno de los chicos de este gimnasio, o con algún otro hombre de fuera. La mera idea vuelve a enfadarme.

      —Cuatro series de veinte —me dice, queriendo hacer como que sabe más que yo, cuando llevo años y años entrenando.

      Quizá ella también lleve tanto tiempo como yo.

      —¿Solo eso? Esperaba algo más fuerte para calentar.

      Veo cómo coge aire entre los dientes y no puedo evitar quedarme mirando ese gesto. Le estoy pudiendo y lo sé. Lo noto en su actitud y me encanta la forma en la que se resiste a mostrármelo. La veo sonreír a uno de los chicos que pasan por mi lado y me lo quedo mirando. Otro estúpido que le acaba de mirar el trasero. ¿Es que ella acaso no se da cuenta? Aprieto los puños tratando de calmarme. Ella no es nada mío para que yo deje que me afecte de esta manera el modo en el que la miran otros hombres. Trago saliva y escucho su voz. Es una voz que suena segura de sí misma, como si me tratase de retar con cada palabra, pero también hay un timbre de amabilidad que no puede camuflar. El saber que es una persona amable me hace empezar con el ejercicio antes de tiempo.

      —Muy bien, así. Te creía en más baja forma, moreno.

      La forma en la que arrastra las palabras me parece sensual y atrayente. Es como si en ellas hubiese una provocación clara que despertase mis instintos primarios. Me contengo al tiempo que la recorro con la mirada con avidez. Espero que no se haya dado cuenta de eso.

      —Tu turno, inquieta.

      Ella se queda mirando mi cara como si yo fuese un monstruo verde.

      —¿Inquieta?

      He visto cómo ha luchado por no repetir esas palabras, pero la curiosidad ha podido con ella. Le cedo mi puesto y me sorprende que no le quita peso a la barra, sino que se queda esperando una explicación dispuesta a empezar el ejercicio tras eso.

      —Creo que eres la persona más inquieta de este lugar —respondo encogiéndome de hombros como si la tontería que acabo de decir me pareciese normal.

      Yo no soy así. Yo no pongo motes estúpidos a la gente. Habría sido mucho más fácil llamarla castaña, pero los destellos rubios de su pelo me gustan tanto que no haría honor a lo bonito que es si lo reduzco a castaña. Y no, tampoco soy de fijarme en los colores de pelo de las chicas. Esto es un maldito caso puntual en el que me acabo de dar cuenta de todo lo que me gusta su pelo.

      Ella niega con la cabeza, pensando tal vez que soy un caso perdido y comienza el ejercicio. Por su cara veo que le cuesta mucho hacerlo, ya que le he puesto más peso de la cuenta, y algo en mí se dispone a animarla, buscando su reproche quizás.

      —¡Vamos, entrenadora! ¡Tú puedes! —dice una voz.

      Maldición. Me he quedado tan absorto en esta chica que no he sido capaz de ver el coro de hombres que se ha formado a nuestro alrededor. Es como si mirasen un plato de comida después de días sin probar bocado. ¡Qué bocado tan exquisito!

      —Ah… —gime ella, tratando de continuar hasta el mismo número de repeticiones que yo.

      —Si quieres puedo quitarle peso —me ofrezco.

      No hay maldad en mis palabras. Lo juro. No lo he dicho para enfadarla, lo he dicho preocupado por ella. No digo que las mujeres no sean capaces de levantar kilos, claro que lo son, y muy capaces de todo lo que se propongan, pero al ver el esfuerzo que está haciendo dibujado en su rostro no puedo hacer otra cosa que preocuparme y respirar entrecortadamente. Lo último que quiero es que se lesione por entrenar conmigo.

      —¡Vamos, Mais!

      Otra voz animándola me hace volver a quedarme anonadado mirándola. Y eso tampoco es nada normal en mí. Siempre estoy atento hasta el más mínimo detalle, aunque no puedo dejar de quedarme con una única palabra de esas dos que un extraño acaba de pronunciar. Mais. Me gusta. Me encanta. Joder, qué bien suena. Mais.

      La chica acaba de hacer el ejercicio y me mira con la cara sudada y la frente alta. Claramente orgullosa de lo que acaba de hacer. No puedo evitar sonreírle con sinceridad al ver que ha logrado lo que se ha propuesto. Tras eso, continuamos con las series que nos faltan en esa misma máquina, y cuando me doy cuenta de que si subo los kilos de la máquina ella no los quita luego, sino que trata de hacer las series con el mismo peso que yo, decido no poner ni un solo kilo de más por miedo a que sobreentrene y acabe haciéndose daño por culpa del orgullo. ¡Es tan cabezota!

      Tras esa máquina pasamos a otra y vuelvo a dejar que ella me indique. La veo incluso pálida, pero no puedo negar que me encanta cómo trata de hacer creer a todos que está genial y cómo sigue desafiándome con sus palabras, como si no pudiese ver que está agotada por el tono que están adquiriendo sus mejillas.

      —Me gusta tu nombre —le digo tratando de darle un motivo para parar y descansar un poco.

      —¿Cómo sabes mi nombre?

      Ha vuelto a elevar una sola ceja, desconfiada. La veo mover el tobillo derecho y me quedo mirando sus piernas. Son bonitas.

      —Lo escuché antes, cuando uno de los chicos te animaba, Mais.

      Ella cierra los ojos, y me preocupa que esté a punto de desmayarse. Sin embargo, en lugar de caer al suelo y perder el conocimiento, hace algo bien distinto. Me corrige.

      —Para ti soy Maisie.

      Sonrío. Me encanta la actitud que está teniendo y me enfada a partes iguales.

      —Para ti soy James.

      Capítulo 4

      MAISIE

      No puedo más. Si trato de seguirle el ritmo creo que voy a desmayarme. Me falta el aire y me arden las piernas por el esfuerzo de las máquinas. Esta noche no sé cómo voy a aguantar los tacones. Aun así, hay algo en la presencia de este chico que me puede. Es una seguridad y una impoluta elegancia en todo lo que hace que me pone de los nervios.

      —James… —repito su nombre como una tonta, sin ni tan siquiera darme cuenta.

      Creo que he conseguido que no me llegue la sangre al cerebro.

      —Bien, sabes pronunciarlo —se burla él con una encantadora sonrisa.

      Maldito seas, James. ¿Por qué demonios tienes esta atracción en mí? Antes tuve que cerrar los ojos cuando pronunció mi nombre. Fue como si una corriente eléctrica me recorriese al escucharlo desde sus labios. No sé qué me pasa, pero sea lo que sea, esta sensación va a acabar conmigo. Moriré el mismo día de la boda de mi hermana. ¡Qué trágico!

      —Tranquilo, no todo el mundo tiene problemas para llamar a las personas ni se equivoca con sus nombres, como tú al llamarme Mais, por ejemplo.

      Veo cómo hay un brillo turbulento en sus ojos y me quedo mirándolo antes de volver a seguir con el ejercicio. Si no paro unos segundos voy a caerme al suelo.

      —La que tiene problemas con mi forma de llamarla eres tú, Maisie —enfatiza la última palabra y en cierto modo también acaricia todas las sílabas con altanería,

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